Los motores se detuvieron con un suave susurro. Frente a ellos, el enorme planeta resultaba tan imponente que les hizo contener la respiración durante unos instantes. Su superficie verdosa con salpicaduras azuladas indicaba que allí había vida. No hacía falta descender para darse cuenta de ello. Incluso desde esa distancia era posible divisar las grandes formaciones de nubes que viajaban lentamente desde un lado a otro, ocultando por momentos lo que había debajo. La voz del Capitán Walernz hizo que el resto cerrara su mandíbula caída de asombro y volviera en sí.
-Tripulación del Laranda, hemos alcanzado el objetivo. Desplieguen el equipo y pónganse en acción –Walernz hizo una pausa casi imperceptible. –Tenemos solo quince minutos.
Los hombres y mujeres a bordo de la nave espacial entraron en actividad inmediatamente. De aquí para allá volaban las manos expertas en comunicaciones, física cuántica, travesía intergaláctica y lingüística. Cada persona a bordo sabía exactamente qué hacer, cómo hacerlo y cuándo ejecutar su parte de forma precisa. En menos de tres minutos, todo estaba listo. Quedaban doce minutos que separaban el éxito del fracaso. Maürenz y Gilléz se encontraban en la sala de comunicaciones, atentos a que el equipo mantuviera la delicada calibración a la que lo había sometido. Su labor era la más importante de todas. Si su maquinaria lograba captar una comunicación con lo que fuera que vivía en ese planeta, entonces volverían a casa como héroes. Si fallaban, su carrera habría terminado.
-Pensar que hace solo tres años utilizábamos estos mismos aparatos para decodificar cantos de ballena en el Nuevo Océano Antártico. –Maürenz hablaba con el acento nasal de los colonos neptuneanos. –Parece mentira, ¿no?
Gilléz solo meneó la cabeza lentamente como gesto de aprobación. Había hablado con su compañero de equipo dos o tres veces en todo el trayecto. Los rumores abordo era que su voz sonaba como el croar de un sapo venusino y que por eso trataba de evitar las conversaciones que no fueran absolutamente necesarias. Gilléz siguió mirando el sensor de ondas sonoras en el equipo y comprobando que no se descalibrara. Maürenz se alejó de la consola, fue hasta el intercomunicador y dio aviso al puente de mando.
-Capitán, estamos listos.
-Comiencen, entonces. –Y luego todo fue silencio.
Los parlantes transmisores comenzaron a emitir la grabación a máxima potencia en dirección al enorme planeta verde. Si alguien hubiera interceptado la transmisión, habría logrado captar frases como ¿Alguien nos recibe?, ¿Puede alguien entendernos? O ¡Saludos! Si están oyendo esto, venimos de muy lejos con un mensaje. Por unos instantes que se antojaron eternos, incluso para los parámetros de inmensidad del universo aún sin descubrir. Entonces, algo llegó desde el planeta desconocido. Gilléz y Maürenz tuvieron que quitarse de golpe los auriculares de banda de éter de golpe. El sonido llegó como si un ogro furioso bramara desde el interior de su caverna. Se vieron obligados a modificar la amplitud y frecuencia de las ondas para que el mensaje que llegaba fuera capaz de ser oído sin reventar las cuencas de audición. Finalmente, las máquinas captaron algo.
–… futuro fatídico que traen consigo.
-Equipo de comunicación, calibren los receptores y compartan por el sistema de comunicación interno de la nave. –Walernz había estado escuchando desde el puente de mando. Los ingenieros cumplieron la orden. En un momento, los potentes parlantes dentro del Laranda vibraron.
–Si me entienden y comprenden lo que digo, váyanse de aquí en este preciso instante. No me interesa nada de lo que traiga ninguna de sus razas. Han acabado con su propio sistema solar sin darse cuenta y no dejaré que yo ni mis hermanos corramos el mismo destino. ¡VÁYANSE, AHORA!
Gilléz empezó a llorar. De su boca no salía ningún sonido, pero las lágrimas calientes caían por sus mejillas. Lo comprendía, finalmente lo había comprendido. Salió corriendo mientras daba gritos estridentes. Su voz, lejos de croar, surgía melodiosa aun en ese estado de profunda angustia.
La voz llegó de nuevo por los altoparlantes.
–Su planeta era igual que yo. Era mi hermano. Ustedes, en su afán de conquista, lo destruyeron hasta despojarlo de toda esencia divina. Dejaron solo un cascarón vacío cubierto de vegetación y fauna destinada a perecer. Liquidaron su propia salvación. Mataron a su único Dios.
Gilléz llegó hasta el puente de mando. Su rostro era un amasijo de lágrimas y mocos agitados sobre músculos contorsionados de profunda desesperación.
-Ca…Cap…Capitán –alcanzó a decir entre pequeñas bocanadas de aire que daban paso a nuevos sollozos.
Walernz giró y miró a Gilléz. Su cara estaba comprimida en una mueca de espanto, angustia y desesperación. Al igual que Gilléz, lloraba con la amargura de un niño pequeño. Completa y absolutamente desconsolado.
-L…lo sé. Allí no hay nadie. –Dio un respingo y se sorbió los mocos. –Esa es la voz del planeta.
Los motores se encendieron y alcanzaron la máxima potencia. La nave giró sobre su eje y salió despedida en dirección a la base de la que había partido. A la grabación todavía le quedaban cuatro minutos. Nadie pareció preocuparse por eso, solo esperaban que no fuera demasiado tarde. Sabían, sin embargo, que aquel era una ilusión muerta.
Gentileza:
AUTOR: Lic. Lucio Ravagnani Navarrete
EMAIL: ravagnani.lucio@gmail.com
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