San Rafael, Mendoza viernes 29 de noviembre de 2024

De la independencia: arraigo y desarraigo – Por:. Dra. Andrea Greco

Se nos ha pedido hablar sobre la Independencia y por eso creemos que es buena ocasión para intentar entre colegas y amigos hilvanar algunas reflexiones históricas que nos permitan acercarnos al sentido de este acontecimiento histórico [1].

Permítasenos dejar sentadas como premisas fundamentales algunas ideas que no son nuevas, que tampoco son propias ni originales, que hemos repetido en múltiples ocasiones pero que son indispensables como presupuestos básicos para entender de qué estamos hablando.

1ª idea: la patria no nació en 1810 ni en 1816

La Patria Argentina nació y por eso está hermanada con el resto de las naciones americanas en el seno del Imperio Español que nos dio un idioma, una cultura y una fe común (de allí que seamos hermanos) que sumado al sustrato cultural indígena hizo de América una nación nueva y diferente tanto de España como de lo pre-hispánico.

2ª idea: las razones de la independencia no fueron ideológicas sino histórico-políticas

La historiografía liberal ha insistido tanto en las causas ideológicas de mayo (que la revolución francesa, que el anti-españolismo, que el liberalismo y la democracia, que el grito sagrado, que las rotas cadenas…) toda esa cháchara liberal con la que los masones, liberales y anti-españoles, que los hubo, se quisieron robar la revolución [2].

De ese falso origen de mayo se deduciría una independencia motivada por esas mismas razones y por lo tanto opuesta a España, de contenido liberal y sentido democrático. Como ustedes saben esto es falso y antihistórico como pocuraremos demostrar basándonos en las fuentes históricas.

Saavedra, presidente de la Junta nacida en 1810 lo dice: “A la ambición de Napoleón y a la de los ingleses de querer ser señores de esta América, se debe atribuir, la revolución de Mayo de 1810” [3].

¿Y qué pasó después de ese primer momento de autonomía? Pasó lo que explica en Carta del 4 de abril de 1818 al ministro francés Armando Manuel Du Plessis, al Director Supremo Juan Martín de Pueyrredón y representante de San Luis en el Congreso de la Independencia:

“Antes de restituido el Sr. Don Fernando VII al Trono no hicimos otra cosa, que substraernos a las autoridades tumultuarias de la Península que usurparon su nombre y representación […] posteriormente este acto de suma lealtad ha sido considerado como un crimen, y no nos ha quedado otro refugio para escapar de una injusta venganza que el de no ponernos en las manos de los que han jurado nuestro exterminio” [4].

 También lo explica así Tomás de Anchorena, Congresal por Buenos Aires, en carta a Juan Manuel de Rosas del 28 de mayo de 1846, al pedirle que no permita la impresión del sermón dado en el Te Deum del 25 de mayo por considerar que:

“no es más que un amontonamiento de mentiras y barbaridades contra el Gobierno español y los soberanos de España a quienes protestamos solemnemente obediencia y sumisión con la más firme lealtad en mayo del año diez […] el único modo de hablar con dignidad, decencia y honor del 25 de mayo de 1810, es hablar como habló Ud. en su última arenga y no fingir ni suponer crueldades, despotismo y arbitrariedades que no hemos experimentado” [5].

“el 25 de mayo de 1810, o por mejor decir el 24, se estableció por nosotros el primer gobierno patrio a nombre de Fernando VII (…) para preservarnos de que los españoles apurados por Napoleón, negociasen con él su bienestar a costa nuestra, haciéndonos pavo de la boda” [6].

El discurso del Brigadier General Juan Manuel de Rosas al que se refiere Anchorena es el pronunciado ante el cuerpo diplomático reunido en el fuerte del 25 de Mayo de 1836:

“¡Qué grande, señores, y qué plausible debe ser para todo argentino este día consagrado por la Nación para festejar el primer acto de soberanía popular, que ejerció este gran pueblo en mayo del célebre año mil ochocientos diez! No para sublevarnos contra las autoridades legítimamente constituidas, sino para suplir la falta de las que, acéfala la Nación, habían caducado de hecho y de derecho. (…) No para introducir la anarquía, sino para preservarnos de ella, y no ser arrastrados al abismo de males en que se hallaba sumida España (…). ¡Quien lo hubiera creído!… Un acto tan heroico de generosidad y patriotismo (…) fue interpretado en nosotros malignamente como una rebelión disfrazada, por los mismos que debieron haber agotado su admiración y gratitud para corresponderlo dignamente.

