Hace 150 años terminaban las entregas de una de las novelas más célebres salidas de la imaginación de Julio Verne.
Todo empezó con una apuesta de veinte mil libras. En el Reform Club, un exquisito local de caballeros situado en pleno corazón de Londres, la imaginación de Julio Verne había dibujado a uno de sus personajes más famosos: el impasible, puntual y rutinario Phileas Fogg. Enigmático, inglés de pura cepa, con un cierto aire a Byron.
“Pero a un Byron de bigote y patillas, a un Byron impasible, que hubiera vivido mil años sin envejecer”. Así lo describe el escritor francés. Un hombre dispuesto a jugarse la mitad de su fortuna para ganar el desafío y demostrar a sus compañeros de club que era posible dominar los nuevos medios de locomoción y conseguir lo imposible: dar la vuelta al mundo en un tiempo récord. Concretamente, en ochenta días.
“‘¿El señor va a viajar?’ –preguntó su nuevo ayudante, el francés Jean Passepartout, cuando este llegó a su domicilio en Saville-Row–. ‘Sí’ –respondió Phileas Fogg–. ‘Vamos a dar la vuelta al mundo’”. Fue el 7 de noviembre de 1872 cuando los lectores del diario Le Temps se embarcaron, en compañía de estos dos inmortales personajes, en una de las aventuras más fabulosas de la literatura, publicada por entregas desde aquel día y hasta el 22 de diciembre de 1872, el mismo año en el que se desarrolla la acción.
El éxito editorial de La vuelta al mundo en ochenta días, publicado como libro en enero de 1873, fue tal que Julio Verne se embarcó pronto en una adaptación teatral estrenada en el teatro de la Porte-Saint-Martin en 1874, con gran repercusión y entusiasmo del público.
No fue la única. Poco antes, el dramaturgo Édouard Cadol había colaborado con Verne en otra versión teatral que no obtuvo aceptación entre los directores de las salas de París. La cooperación entre ambos acabaría en litigio, cuando Cadol pretendió figurar como coautor de la obra. Tras un proceso legal, consiguió la mitad de los derechos de la famosa novela, como sostiene Piero Gondolo Della Riva, vicepresidente del Centro Internacional Jules Verne y uno de los más reputados expertos en la obra y figura del autor de Nantes.
La idea primigenia de La vuelta al mundo en ochenta días brotó en la mente de Julio Verne después de leer un artículo periodístico en el verano de 1869 acerca de las nuevas posibilidades de transporte creadas al calor del progreso tecnológico. Dar la vuelta al mundo parecía, ahora sí, algo al alcance de la mano.
“Para Verne fue posible escribir este libro en 1872 porque era el único año en que se podía dar la vuelta al mundo en 80 días, dado que en 1869 se había inaugurado el ferrocarril americano que unía el Pacífico con el Atlántico (10 de mayo de 1869) y el 17 de noviembre del mismo año se había estrenado el canal de Suez en Egipto”, sostiene Gondolo Della Riva.
Posible sobre el papel y en la realidad
“La obra de Julio Verne está en sintonía con el progreso técnico e industrial de su época, pero también con la situación geopolítica y los inicios de la globalización. Esta aventura es fascinante porque constituye la primera concreción ficcional de un viaje que se ha convertido, gracias a las obras realizadas y las infraestructuras puestas en servicio, en algo teóricamente posible”, añade Emmanuelle Grunvald, subdirector del Museo Jules Verne de Nantes.
Un viaje imaginario, sí, pero con trazos de realidad. “La verosimilitud con la que Verne inserta su relato fue fascinante. Primero, al publicarla por entregas en un periódico. El imaginario de la época y la forma en la que el periódico manejó la situación hizo que las personas la pudieran seguir en tiempo real y que pareciese una realidad”, argumenta Ariel Pérez, presidente de la Sociedad Hispánica Jules Verne.
La mítica aventura de la vuelta al mundo forma parte de la serie “Viajes extraordinarios”, iniciada con la publicación en 1863 de la novela Cinco semanas en globo. En palabras del editor de Julio Verne, Pierre Jules Hetzel, este conjunto de historias suponía una invitación para descubrir “mundos conocidos y desconocidos”, con la finalidad de resumir “todos los conocimientos geográficos, geológicos, físicos y astronómicos” acumulados por la ciencia moderna.
