LA NACION/Mauro Alfieri
Se consagró con dos fechas de anticipación al vencer por 3-1 a Estudiantes; dejó atrás las dudas del primer tercio de la Liga Profesional hasta encontrar un estilo con momentos de alto vuelo
En el nuevo River hay mucho del código genético histórico. La transmisión se hizo de manera fecunda, conserva valores y estilo. Este campeón hace honor a lo más profundo de sus antepasados, y también a los más recientes, que llevaron el sello de Marcelo Gallardo. En un semestre, Martín Demichelis cuidó y potenció un legado. River nunca se paró, siguió andando, y por momentos a un ritmo demoledor para muchos de sus rivales.
Justo en el año en que el Monumental se agrandó, el equipo se puso a tono para complacer a 86.000 hinchas. Había que estar a la altura de esa demanda y River lo hizo convirtiéndose en campeón con dos fechas anticipación, aunque desde hacía más tiempo ese destino glorioso se adivinaba inexorable. Por mérito propio y por la supremacía que estableció contra la mayoría de los adversarios.
“Gracias por esta alegría”, decía el telón que se desplegó en la cabecera de la tribuna Sívori, cuando iban 38 minutos del 3-1 sobre Estudiantes. Si el fútbol se trata de eso, de entregar alegrías, de hacerles buenos ratos a los hinchas, este River cumplió con creces.
En tromba, porque al título de campeón hay que ir a buscarlo; nada de esperarlo. River empezó a consagrarse siendo fiel a su estilo. A la hora de citarse con la gloria, respetó su esencia, se sujetó a su libreto. A veces alcanza poco más de un minuto para hacer una declaración de intenciones, para exponer una identidad. En el caso de River, eso pasa por la ambición, por apuntarle al corazón del área ajena.
Si se trataba de adornar un título que se caía de maduro, nada mejor que la hechura del 1-0. La primera acción defensiva de Leandro González Pirez tuvo un sentido ofensivo. Saltó al campo del rival para anticipar y en esa intervención pareció inspirarse en Franco Baresi, porque con un recorte ofensivo se sacó de encima a un adversario e hizo una asistencia de emboquillada que Lucas Beltrán definió de aire, con un remate cruzado. Un poema de gol. Pura inspiración, pura destreza técnica.
Los dos jugadores involucrados en el gol son del “molde” Demichelis. Ahí se encuentra la mano del entrenador para gestionar una herencia. González Pirez mostró firmeza a lo largo del torneo y se consolidó como titular, algo que nunca había conseguido con Gallardo. Y Beltrán “explotó” en esta Liga Profesional, tuvo un crecimiento geométrico en comparación con su 2022, el año en el que River lo repescó tras su evolución en Colón.
Beltrán es el máximo goleador de este River. Lleva 11. Se impuso a todo. A la competencia de Miguel Borja y Salomón Rondón, dos números 9 de mayor recorrido. También luchó desde atrás, ya que no fue titular en el comienzo del certamen. Recién en la quinta fecha empezó a entrar en la formación inicial. Y defendió el puesto con una convicción irrenunciable. Vivió del gol, pero también del esfuerzo y el despliegue, del sentido colectivo solidario, como lo hacía su amigo y coterráneo Julián Álvarez.
Fue un partido entre dos equipos que estaban en sintonías opuestas. River, muy enchufado, sintiéndose en un día especial, ante una ocasión impostergable; era una noche como para reforzar el romance con la multitud que lo acompaña en cada cita en el Monumental. Estudiantes fue a cumplir con el fixture, no mucho más, salvo por la fiereza competitiva que siempre tiene Santiago Ascacibar. El Pincha viene desinflándose en la Liga Profesional (cuatro empates y dos derrotas en las últimas seis fechas) y tiene la mente puesta en el desquite contra Barcelona, de Guayaquil, cuando deberá remontar el 1-2 de la ida en Ecuador para seguir en la Copa Sudamericana. Cuidó hasta a Mariano Andújar, al reemplazó Daniel Sappa, que tocó la primera pelota cuando fue a buscarla dentro de su arco.
Todo encaminado desde el comienzo para River. Clima de fiesta, de regocijo por lo que llegaba desde la cancha. Y también, momento para agradecimientos que hasta entonces estaban en pausa, a la espera de los acontecimientos. A los 9 minutos, por primera vez en el Monumental se cantó “que de la mano, de Demichelis, todos la vuelta vamos a dar…”. Toda una novedad en un estadio donde durante años atronó el “Muñeeeeeco, Muñeeeeco…”. El entrenador cordobés saludó con una mano en alto, agradecido, con la satisfacción interna de que estaba haciéndose un lugar bajo la enorme sombra que proyecta el prócer Gallardo.
Nicolás De la Cruz es otro futbolista que pasó a tener una gran influencia en el segundo tramo del torneo. Cuando no lo maltratan las lesiones, el uruguayo es un león, se come la cancha. Y con la pelota en el pie derecho puede ser un esgrimista para dar una estocada letal, como lo fue su remate en el segundo gol –jugada que inició él–, o un suave y delicioso lance, como su asistencia de empeine para una corrida de Nacho Fernández, que fue derribado por Sappa en la acción del penal que convirtió Barco.
Por primera vez en la Liga, River conseguía tres goles en la media hora inaugural. Así de motivado estaba para desplegar su repertorio, más allá de que Estudiantes tuvo algunas aproximaciones cuando perdía sólo por un gol. Pero River no tardó en “matar” el partido para que la celebración evitara todo sobresalto.
Llegaron los cambios, que respondían más a los reconocimientos individuales que a las necesidades del desarrollo, aunque por delante quedaran 35 minutos. Salieron Nacho Fernández y Enzo Pérez, dos comandantes del plantel. Una vez más, los 86.000 hinchas le cantaron al capitán “Enzo es de River y de River no se va”, como para desalentarlo del pensamiento de despedirse a fin de año.
La dispersión fue inevitable y Estudiantes descontó por medio del uruguayo Mauro Méndez. Una anécdota. River ya había dado su función, había tenido sus pasajes a toda orquesta. Había sido el equipo que a lo mejor costaba avizorar en el primer tercio de la Liga, por las derrotas ante Belgrano y Arsenal. Momentos de dudas, de los que el conjunto millonario emergió con certezas. Con la fórmula de los cinco volantes, que son una máquina de jugar y de moverse; con Enzo Díaz donde más rinde, como lateral; con González Pirez y Paulo Díaz como guardianes. Con calidad individual y compromiso colectivo.
Tras el final, los fuegos artificiales, la vuelta olímpica, los bombos en la cancha. Fiesta para sacarle lustre a la chapa de campeón.
Fuente:https://www.lanacion.com.ar/deportes/futbol/river-campeon-el-equipo-de-martin-demichelis-hizo-honor-a-la-historia-profunda-del-club-y-al-legado-nid15072023/
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