Y he aquí, señores, otra circunstancia que realza sobre manera la gloria del pueblo argentino, pues que ofendidos con tamaña ingratitud, hostigados y perseguidos de muerte por el gobierno español (…) tomamos el único partido que nos quedaba para salvarnos: nos declaramos libres e independientes de los Reyes de España, y de toda otra dominación extranjera” [7].

Estas son pues las verdaderas causas de la independencia las que corresponden a los sucesos tal como se fueron sucediendo. Este discurso contiene una notable hermenéutica de la revolución argentina: enlaza los destinos del país independiente con las tradiciones del pasado hispánico. Al regresar Fernando VII al trono se envió una misión a Europa. El fracaso de la Misión Belgrano – Rivadavia – Sarratea ante los Reyes de España no dejó otra alternativa. Es un tema largo intentar comprender las razones de ese fracaso, sólo mencionemos aquí que los enviados procuraban la instalación de una monarquía parte del Imperio. Al respecto escribe Anchorena:

“se dijo públicamente que habían ido a tratar con los reyes padres, es decir Carlos IV y su esposa María Luisa, sobre la coronación en estos países de uno de los príncipes de la familia bajo la forma constitucional” [8]. Como ha explicado Díaz Araujo se convocaron teólogos que analizaron la cuestión y concluyeron en la ruptura del Pacto de Vasallaje ante el desconocimiento de los súbditos por parte del rey.

Así se explica el hecho de la independencia con la lealtad imperial y monárquica de nuestro primer gobierno autónomo.

3ª idea: la búsqueda de una Gran Nación Americana

El Acta de la Independencia Argentina menciona específicamente en su parte de Declaración: “Nos los representantes de las Provincias Unidas en Sud América”. No se habla de Provincias Unidas de Río de la Plata, ni de la Argentina, ni otra denominación, sino Provincias Unidas en Sud América. Esta es la idea de la Gran Nación Americana que compartían los tres “Libertadores” de América: Agustín de Iturbide, Simón Bolívar y José de San Martín. Idea que significaba valorar la herencia hispánica y construir la Nación Americana sobre la hermandad entre españoles y americanos. Así lo declara Don Agustín de Iturbide en el Plan de Iguala en México el 24 de febrero de 1821:

“Trescientos años hace que la América Septentrional está bajo la tutela de la nación más católica y piadosa, heroica y magnánima. (…) ¿Americanos quién de vosotros puede decir que no desciende de español? Ved la cadena dulcísima que nos une. (…) Es llegado el momento en que manifestéis la conformidad de sentimientos, y que nuestra unión sea la mano poderosa que emancipe a la América sin necesidad de auxilios extraños” [9].

Este fue el sentido del encuentro de Guayaquil entre Bolívar y San Martín y la razón por la cual el último dejó su ejército a cargo del venezolano para terminar la guerra civil. Tampoco es obra de la “casualidad” que Agustín Jerónimo de Iturbide, hijo del mexicano, con 20 años de edad fuera edecán de Bolívar y como tal haya participado de la última Batalla de la guerra de la independencia en Ayacucho.

Y aquí permítase una digresión acerca del concepto de Nación. Porque como afirma Carlos Garriga: “el repertorio de palabras a disposición de los historiadores (…) viene dado por sus propios agentes: independencia, nación, constitución, Estado, ciudadano (…) Pero las palabras y las cosas no siempre siguieron caminos convergentes, y junto a nombres nuevos para designar viejas cosas, es fácil encontrar cosas nuevas llamadas con viejos” [10]. Como dice Marc Bloch “para desesperación de los historiadores, los hombres no tienen el hábito de cambiar de vocabulario cada vez que cambian de costumbres”; ni tampoco cambiar de costumbres cada vez que cambian de vocabulario.

El historiador Pérez Vejo nos dice acerca del concepto de nación: “La nación se dibuja en el horizonte mental del hombre moderno como una realidad insoslayable, que configura y determina todos los aspectos de la vida colectiva, desde el carácter de las personas hasta las formas de expresión artística. Ser miembro de una nación se ha convertido en una necesidad ontológica capaz, pareciera, de condicionar por completo nuestra forma de ser y estar en el mundo.

A partir de finales del siglo XVII I nación y progreso se convirtieron en las nuevas religiones de occidente, desplazando al cristianismo”.

