Calles aledañas a la cancha de Boca Juniors en Buenos Aires, el 9 de marzo.ENRIQUE GARCIA MEDINA
Uno de los equipos más populares de Argentina quiere ampliar su cancha, pero necesita terrenos que hoy están urbanizados
Unos 15 metros separan las casas más antiguas de la Buenos Aires que nació en los puertos y el estadio más eufórico del fútbol argentino. El mito de que La Bombonera, la cancha de Boca Juniors, late cuando se llenan sus tribunas está probado por un sismógrafo: hace unos años el aliento de sus fanáticos midió más de seis puntos en la escala Richter. El resto es ingeniería. El estadio fue construido con hormigón armado y aguanta el peso de los fanáticos a pesar de las rajaduras. Pero hace unas semanas, un video viral de una grieta entre los pies de los fanáticos terminó con la inhabilitación judicial de una de las bandejas que suele ocupar la barra brava. La furia de la 12 se trasladó entonces a los vecinos:
El canto de las tribunas iba en contra de los residentes de la calle Iberlucea, dos manzanas que quedaron pegadas al costado del estadio cuando se inauguró en 1940. La Bombonera, levantada entre los conventillos y las casas bajas del corazón del barrio de La Boca, en el sur popular de Buenos Aires, nació incompleta: en un espacio estrecho, quedó como una herradura de tres bandejas y una tribuna baja abierta hacia el barrio. Su ampliación es una discusión que lleva décadas, y estas semanas, mientras su eterno rival, River Plate, reinauguró su estadio con 83.000 butacas, ha vuelto a la agenda. Boca tiene más de 300.000 socios y un estadio que apenas puede recibir a 54.000. La mayoría de los vecinos afirma que están listos para vender, pero una vida entera de barrio familiar no se entrega cualquier precio. Y no escuchan ofertas desde hace años.
“El club nunca tomó la decisión de hacer una oferta concreta”, afirma Pablo Abbatángelo, arquitecto y socio de Boca Juniors. Secretario del colegio profesional inmobiliario de la ciudad, antiguo director de obras del club y nieto del presidente del equipo que ordenó la construcción del estadio hace casi 80 años, Abbatángelo también estuvo a cargo del último sondeo serio que se hizo entre los vecinos en 2017. Su relevamiento contó 129 “unidades funcionales”, casas, pisos y negocios por los que se debería negociar la compra. “De este relevamiento surge que el 65% de los propietarios estaban en condiciones de vender ya, otro 20% tiene algún problemita de papeles totalmente subsanable, como una sucesión inconclusa, y el 15% restante tiene cierto afán especulativo”, cuenta. Según los cálculos de entonces, Boca Juniors debía pagar unos 19,6 millones de dólares para hacerse con las dos manzanas que necesita para la ampliación. “Aunque el mercado inmobiliario sufrió una merma en los últimos años”, afirma el arquitecto, “entendemos que hoy el valor ronda los 15 millones de dólares”.
La Boca es un barrio con una identidad tan profunda que se hace llamar república. Los inmigrantes genoveses que le dieron color a sus casas de hojalata a finales del siglo XIX también quisieron formar una nación para jurarle lealtad a Humberto I de Saboya, el penúltimo rey de Italia. Diluida la herencia italiana en un siglo, le queda la identificación con Boca Juniors, los lazos entre sus vecinos y el estigma de ser uno de los barrios más peligrosos de la ciudad.
Basta con visitarlo mientras despierta para pensar lo contrario. Un jueves a las ocho de la mañana, la calle Iberlucea se levanta de a poco entre los vecinos que sacan la basura, pasean perros o se van a trabajar. La mayoría se quedó con miedo por las amenazas de la barra que llegaron desde las tribunas, pero ninguno se niega a hablar.
Rubén cuenta que vive en el barrio desde hace 52 años y que vendería, pero piensa que dejar su casa de cuatro ambientes, sin gastos y con terraza por lo que se paga el metro cuadrado en el barrio sería un suicidio. Con ese dinero no podría comprar algo semejante en otra zona de la ciudad. “Si al menos nos ofrecieran una platea a cambio de lo que vamos a gastar en expensas”, lamenta.
María del Carmen tiene 58 años en el barrio. Es fanática de Independiente, otro equipo poderoso de Buenos Aires, pero entiende que es importante para Boca y el barrio que el estadio se amplíe. “Si me pagan lo que quiero, vendo”, afirma. “Dicen que no queremos vender y es mentira, lo hacen para que los socios del club se enojen con nosotros”. Ezequiel, de 34 años, vivió toda su vida en el barrio. Desde la terraza del edificio donde vive tiene una vista de lujo sobre todo el estadio.
Alejandro Santucco, antiguo taxista de 57 años, cuenta que creció en La Boca y que volvió para cuidar a su madre, que ya ha pasado los ochenta. Antes de que la administración del expresidente del equipo y del país, Mauricio Macri, levantara palcos de lujo en las plateas donde se proyectaba la ampliación, desde su balcón se podía ver la cancha. “Cuando Maradona llegó a jugar al club en 1982, los fanáticos me ofrecían monedas para subir a ver el partido desde mi casa”, recuerda. “No podría imaginarme una vida fuera del barrio”. Santucco también resume el pensamiento de muchos de sus vecinos: “Si piensan comprar solo por lo que cuesta el metro cuadrado del barrio la respuesta es un no rotundo”.
“Si vos tenés un Fiat 600 y con su venta te querés comprar el último Mercedes Benz, seguro que la ecuación no te va a dar”, responde el arquitecto Abbatángelo. “Pero lo entiendo, yo nací en el barrio y quiero que esto sea una negociación en donde ambas partes resulten beneficiadas. Ya se ha extendido por 25 años y debería tener una solución”.
Abbatángelo, que preside una organización partidaria del club llamada La Bombonera, afirma que la gran batalla “cultural” que ha querido dar su agrupación ya se ganó: tras décadas de planes para ampliar el estadio, una voz mayoritaria tiene claro que Boca no se puede ir del barrio. Los dos proyectos que se manejan ahora incluyen adquirir las dos manzanas y cerrar el estadio o comprar solo las parcelas que miran sobre la calle Iberlucea para ampliar la tribuna actual. Un vecino, Rubén Lopresti, de 53 años, afirma que junto a 67 vecinos de esas parcelas están listos para negociar. “Todos somos hinchas del equipo o le tenemos cariño”, dice. “Pero los vecinos viven acá hace tanto tiempo que les deberían pagar algo más. Lo único que recibimos son amenazas de que vendrán con topadoras”.
Hace unas semanas, el arquitecto Alejandro Csome contaba en un hilo de Twitter que en 1938, cuando se comisionó el estadio, las normas de construcción tenían un coeficiente de seguridad tan alto que el estadio usó mucho más acero del que necesitaba. Tanto como para sostener a 10 personas de 75 kilos por cada metro cuadrado. Pasarán los años, pasarán jugadores, quedarán menos vecinos y La Bombonera, aún resquebrajada, estará ahí.
Fuente:https://elpais.com/argentina/2023-03-11/la-batalla-sin-fin-de-boca-juniors-contra-los-vecinos-para-ampliar-su-estadio.html
Sé el primero en comentar en «La batalla sin fin de Boca Juniors contra los vecinos para ampliar su estadio»