Las heladeras y las fábricas de hielo extinguieron a los collas hieleros. Este noble oficio tuvo su rol importante en la vieja Salta de los siglos XVIII y XIX cuando las montañas exponían todavía los últimos resabios de los hielos del Pleistoceno y cuando la tecnología no había descubierto aún la manera de fabricar hielo de manera independiente a la temperatura ambiente. Cosa que vendría acompañada de la física de los gases y la termodinámica algún tiempo después hasta convertir el hielo en un bien doméstico al alcance de la mano.
Dice Filiberto de Mena en 1791 y lo ratifica nuevamente Paolo de Mantegazza en la década de 1850, que las viejas familias de Salta consumían helados que fabricaban con los hielos que se bajaban desde las montañas del oeste o Nevados de Castillo. Los encargados de este singular trabajo eran los collas hieleros, hombres preparados por naturaleza para soportar el rigor de la dureza y la hostilidad de la montaña por arriba de los 4500 m de altura. Como aquellos salineros que aún hoy cortan los panes de sal en la Puna, los cargan en sus animales y luego cruzan las altas cumbres para llevarlos a los valles inferiores donde los venden o los truecan. Desconozco si existen escritos o documentos que rescaten la historia de los hieleros de Salta. Esto que les comparto lo recibí en primeria instancia de guías turísticos que me insto a investigar.
Por suerte los ecuatorianos registraron en sendos documentales la vida y el trabajo de los hieleros del Chimborazo. Entre ellos se encuentra el filme “El tiempo congelado” que muestra la vida de Baltazar Ushka, el último hielero del volcán Chimborazo, quien por más de 30 años realizó el duro trabajo de bajar con sus animales panes de hielo de las altas cumbres a más de 5000 m de altura y llevarlos hasta el mercado de Riobamba para venderlo por unos pocos pesos. Se trata de un trabajo extremadamente sacrificado y hasta heroico. Hay que levantarse antes de la salida del sol, acondicionar los animales y emprender la subida por huellas estrechas y peligrosas, a veces montado y otras a pie, para llegar luego de seis horas de marcha extenuante hasta la base de los glaciares. A todo esto Baltazar apenas viste un poncho, una bufanda y ojotas con las cuales soporta el frío gracias a su largo aclimatamiento.
El épico hielero tiene guardadas allí algunas herramientas rústicas como picos y hachuelas que le permiten limpiar el frente del hielo glaciar, cavarlo por los costados, desprender finalmente un bloque grande al cual reducirá hasta convertirlo en panes del tamaño y peso apropiado para el lomo de los animales. Los panes son prolijamente envueltos en paja que se ata con sogas trenzadas con la misma paja amarilla y dura de la montaña. Un trabajo artesanal digno de verse. Finalmente y luego de varias horas de labor, con las manos ateridas, comienza el descenso montaña abajo hasta llegar a su humilde rancho donde se descargan y acondicionan los bloques que serán finalmente llevados al día siguiente al mercado del lugar. No muy distinto debió ser el trabajo de los collas hieleros en nuestra vieja Salta.
Al respecto Mario Cabanillas, ingeniero salteño, comentaba lo que aquí comparto: “Hace unos años andaba a caballo por la zona de Calderilla, aguas abajo de la serranía del Abra de Ovejería a unos 4600 m.s.n.m. Desde allí se ve un cerro que es como un embudo, al que llaman “El Niviadero” y al pie nace el río de Las Nieves. El tema es que lugareños me comentarón, que al pie del embudo donde nace el río, nunca da el sol y por tanto hay hielos todo el año. Y que desde allí sacaban los panes de hielo para traer a la ciudad. Había gente que cortaba los panes de hielo todo el día, a la tardecita cargaba la mulas y viajaban de noche para llegar con los panes a la ciudad a la mañana temprano con el hielo sin derretir”. Recalca Cabanillas que siempre cuenta esa anécdota, como un buen ejemplo de los negocios y oficios que cumplieron con su ciclo de vida y dejaron de existir.
Conversando sobre el mismo asunto y en igual sentido Teresa Piossek Prebisch, prestigiosa escritora e historiadora tucumana, señala lo siguiente “Con respecto al tema contaré un dato histórico, no aportado por algún viajero extranjero, sino por mi madre y no respecto de Salta, sino de Jujuy. Ella nació en 1888 y contaba que cuando iba a veranear a la casa de sus abuelos jujeños, en la ciudad de San Salvador, recordaba que llegaban collas bajando del cerro, trayendo en las árganas bloques de hielo para hacer helados. Es decir, que la nieve y el hielo estaban a un nivel tan bajo, que permitía que los bloques llegaran prácticamente sin derretirse a la ciudad de Jujuy, en pleno verano. Por lo que deducen los entendidos; que el clima -al menos en el NOA-, era más frío y la nieve y el hielo llegaban hasta un nivel más bajo”.
Efectivamente la llamada “Pequeña Edad de Hielo” tuvo un efecto importante entre aproximadamente 1550 y 1850 cuando los cerros se cubrieron con nieve, que se transformó en hielo y se superpuso y protegió al hielo más antiguo y endurecido como una roca. En la Antártida era motivo de diversión proveerse a martillo limpio de hielos duros y azules de muchos miles de años de antigüedad para hacer cubitos para aplicarlos a bebidas “on the rock”. Los geólogos buscában a propósito los más añejos para competir sobre quién ponía en su vaso el hielo más antiguo. Los viejos salteños debieron tener el privilegio de beber sus helados fabricados con hielos fósiles de las últimas glaciaciones cuaternarias. O sea hielos formados cuando un desconocido Valle de Lerma estaba aún habitado por grandes mastodontes, gliptodontes, megaterios y temibles tigres dientes de sable.
Gentileza
Beatriz Genchi.
Museóloga-Gestora Cultural-Artista plástica.
Puerto Madryn – Chubut
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