“En su versión latina, natio, es ya habitual en los textos tardo romanos y, posteriormente, en los distintos idiomas europeos medievales, latinos y no latinos. Sin embargo, no parece una objeción en la que sea preciso detenerse demasiado. El significado de los términos, como todo historiador sabe, cambia y se modifica a lo largo del tiempo. En su origen latino, y en el de los primeros siglos de los idiomas modernos europeos, nación tiene el sentido de descendencia o estirpe, con un marcado carácter biológico, aunque no exclusivo —se puede hablar de la nación de los labradores o de los soldados—, y exento de cualquier connotación jurídico-política. La nación es concebida como una entidad natural, cuyas relaciones con el ejercicio del poder, a diferencia de lo que ocurrirá más tarde, son muy tenues o incluso inexistentes. La primer a vez que el término nación es utilizado para referirse a comunidades socio-jurídicas y no naturales, aunque conviviendo con el sentido de carácter biológico, es en la baja Edad Media, en los sínodos de la Iglesia, a los que los obispos acuden agrupados por naciones que se corresponden con demarcaciones territoriales, generalmente antiguas provincias romanas, que adquieren así un carácter jurídico-administrativo. Posteriormente, el término comienza a ser utilizado para referirse a comunidades con cierto sentido político, todavía muy difuso. La nación, que en el antiguo régimen había convivido con otras formas de identidad colectiva, solapándose a menudo con ellas —religiones, estamentos, grupos familiares, etc.— había carecido de connotaciones políticas precisas, se convierte en las nuevas sociedades burguesas, en la única forma de legitimación del ejercicio del poder y, por lo tanto, en el fundamento último de la vida política misma. Nace así esa especie de pleonasmo semántico que es el término Estado-nación.

Hispanoamérica fue el escenario de uno de los más tempranos, exitosos y masivos procesos de construcción de naciones que se conocen. En apenas 20 años, los que van de la independencia de Paraguay, en 1811, a la disgregación de la Gran Colombia, en 1830, ven la luz un total de quince nuevos Estados —16 si contamos a España, que como se intentará demostrar más adelante se construyó también como nación a partir de ese momento, y 17 si incluimos a Cuba, que aunque posterior a 1830 también entraría en este primer ciclo decimonónico—, cuya tarea más urgente va a ser la de construir las 17 correspondientes naciones, objetivo al que van a dedicar, con bastante éxito, lo mejor de sus esfuerzos. Sin embargo, la literatura internacional sobre naciones y nacionalismo ha prestado una relativa escasa atención al ámbito hispanoamericano”.

Para concluir este paréntesis notemos con el autor que: “el mito de unas guerras de independencia —y no deja de ser significativo que éste sea el nombre finalmente asumido por la historiografía a pesar del componente de guerra civil o conflictos sociales que tuvieron— en el que unas naciones preexistentes se liberaron del dominio de una también preexistente nación española, sigue vigente” [11].

Retomando la idea inicial, entonces ¿qué fue la independencia de 1816? Un acto doloroso y legítimo, que nos condujo a la guerra civil primero entre fidelistas contra regentistas. Tal como lo explicaba Manuel Belgrano: “Soy verdaderamente católico, apostólico, romano y también fiel vasallo de Su Majestad el señor don Fernando VII (…) Aspiro a que se conserve la monarquía española en nuestro patrio suelo si sucumbe la España, como ya lo está casi toda al poder del tirano, del usurpador más infeliz, Napoleón cuyo yugo han querido que suframos los malos Españoles-Europeos y algunos Americanos engañados que prefieren su interés particular al bien general del Estado, y a los imprescriptibles derechos de ntro. desgraciado Rey” 20-02-1822 (Documentos para la historia de Manuel Belgrano, tomo III). Más tarde la guerra fue entre realistas y patriotas o españoles y americanos si bien conviene no perder de vista lo que escribe José María Pemán: “Es una denominación arbitraria y ligera esa de partido español y partido criollo (…) concepción demasiado simplista y fácil de este hecho, nos lo pinta como una rebeldía de los naturales frente a los españoles, cuando es lo cierto que fue una simple escisión civil de opiniones ante una innovación política” [12].

4ª idea: el trigo estuvo mezclado con la cizaña…

Sin embargo, reconocer las tres verdades anteriores no puede impedirnos ver cómo hubo tensiones que procuraban llevar los procesos históricos hacia otro destino: hacia el anti-hispanismo, hacia el liberalismo, hacia la anti-religión y el anti-clericalismo, hacia la tolerancia masónica etc.

