San Rafael, Mendoza viernes 26 de abril de 2024

Mensaje en una lata espacial – Por:.Lic. Lucio Ravagnani Navarrete

-Capitán, me acerco a la zona de contacto. –Kelesia intentó que el nerviosismo no se le notara en la voz. Esperó el mensaje de confirmación y accionó el acelerador de la nave. Se acomodó en el asiento mullido y respiró profundamente. Dejó escapar el aire despacio, mientras que sus dedos índice y pulgar jugaban con los rulos de su cabellera flotando en gravedad cero. “Esto no es como la simulación”, pensó mientras contemplaba el corredor de balizas que flotaban suspendidas en el espacio. “En la simulación, uno comete un error y el sistema se apaga. Acá un error representa una muerte segura”. Estaba demasiado lejos como para un rescate. Cualquier nave apostada en la base lunar podría llegar hasta donde ella estaba, pero lo más seguro era que no pudiera transportarla a ella y al equipo de grabación. Frente a esa dicotomía, ella saldría perdiendo. “El mensaje es la clave”, se dijo a sí misma mientras recordaba la muletilla del Capitán.

La base en la luna había sido presentada como el trampolín para el salto interplanetario. La prensa se había encargado de vender muy bien aquel gasto trillonario que podría haber acabado con la hambruna mundial. Si la gente miraba para arriba, no notarían que sus platos estaban vacíos. Por un tiempo fue así. La población de la Tierra estuvo ensimismada en las transmisiones en directo que mostraban el avance de la construcción de la base espacial. Los locales vendían merchandasing y un grupo de adolescentes inventó un baile alegórico que rápidamente se volvió viral en las redes sociales. El circo digital cumplía su trabajo y el pueblo se olvidaba qué sabor tenía el pan. Cuando estuvo terminada, los excesos se volvieron moneda corriente. Los ricos y poderosos pagaban por lujosos cruceros espaciales que iban hasta Lunaria (así se la llamó) a costa de quemar tres atmósferas en cada despegue. Pero la plata era buena y una parte iba dedicada a financiar futuras investigaciones y mayores ampliaciones de la Estación Espacial Internacional.

El padre de Kelesia había sido uno de los ingenieros a cargo de la instalación del sistema operativo que se usaría en Lunaria. Kelesia y Marshi, su hermana, crecieron entre circuitos, planos, códigos y un enorme modelo del Apolo XV, la nave que se utilizó para el segundo alunizaje. “Cuando seamos grandes, seremos como papá”, le decía Marshi a su hermana pequeña mientras miraban las estrellas echadas sobre el césped. Kelesia tensó involuntariamente los dedos todavía enredados en sus cabellos. La memoria de su hermana echada en el césped junto a ella se quebró y dio lugar al recuerdo más amargo de su vida. La desaparición de Marshi parecía sacada de un mal cuento de misterio. Había dicho aquella tarde que trabajaría horas extra en el Centro de Investigación Experimental Espacial y que regresaría tarde a la casa. No volvió esa noche y tampoco ninguna de las siguientes. Su perfume, su sonrisa, sus palabras, todo se fue desvaneciendo poco a poco hasta parecer el sueño enfermizo de una mente afiebrada. Su padre nunca lo pudo superar y decidió viajar a Lunaria para morir allá. Kelesia, sin embargo, mantuvo su promesa de adolescente. Entró a la Academia Espacial y a los pocos años ya manejaba las pequeñas naves de exploración como toda una experta. “Estamos acá, Marshi. Llegamos”, se dijo muchas veces mientras su nave se dirigía hacia el límite del campo de gravedad lunar.

Un fuerte sacudón la obligó a volver a la realidad. Por un instante sintió que había estado acompañada; que alguien más había estado allí con ella en el asiento del copiloto. Le habían advertido sobre eso. De hecho, se había entrenado para eso. “Leves alteraciones de la percepción” las habían llamado en el curso, pero nunca las había experimentado. Ni siquiera durante las simulaciones más intensas. Se sentía extraño, casi como si…

La alarma empezó a sonar y los sensores se activaron todos a la vez. Durante un segundo, Kelesia sintió que la invadía una ola de pánico. ¿Había presionado algún botón por accidente? ¿Un asteroide? ¿Algún objeto extraño en el espacio de la nave? Nada de eso. Solo la indicación de que había llegado a destino. El corredor de balizas flotantes parpadeaba alrededor de su transporte intentando imitar la danza de las estrellas que ya no existían.

-Control, sé que no pueden oírme –Kelesia hizo una pequeña pausa, -pero dejo registro de haber llegado al cuadrante indicado. Proceso a la captación del mensaje.

Dejó la sala de navegación y se deslizó flotando hasta el centro de radioondas y transmisiones. El cuarto era pequeño, abarrotado de aparatejos que zumbaban ligeramente y presentaban sensibles ondulaciones verdes en sus pantallas. Kelesia se sentó en la única silla que había y se colocó el cinturón de gravedad para no permanecer flotando. Sus dedos volaron sobre las perillas y las palancas son la seguridad de los años de práctica. No le hacía falta pensar qué paso le seguía al anterior, simplemente actuaba y todo funcionaba correctamente. Cuando terminó de calibrar las máquinas, se colocó los auriculares de cuarzo y encendió un cigarrillo. Se había prometido a sí misma dejarlo, pero supo desde el principio que era una mentira. Si se lo hubiera pedido su padre tal vez hubiera surtido algún efecto. Pero él no estaba ahí. Estaba sola, soplando humo venenoso por la nariz y pendiente de que la delgada línea verde que tenía en frente subiera o bajara.

Volvía a perderse en el universo de su propia mente, cuando lo oyó. Era leve, apenas una ondulación menor en el captador de radiofrecuencias. Arrojó el cigarrillo a un costado y se apretó los auriculares. Estaba al borde del éxito, de la gloria, de ser reconocida como la primera mujer en captar una muestra incorrupta de transmisión del universo profundo. Eso si lograba dar con la frecuencia correcta. Kelesia giró las perillas, levantó unos interruptores y bajó otros. “No te me vas a escapar. Por mi padre te juro que no lo vas a hacer”.

Entonces la transmisión entró. Llegó con el estruendo de un trueno e hizo vibrar los auriculares de cuarzo. Kelesia tuvo que quitárselos de golpe para evitar quedar sorda. Cuando estabilizó los parámetros volvió a colocarse el equipo. ¿Una avería? Debía de ser eso, no podía ser otra cosa. La piel se le erizó debajo del traje comprimido, los vellos de la nuca se le crisparon como recorridos por electricidad. Su boca y ojos se ensancharon tanto que creyó que la carne se le iba a desgarrar.

“No es posible. No es posible. No es posible.”

El mensaje seguía llegando.

“No es posible, no es posible, no es posible, no es posible”.

No había errores. No había fallas. No había averías. El mensaje era claro como una bengala solar.

Kelesia, ¿estás ahí?

Kelesia lloraba mientras sentía que se arrancaba la piel de las palmas con las uñas.

Kele, hermana, ayuda…

 

GENTILEZA: 

AUTOR: Lic. Lucio Ravagnani Navarrete

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