HO – PRESIDENCIA
Estamos viviendo un proceso de transferencia de riqueza desde el sector productivo hacia el ámbito burocrático
Con la siguiente fábula china, “La astucia del cazador”, los invito a reflexionar acerca de la falta de iniciativa constructiva y el uso de relatos ventajeros de corto plazo, pero con altos costos futuros, sabiendo que a la hora de pagar las cuentas van a usar las billeteras de los que se esfuerzan y producen. El resultado es demasiado evidente: un relato rico en palabras, pero vacío de protagonistas productivos.
Al sur del reino de Chu vivía un cazador que sabía manejar como nadie su flauta de bambú. Con ella conseguía imitar los sonidos de cualquier animal y la usaba para cazar. Cuando quería atraer a la liebre hacía sonar la flauta e imitaba su sonido. La liebre acudía a él y así conseguía atraparla.
Pero un día imitó el sonido de un ciervo y, en lugar del ciervo, acudió un lobo, pensando que allí encontraría su alimento: el ciervo. El cazador se asustó al ver al lobo y decidió imitar el sonido del tigre para asustar al lobo. Lo consiguió: el lobo salió huyendo, pero a la llamada se acercó un tigre. Para asustarlo, el cazador hizo el sonido del oso, el animal más terrible de aquel lugar. El tigre se alejó corriendo, pero entonces apareció un enorme oso. El cazador, sin saber qué hacer, acabó en las garras del inmenso animal.
Moraleja: “Aquel que usa el artificio en lugar de utilizar sus propias fuerzas, tarde o temprano terminará por encontrar su justo destino”. La mentira, de hecho, siempre termina provocando algún problema más grave que el inconveniente original que se quiso eludir con esa mentira, como es el caso de esta fábula.
El camino más corto no es necesariamente el más inteligente. Pero eso supone un mayor esfuerzo, que no todo el mundo está dispuesto a asumir.
El camino más corto no es necesariamente el más inteligente. Pero claro, eso supone un mayor esfuerzo, que no todo el mundo está dispuesto a asumir. Amigo lector, por querer alcanzar fácil a un ciervo con un relato vacío nos va a atrapar un oso.
Mientras el relato vacío de contenido dice que el único que puede ayudar es el Estado, se dinamita la capacidad del ciudadano de valerse por sí mismo, generando la profecía autocumplida de tener que depender del Estado. Perdón, me corrijo, ya no del Estado, sino de la voluntad de los administradores de ese Estado.
El exceso de regulaciones y controles no mejora la distribución de la riqueza, sino que afecta la generación de esa riqueza. Con una alta discrecionalidad estatal solo se logra aumentar la brecha entre los márgenes de intermediación. Estamos viviendo un proceso de transferencia de riqueza desde el sector productivo hacia el ámbito burocrático.
Había una vez un país muy lejano en el que sus habitantes no tenían problemas con el precio de los pollos. Un día, por la necesidad de dólares, el gobierno de ese país elevó el precio del grano utilizado para alimentarlos, entonces los granjeros, ante la suba de sus costos, ya no podían vender su producción de forma rentable. Lamentablemente, esto significó que la única manera para que los agricultores evitaran sus pérdidas era matar a los pollos. El pueblo se quedó sin su alimento preferido. El relato gubernamental proclamaba la necesidad de crear un sector industrial, pero ese país solo terminó vendiendo materias primas.
Este es solo un ejemplo de las consecuencias imprevistas de la excesiva intervención burocrática que impide el funcionamiento de las ventajas del libre mercado.
Los precios nos dan información vital sobre nuestra economía. Señalan los recursos escasos, indican los deseos de los consumidores e impulsan el espíritu empresarial y la innovación. Pero cuando el gobierno intenta limitar los precios para “proteger” a los consumidores, esta información se distorsiona y son los consumidores los que terminan pagando el precio de esa ineficiencia.
El impulso emocional de querer controlar los precios es entendible cuando uno ve la cuenta del supermercado o la factura de la obra social, pero ya está demostrado que la suba de precios es la consecuencia y, en lugar de atacar las causas, solo se limita al que produce, provocando menos producción y, con ello, menos oferta y más subas de precios.
Las siguientes distorsiones enunciadas me hacen pensar que el relato llama al ciervo, pero se nos viene un oso:
1. ¿Alguna vez le ocurrió que le rechacen en un comercio su tarjeta de crédito? ¡Qué fea es la sensación de vergüenza al escuchar la fría sentencia “sin fondos”! Enseguida empezamos a buscar excusas o culpas, en el banco, en alguien de la familia o en el posnet del comercio y el comerciante cada vez nos mira con más desprecio. Esa misma sensación la tenemos como país, perdimos el crédito, nadie quiere prestarnos. ¿Por qué lo harían, si nunca queremos devolver y siempre insultamos al que nos presta?
Entonces acudimos a pagar cada vez más tasa de interés y a darle más ventajas al que nos presta, que, como nos desconfía, cada vez toma más recaudos de cobertura legal. Cosa que, si pagamos, es carísimo para el contribuyente, y, si no lo hacemos, es más caro aún por los juicios que perdemos.
2. El fuerte control de cambios o las restricciones a la compra de dólares para importar bienes o para pagar deuda en el exterior solo genera brechas cambiarias. A pesar de que obligamos a los exportadores a vender sus divisas al tipo de cambio más bajo, a pesar de tener muy buenos precios, el Banco Central no logra aumentar sus reservas, porque usa esos dólares para contener esa brecha cambiaria y no para fomentar la producción.
En fin, la generación de brechas cambiarias, inflacionarias o laborales, ya sea por inclusión de más intermediarios, por más controles, por más presión fiscal o por mayor percepción de riesgo, genera un aumento de costos o una pérdida de competitividad, o sea, una inconsistencia en la formación de precios.
Mientras esto pase, los mercados serán imperfectos y tendrán ventaja solo los que tengan mucho dinero o buenos contactos con el poder de turno. En otras palabras, el que produce y arriesga su capital termina transfiriendo el producto de sus logros a ciertos burócratas, cuya mayor virtud fue haber generado la dependencia de los que se quedaron con poco y quedaron pendientes de una dádiva.
Una vez más, si mi bobe Ana leyera esta nota me estaría reclamando: “Ingale, ¿qué es eso de criticar sin dar propuestas?”. Entonces, propongo premiar al que realmente se esfuerza y da trabajo, con impuestos y costos decrecientes. Motivar a producir y a ganar más. Por ejemplo, si uno gana 100, tiene un impuesto del 33%, o sea, 33 pesos. Pero, si uno gana 200, que el impuesto sea del 25%, o sea, de 50 pesos. Recauda más el fisco e impulsa al empresario a producir más. Motivar a crecer en lugar de castigar al mérito y al esfuerzo.
Si no entendemos que la cultura del desarrollo no se basa en prohibiciones de demanda sino en incentivar un aumento de ofertas; si no entendemos que la cultura del progreso consiste en proponer nuevos desafíos, con seducción y no con decretos, con más relaciones públicas en lugar de supervisión policial, si no lo entendemos así, solo le estaremos restando posibilidades a las nuevas generaciones.
Producir, sembrar, crear, estudiar, respetar las libertades individuales sin imponer ideales o fanatismos son las acciones para lograr una mejor y justa manera de que nuestras nuevas generaciones reciban las herramientas, para ser dignos de progreso.
Claudio Zuchovicki
Fuente:https://www.lanacion.com.ar/economia/es-mas-facil-pagar-las-cuentas-con-la-billetera-de-otro-nid11122022/
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