Esto es lo que tempranamente denunciaba el Fraile Francisco Antonio de Paula Castañeda, testigo de aquellos años:

“(…) nos hemos ido alejando de la verdadera virtud castellana que era nuestra virtud nacional, y formaba nuestro verdadero, apreciable y celebrado carácter: nuestra revolución fue sin duda la más sensata la más honrada, la más noble, de cuantas revoluciones ha habido en este mundo, pues no se redujo más que a reformar nuestra administración corrompidísima, y a gobernarnos por nosotros mismos en el caso que, o Fernando volviese al trono, o no quisiese acceder a nuestras justas reclamaciones.

La revolución así concebida no contenía en sus elementos el menor odio contra los españoles, ni la menor aversión contra sus costumbres, que eran las nuestras, ni contra su literatura que era la nuestra ni contra sus virtudes que eran las nuestras, ni mucho menos contra su religión que era la nuestra.

Pero los demagogos, (…) impregnándose en las máximas revolucionarias de tantos libros jacobinos, empezaron a revestir un carácter absolutamente antiespañol; ya vistiéndose de indios para no ser ni indios, ni españoles: ya aprehendiendo el francés para ser parisienses de la noche a la mañana; o el inglés para ser místeres recién desembarcaditos de Plimouth”[13].

El propio General San Martín, el hombre que más instaba por medio de sus cartas a los congresales para que se atrevieran a declarar la independencia, sin embargo, no era ciego a las dificultades que aparecían en el horizonte. Estas dificultades son las que confía al representante por Mendoza, Godoy Cruz, en carta del 24 de mayo de 1816. Las tres principales que menciona son: el establecimiento de “un sistema de gobierno puramente popular (…) [con] tendencia a destruir nuestra religión”; “el fermento horrendo de pasiones existentes, choque de partidos indestructibles, y mezquinas rivalidades no solamente provinciales sino de pueblo a pueblo”; “los medios violentos a que es preciso recurrir para salvarnos (…) contrastando el egoísmo de los pudientes”. Tales problemas son los que, doscientos años después, siguen aquejando a la Argentina y a las naciones americanas.

“Las consecuencias de la revolución deben hacerse sentir necesariamente por muchos años y los dos grandes partidos de orden y anarquía que se encuentran en presencia deben continuar la lucha hasta que uno de los dos decida la cuestión de manera definitiva” (Carta a Tomás Guido 9 de enero de 1849).

“El inminente peligro que amenazaba a la Francia (en lo más vital de sus intereses) por los desorganizadores partidos de terroristas, comunistas y socialistas, todos reunidos al solo objeto de despreciar, no sólo el orden y la civilización, sino también la propiedad, religión y familia, han contribuido muy eficazmente a causar una reacción formidable a favor del orden” (Carta a Ramón Castilla, del 13 de abril 1849).

Agudas observaciones de un testigo privilegiado de los hechos que se producían en el mundo.

5ª idea: la independencia americana aún está por hacerse

Hay un texto por demás lúcido que, salido de la pluma de don Tomás Manuel de Anchorena, contiene tantas y tan jugosas apreciaciones que bastaría con estudiarlo a fondo para entender muchos aspectos de la realidad histórica americana desde hace doscientos años. Es una carta escrita el 12 de abril de 1842 a su primo Juan Manuel de Rosas, que en apariencia nunca fue enviada pero que consta en un cuaderno borrador de su propiedad de donde la tomó y publicó don Vicente Sierra [14].

Baste, por ahora, para no extendernos excesivamente con algunas de las líneas de Anchorena:

la independencia política de los americanos se ha convertido en una vergonzosa esclavitud a favor de todos los Estados de Europa y de la república norteamericana (…) mientras nosotros hemos estado ocupados en la guerra (…) los señores ingleses, norteamericanos, franceses y demás europeos, excepto los españoles nuestros padres, se han apoderado exclusivamente de todo el comercio exterior e interior del país, y de todos los ramos de industria, imponiéndonos la ley en todo, y aprovechándose de nuestros conflictos y necesidades.

Pero Anchorena nos proporciona sus reflexiones acerca de la solución posible:

“el único camino que nos queda para aliviar nuestra desgraciada situación es trabajar con el sincero esmero en restablecer la unión entre nosotros bajo unos mismos principios, un mismo dogma político y un mismo sistema, que debe ser el de la federación (…) En una palabra es preciso dictar buenas leyes, es decir justas y acomodadas a las circunstancias del país y observarlas con escrupulosidad”.

