Dino de Laurentis puso más de 2 millones de dólares para que Carlo Rambaldi (el mismo que luego hizo a E. T.) creara al animatronic de King Kong. La obra presentaba algunas dificultades: para hacerlo con la mejor tecnología se tardaría mucho tiempo y saldría mucho dinero. De Laurentis fue por una opción más barata con sistemas hidráulicos que nunca funcionó. De todos modos, King Kong, salió a escena en algunas tomas y en otras se filmó con una persona disfrazada. Nunca se imaginaron que “su criatura” iría a correr peligro de muerte a miles de kilómetros al sur. Más precisamente en Mar del Plata, la ciudad marítima más grande de Argentina.
Era el año 1976, cuando Dino de Laurentis fue dueño de un éxito descomunal a nivel internacional con King Kong. El gorila, después de un largo viaje, llegó a la Argentina, metido en 19 cajones enormes en las bodegas de un buque de la Empresa de Líneas Marítimas Argentinas. Una vez arribado su recorrido fue corto, del puerto de Buenos Aires lo llevaron al centro de exposiciones de la Sociedad Rural donde recibió el madrinazgo de la famosa presentadora de TV Pinky. Mientras todo esto era transmitido en vivo por el canal de la TV Pública.
En los afiches de la época se veían ilustraciones y fotos del gigante con titulares que promocionaban su llegada: “King Kong en Palermo”, “Kong Kong actuará en La Rural”, “Mar del Plata, la única ciudad turística del mundo que recibe a la octava maravilla: King Kong”. En una de las promociones en la prensa de la época, el gorila amenazaba a la población apostado contra un edificio de Havanna, la clásica marca marplatense.
Nada de lo que prometían en la publicidad era cierto: el show era una estafa. Todo se resumía a unos números circenses y una aparición de King Kong de menos de 15 minutos. Había un gran telón desde donde se escuchaban, cada tanto, sonidos guturales que daban la pista de que estaba ahí atrás, pero pasaba el tiempo y el gorila no aparecía. Llegando al final los sonidos se hacían más fuertes, caía el telón y aparecía la Bestia, que movía torpemente los brazos y simulaba romper unas cadenas. En la animación mecánica todo era muy lento y raro.
En esa aparición, apenas si movía los brazos y un poco la cabeza. Por eso, después de cuatro meses atravesados con más pena que gloria, los empresarios que trajeron a la criatura decidieron probar suerte en Mar del Plata donde los esperaba el hoy desaparecido estadio Bristol. Cuando llegaron se dieron cuenta de que King Kong era más alto que el techo. Por eso debieron excavar el suelo para darle más espacio a la bestia y con esas modificaciones perdieron el mes de enero que es el más concurrido por los turistas.
Volvieron a llenar el evento de números de circo y unos musicales como para que todo durara algo más de media hora y la estafa se notara menos; pero eso fue difícil porque en Mar del Plata cobraron la entrada el doble del valor que habían cobrado en Buenos Aires. Ya el debut del 1 de febrero no fue con éxito, una parte del público ya lo había visto en Buenos Aires y el resto de los turistas que quedaban no mostraron el menor interés. La falta de público fue una constante todo ese mes y en marzo la temporada de verano llegó a su fin. La visita de King Kong a Mar del Plata fue uno de los grandes fracasos históricos en cuanto a espectáculos de esa ciudad. Posteriormente las demandas y las pérdidas de dinero comenzaron a hacer presión sobre los responsables del espectáculo. La gira debía continuar por Brasil pero los responsables de montar la carpa en el estadio Bristol, ante la falta de pago, la desmantelaron y el animatronic de Carlo Rambaldi quedó un tiempo a la intemperie hasta que alguien se apiadó y lo tapó con una lona. El clima y la salinidad del aire al estar cerca del mar comenzaron a dañar el pelo de caballo con que estaba hecho y también se había comenzado a dañar la maquinaria de la animación robótica. A todo eso se sumó que la Sociedad de Derechos de Autor para la música Argentina, SADAIC, embargó al gorila por una deuda con intereses por derechos de autor no abonados. Los empresarios brasileros también iniciaron sus demandas por que King Kong no llegaba a su país y se caían los contratos, mientras que los licenciatarios de Estados Unidos hacían responsables a los empresarios argentinos.
Para colmo de males, como no se estaba pagando el alquiler del estadio Bristol para albergar al robot gorila en ese lugar, los encargados del estadio debieron trasladar al equipo con grúa a un lugar donde no ocasione molestias y entonces King Kong terminó arrojado en un descampado cercano a la cárcel de Batán y a una villa miseria. Allí entre escombros, las ratas, el clima y los lugareños fueron desmantelando parte de sus componentes. A partir de aquí, y hasta el año 2017 la historia del final de King Kong corrió por dos carriles, porque había quienes afirmaban que King Kong había sido totalmente vandalizado hasta desaparecer en Batán y otros decían que se lo habían llevado a un lugar incierto del conurbano.
En 2017 se pudo conocer el verdadero final. El historiador marplatense Fernando Soto Roland cruzó diferentes datos, se entrevistó con la gente debida y siguió los pasos de King Kong. Entonces descubrió que lo que quedaba del animatronic fue escoltado por la policía hasta Buenos Aires, donde estuvo un tiempo en un galpón del barrio porteño de Villa Devoto antes de ser trasladado a EEUU para ser reparado y después cumplir, con atraso, sus compromisos en Brasil.
Gentileza:
Beatriz Genchi
Museóloga-Gestora Cultural-Artista Plástica.
Puerto Madryn – Chubut.
Sé el primero en comentar en «Siguiendo a King Kong – Por:.Beatriz Genchi»