Verne emplea esencialmente el ferrocarril y los viajes por mar en barcos de vapor, los dos grandes medios de locomoción de la época, para construir su apasionante viaje. El avión todavía no se había inventado; el globo, que podría ser una opción, es descartado por su lentitud. El intrépido Fogg no duda en hacer uso de otras soluciones como el elefante o, incluso, un trineo para recorrer distancias cortas.
“Verne no se inventa nada. Utiliza lo que tiene a mano, y con ello traza un plan creíble y realizable”, argumenta Ariel Pérez. “Es espectacular cómo le saca partido a la tecnología de esa primera Revolución Industrial para que el viaje de Fogg sea trepidante”, agrega Eduardo Rolland, periodista y presidente de la Sociedade Jules Verne de Vigo.
Fogg ganó la apuesta de veinte mil libras a sus camaradas del Reform Club, pero, muy pronto, viajeros de carne y hueso hicieron suyo el desafío y trataron de pulverizar el récord ficticio planteado en la novela de Verne.
En 1889 la periodista estadounidense Nellie Bly se convirtió en un icono nacional cuando el New York World, el periódico para el que trabajaba, la envió a dar la vuelta al mundo en un intento de superar la aventura de Phileas Fogg. La periodista viajó sola, se subió a un barco de vapor con destino a Inglaterra y regresó a casa setenta y dos días después, consiguiendo batir el récord.
En su fascinante periplo, no solo había vencido a la fantasía inagotable de Julio Verne, sino también a Elizabeth Bisland, una reportera rival enviada a recorrer el mundo con el mismo propósito por el periódico neoyorquino Cosmopolitan, aunque esta última viajando en sentido contrario.
Durante su viaje, Bly tuvo ocasión de parar en Amiens y conocer al mismísimo Julio Verne. “Si lo logra en setenta y nueve días, aplaudiré con las dos manos”, le dijo el escritor francés. El brindis entre ambos terminó con un “Good luck, Nellie Bly” (buena suerte, Nellie Bly).
Aunque ya era una famosa periodista, la aventura alrededor del mundo convirtió a Bly en un icono estadounidense, un símbolo del valor y la imaginación para superar barreras en un mundo atravesado por barcos de vapor y vías férreas transcontinentales. Una heroína que recorrió treinta y cinco mil kilómetros sola. Gracias a sus crónicas, el planeta se convirtió en un lugar accesible para todo el mundo.
En 1901, el también periodista Gaston Stiegler asumió la apuesta realizada por Le Matin, el periódico para el que trabajaba, de realizar la circunnavegación del globo en menos de ochenta días, siguiendo la estela de la novela de Verne. En una carta, el creador de la famosa novela le animaba con estas palabras: “Lo lograrás. Y Phileas Fogg no se pondrá celoso si lo relegas a un segundo plano. Y ahora buena suerte”.
Poco más de dos meses después, una multitud enfebrecida recibía en una abarrotada Gare du Nord al nuevo héroe, que acababa de recorrer 34.448 kilómetros en tan solo 63 días y 16 horas.
La vuelta al mundo en el siglo XXI
“Mi pasión por los viajes surge en ese tipo de libros. Para toda una generación de viajeros, ese viaje y su lectura más allá de la ficción constituyeron un desafío y una manera de entender el viaje, y continúan siendo un motivo de inspiración para los viajeros del siglo XXI”, asegura el experimentado trotamundos Pere Ortín.
Los emuladores contemporáneos de la aventura de Phileas Fogg son múltiples. Entre ellos podemos citar a los intrépidos navegantes que participan en el Trofeo Jules Verne o el insólito viaje virtual de la artista Gwenola Wagon, quien, entre 2011 y 2012, siguió los pasos del personaje de Verne a través de Google Earth, como recuerda Emmanuel Grunvald.
¿Cuánto tiempo costaría en la actualidad repetir la hazaña de Phileas Fogg? Son muchas las simulaciones de viaje modernas realizadas para tratar de contestar a esa pregunta. “Habría que desembolsar unos cuatro mil euros, recorrer 36.000 kilómetros, visitar nueve países y la duración total sería de once días. Eso es lo que hubiera tardado Phileas Fogg si hubiera hecho su viaje en el siglo XXI”, explica Ariel Pérez.
En la primera etapa entre Londres y Suez, el británico empleó siete días utilizando el tren y el barco de vapor como transporte. Hoy en día, en avión hasta El Cairo y en autobús para cubrir la distancia hasta Suez, el trayecto se realizaría en unas siete horas y media.