Conclusiones para el momento actual

No sería extemporáneo procurar hoy poner en práctica estos sabios consejos. Lamentablemente, los gobiernos americanos parecen estar empeñados en el camino contrario. Los buenos patriotas no podemos caer en el engaño, antes bien, al menos levantemos las banderas que indican que la forma de revertir la malograda independencia ha de ser la vuelta a la unidad, a la Verdadera Fe, a la Verdadera Iglesia, al respeto del derecho natural, a las buenas leyes y a su obediencia.

Los patriotas de 1816 seguramente tenían buenos motivos para quedarse tranquilos y dejar que a la Patria la hicieran otros. Sin embargo, optaron por el bien común, por el camino más difícil que había que sostener poniendo el cuerpo a las balas.

No olvidemos a quienes dieron su vida por la Patria, no olvidemos nuestro origen, no olvidemos que siempre es posible ayudar a otros y contribuir al bien común. Si negamos la verdad del pasado, seguiremos traicionando las obligaciones del presente, en orden al futuro, porque

La patria duerme como un niño, con la cabeza en el regazo de la historia.

Su sueño es dulce y reposado como el que sigue a la virtud y a la victoria.

La patria vive dulcemente de las raíces enterradas en el tiempo.

Somos un ser indisoluble con el pasado, como el alma con el cuerpo [15].

Dra. Prof. Andrea Greco de Álvarez

andrea.greco@ffyl.uncu.edu.ar

[1] Conferencia pronunciada el 8 de julio 2023 invitada por el Centro Revisionista Argentino.

[2] Esto ha sido estudiado con detenimiento y minuciosidad por nuestro maestro Enrique Díaz Araujo en su obra Mayo Revisado.

[3] Saavedra, Cornelio, Memoria autógrafa, Buenos Aires, 1 de enero de 1829, en Biblioteca de Mayo, Buenos Aires, Senado de la Nación, 1960: vol. II.

[4] Díaz Araujo, Enrique, Mayo revisado, Buenos Aires, Santiago Apóstol, 2005, p. 187-188.

[5] Irazusta, Julio, Tomás M. de Anchorena o la emancipación americana a la luz de la circunstancia histórica, 1949, en: De la epopeya emancipadora a la pequeña Argentina. Buenos Aires, Dictio, 1979, p. 226.

[6] Carta escrita poco antes de morir (+ 9 de abril 1847) cit. en Irazusta, J., Tomás M de Anchorena…, p. 221.

[7] “Crónica de las fiestas mayas”, en: Gaceta Mercantil, Buenos Aires, 27 de mayo 1836, n. 3893, p. 2 y 3.

[8] Carta escrita poco antes de morir (+ 9 de abril 1847) cit. en Irazusta, J., Tomás M de Anchorena…, p. 225. Díaz Araujo, Enrique, ”9 de julio 1816 La Independencia”, en: Decimos hoy, Buenos Aires, EDA, 2019, p 12.

[9] De la Torre Villar, Ernesto y otros. Historia documental de México. UNAM, Instituto de Investigaciones Históricas. Tomo II.

[10] Garriga, Carlos “Prólogo”, Agüero, A. et al, Jurisdicciones, soberanías, administraciones; Configuración de los espacios políticos en la construcción de los Estados nacionales en Iberoamérica, Córdoba, Editorial de la Universidad Nacional de Córdoba, 2018, p. 9.

[11] Tomás Pérez Vejo, “La construcción de las naciones como problema historiográfico: el caso del mundo hispánico”, p. 276. Historia mexicana, ISSN 0185-0172, Vol. 53, Nº. 2, 2003, págs. 275-311.

[12] Antonio Caponnetto, Independencia y nacionalismo, Buenos Aires: Katejon, 2016, p. 27. Carta de Manuel Belgrano a Cabañas 20-02-1822 (Documentos para la historia de Manuel Belgrano, tomo III). José María Pemán, Un laureado civil. Vida y hazañas de Don Domingo de Torres en los días de la Independencia de América, Madrid-Buenos Aires-Cádiz, Escelicer, 1944, p. 41-42 cit. en Caponnetto, ibidem.

[13] “El Teatro de Buenos Aires”, en: El Desengañador gauchi-político…, n. 2, Buenos Aires, [s/f, 1821], p. 27-28.

[14] Sierra, Vicente, Historia de la Argentina, Buenos Aires, Ed. Científica Argentina, t. IX,  p. 57.

[15] Bernárdez, Francisco Luis, “La Patria”, en: De poemas elementales, 1942.

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