Si tuviéramos que destacar un rostro reconocible en el taller de Diego Velázquez, pintor barroco español considerado uno de los máximos exponentes de la pintura española y maestro de la pintura universal, sin duda, sería el de Juan de Pareja. Nacido probablemente en 1610 en Sevilla o Antequera, sabemos por las descripciones de Palomino que el esclavo de Velázquez “de color extraño” -por su procedencia morisca-, ayudaba a moler y preparar los colores y lienzos en el taller del pintor sevillano. Parece que entre estas tareas y cuestiones humildes fue descubriendo a espaldas de Velázquez los secretos del dibujo y la pintura hasta adquirir cierta habilidad reconocida por su propio maestro y el rey Felipe IV dentro de una anécdota, célebre en las crónicas de Palomino, en la cual el morisco dejó un cuadro pintado por él mismo vuelto hacia la pared, hecho que despertó la curiosidad del monarca que quiso verlo y quedó admirado por la nobleza de una obra impropia de la mano de un esclavo.
La pícara anécdota, más dada al capricho que a la realidad, sin embargo, ayuda a situar a Pareja junto a Velázquez en la Corte madrileña. De una forma objetiva la primera noticia del morisco en Madrid la encontramos ya en 1634 cuando ejerció como testigo de la dote a Francisca de Velázquez con motivo del enlace con Juan Bautista Martínez del Mazo. Desde entonces conocemos alguna acta notarial más en la que aparece su nombre, aunque, podemos saber que permanece activo en el ajetreado taller velazqueño hasta 1649, año en el que acompaña a Velázquez a Roma en su segundo viaje a Italia por encargo de Felipe IV para adquirir obras de arte y contratar artistas que dominaran especialmente la técnica del fresco.
Por entonces, en 1650 la ciudad eterna celebraba en el Panteón de Agripa una exposición por la fiesta de San José organizada por la Congregación de Virtuosos del Panteón, una importante cofradía de pintores romanos. Para la muestra, Velázquez presentó el espléndido retrato de Juan de Pareja realizado “para hacerse la mano”, antes de pintar el retrato del papa Inocencio X.
La obra, de extraordinaria introspección, por una parte, muestra la espontaneidad y la facilidad en el género de Velázquez y, por otra, la relación de simpatía y afinidad entre el genio y Pareja. El año de 1650 sería también especialmente significativo para el esclavo moro al concederle Velázquez la carta de libertad y, aunque esta se hizo efectiva en 1654, Pareja volvió a Madrid y permaneció junto al pintor de Sevilla y su yerno Martínez del Mazo, hecho que revela su fidelidad que duraría incluso hasta la muerte de Velázquez.
Ya con el permiso de ejercer la profesión de pintor, la obra de Pareja se desarrolla dentro del testimonio velazqueño; destaca su habilidad en el retrato y la imitación de la técnica fresca y verdadera de Velázquez, lo que mantiene el debate candente al atribuir ciertas obras en la mano del maestro o el pintor morisco. En las escenas religiosas, en cambio, lo encontramos algo más despegado de Velázquez al insertar un mayor barroquismo en la composición, una luminosidad más estridente y una mayor gama de colores que lo acercan a artistas como Francisco Rizi o las nuevas tendencias que abrazará Claudio Coello. Sabemos que durante sus últimos años estuvo trabajando independientemente en varias capillas en Madrid extendiendo el estilo de su maestro, quizá el su último servicio hasta su muerte en 1670.
Gentileza;
Beatriz Genchi
Museóloga-Gestora Cultural-Artista Plástica.
Puerto Madryn – Chubut.
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