Navegando entre el mar Rojo y el océano Índico, Fogg tardó trece días en recorrer la distancia entre Suez y Bombay. Ahora mismo, tomando un avión con escala en Abu Dabi tardaríamos cinco horas y media.
En tren de Bombay a Calcuta, el legendario viajero gastó tres días. En un vuelo doméstico, el trayecto apenas nos llevaría dos horas y media en la actualidad. A su vez, para viajar de Calcuta a Hong Kong, el inglés atravesó el mar de la China Meridional en el barco de vapor Rangoon durante trece días; nosotros, tras hacer escala en Singapur, emplearíamos algo menos de nueve horas de vuelo.
Frente a los seis días que les llevó a Fogg y Passepartout llegar en barco desde Hong Kong a Yokohama, hoy día esa distancia se completaría en un vuelo de tres horas y cincuenta minutos. Desde la ciudad japonesa hasta San Francisco, el personaje de Verne atravesó el océano Pacífico durante veintidós jornadas a bordo del General Grant; en nuestros días, llegar al continente americano en avión apenas sobrepasa las nueve horas.
Para recorrer Estados Unidos de costa a costa, Fogg se desplazó en tren durante siete días. El viajero del siglo XXI no tardaría más de cinco horas y media en concluir esta etapa entre San Francisco y Nueva York en avión.
Nueve días empleó el famoso viajero del siglo XIX en regresar a Londres a tiempo y ganar su famosa apuesta. Para ello se desplazó en barco de vapor a través del océano Atlántico hasta Liverpool y, una vez allí, tomó un tren hasta la capital británica. Nosotros, en poco más de día y medio habríamos emulado la gesta de Phileas Fogg.
Incluyendo escalas y estancias, la vuelta al mundo del siglo XXI sería ocho veces más rápida que la del aventurero británico y, desde luego, mucho más económica.
“Fogg es absolutamente inglés, empezando por el hecho de dar una vuelta al mundo por una apuesta cerrada entre caballeros en un club privado de Londres”, sostiene Josep María Palau, director de la revista Viajar. Su carácter flemático es uno de los rasgos que definen a un personaje empeñado en una carrera contrarreloj como prueba del imparable empuje del progreso.
“Él es el cronómetro; su compañero Jean Passepartout encarna el viaje turístico, cuyo objetivo es el descubrimiento de los paisajes y culturas del mundo”, considera Emmanuelle Grunvald. Inmerso en el reto de la velocidad, Fogg no se detiene, no se relaja, no para nunca la marcha. En su cuaderno de viaje apunta minuciosamente los lugares que atraviesa, la hora exacta, los medios de transporte utilizados.
¿Queda algo de su esencia hoy en día? “Ya no existen ni esos viajes ni esos viajeros”, contesta Eduardo Rolland. Curtido en mil viajes, el también periodista y documentalista Pere Ortín, director durante diez años de la revista de cultura viajera Altäir Magazine, imagina un Phileas Fogg del siglo XXI muy distinto al legendario personaje. “Verne le dibujaría hoy en día como un slow traveler, experimental, un viajero interesado en conocer y participar en otras maneras de ver el mundo”.
¿Y qué fascinantes viajes alumbraría la prodigiosa imaginación de Verne si el genio francés viviese en nuestros días? “Sin duda, las nuevas fronteras que plantea el cosmos, la posibilidad de que existan otras civilizaciones más allá de nuestro universo, hubieran sido un terreno abonado para su imaginación”, afirma Josep María Palau.
“Verne hoy escribiría argumentos de series de ficción espectaculares. De hecho, su fórmula literaria es el folletín por entregas, que logra mantener la atención del espectador, que usa el cliffhanger para crear suspense en cada capítulo”, asegura Eduardo Rolland.
Historias maravillosas y fascinantes que, tal vez, como opinan algunos especialistas, tendrían como escenario planetas lejanos y desconocidos, “pero siempre poniendo a viajar a sus protagonistas en medios existentes, nunca en medios de transporte inventados o violando leyes físicas y naturales” concluye Ariel Pérez. Imaginación y realidad: la perfecta mezcla para hacer de cualquier viaje una experiencia inolvidable.
Gentileza:
Beatriz Genchi
Museóloga-Gestora Cultural-Artista Plástica.
Puerto Madryn – Chubut.
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