Kern está de visita en Buenos Aires porque este domingo a las 17 horas presentará su nuevo libro, «La gentrificación es inevitable y otras mentiras» (Godot, 2022), en el marco de la Feria de Editores. En ese texto que cruza el urbanismo como la sociología, la economía y la psicología, la autora inicia un recorrido para comprender cómo, dónde y por qué sucede la gentrificación y distingue distintos grados de responsabilidad en un proceso que pone en juego la memoria y la identidad misma de las ciudades.
En los sesenta, la socióloga inglesa Ruth Glass llamó por primera vez «gentrificación» a este proceso, inspirada en la palabra «gentry» que hace refiere a la alta burguesía británica. Con los años, se comenzó a usar para describir a cierta dinámica globalizada en la cual una clase social desplaza a otra de su zona de residencia, una práctica que aunque intente ser naturalizada, tiene muchas consecuencias.
Si bien la inspiración del libro fueron las observaciones que Kern hizo en Toronto, el proceso de tensiones sociales y económicas que estudia también tiene su edición porteña. Mientras en Núñez los vecinos iniciaron una campaña de protesta por el Nuevo Código de Edificación que habilita la construcción de torres en la zona, los de San Telmo cuestionan las modificaciones que el Gobierno porteño quiere impulsar en el Casco Histórico y que modificarían la identidad del barrio.
– ¿Cómo afectó la pandemia a los procesos de gentrificación?
– En un principio, la percepción era que la gente dejaba las ciudades en busca de una vida más tranquila en las afueras, lo contrario de la gentrificación. Pero esa suerte de ilusión duró meses. En realidad, lo que ocurrió es que la gente vuelve a las ciudades donde sigue el problema habitacional y el tiempo sólo les sirvió a los desarrolladores para reposicionarse y para comprar propiedades y terrenos de aquellos que escaparon de los grandes centros urbanos. Es muy pronto para decir exactamente cómo la gentrificación afectó la pandemia pero creo que solo la acelerará.
– Usted era ya una estudiante de doctorado cuando descubrió el fenómeno de la gentrificación. ¿Qué la motivó a estudiarlo?
– Me impactó lo que percibí como un gran cambio en Toronto, mi ciudad. Se puso de moda la construcción de departamentos pensados para personas de clase media, que cuidaban de su aspecto y de su salud y especialmente para mujeres. Cómo estudiante feminista, me interpelaba pensar por qué estos departamentos eran pensados para mujeres, para madres más específicamente. ¿Qué tenía que ver esto con una nueva forma de liberación? ¿Por qué mi ciudad cambiaba de esa forma y tan rápido frente a mis ojos?
– ¿Qué fue lo que descubrió en esa primera aproximación?
– Encontré que la ciudad pretendía rehacer su corazón y que se estaba retomando la costumbre de vivir en la ciudad en vez de en las afueras; los desarrolladores e inversores apuntaban a eso. Empecé a investigar la historia de ese proceso y ahí me di cuenta de que era una nueva forma de gentrificación: un cambio muy rápido, casi inmediato, en la postal de la ciudad en el que determinados grupos sociales expulsaban a otros de sus antiguos hogares.
– ¿La gentrificación es un nuevo capítulo en la historia de la colonización?
– Sí, es una de las hipótesis que asumo en el libro y sobre la cual trabajó una camada de especialistas. La gentrificación es la forma en la que se consolida determinado uso y propiedad de la tierra y hace mucho más difícil que los pueblos originarios o los más excluidos puedan acceder a la vivienda. Creo que, de alguna manera, es la reedición moderna de la colonización que afectó a estos sectores de la sociedad durante siglos.
– En su libro, aborda cómo la gentrificación pasó de ser un concepto del urbanismo a usarse vinculado con la crianza o con la comida. ¿Por qué la gentrificación pareciera afectar todos los ámbitos de nuestra vida?
– La palabra «gentrificación» aparece cada vez más seguido asociada a algo simple que se convierte en moda, caro o artesanal o sueco; decimos entonces que ha sido «gentrificado». Muchos afectos de nuestra vida están vinculados a inmigrantes, la clase trabajadora o a personas de raza y entonces si eso se descontextualiza y lo toman consumidores de clase media ocurre que muchos se ofenden porque sienten que se los han robado, que no se les da el crédito que su cultura merece.
– La gentrificación borra nuestra historia en común. ¿Cómo podemos recuperarla?
– Creo que es muy difícil recuperar lo que la gentrificación se llevó. En realidad me parece que lo que podemos hacer, lo que está a nuestro alcance, es lograr que suceda de una forma más suave y concientizar sobre la importancia de cuidar nuestra historia común. Pero también creo que las comunidades son resilientes, que han resistido durante siglos y que también juntarse con otros permite crear una nueva historia común y así crear otros recuerdos. No podremos recuperar lo que perdimos pero podemos fortalecer nuevos espacios comunitarios para frenar esta ola que se lleva todo puesto.
– En su investigación, da cuenta de algunos casos en los que los gobiernos decidieron interceder ante los inversores para evitar procesos abruptos de gentrificación. ¿Cuál sería el beneficio de esta acción para el Estado?
– Los gobiernos que apuntan a limitar la gentrificación se ayudan a sí mismos porque evitan muchas situaciones que en definitiva afectan cualquier proceso de urbanización: más gente viviendo en la calle porque pierden su hogar, alquileres carísimos, conflictos entre distintos grupos. Creo que limitar la gentrificación es una apuesta a pensar en el largo plazo, a entender la necesidad de vivir en ambientes más sostenibles y de librarse de lidiar con enormes problemas sociales.
– Propone una «solución» a la gentrificación que es feminista, antiracista y anticolonialista. ¿Por qué eligió este enfoque?
– Son aspectos y perspectivas que han sido ignoradas durante años. Creo que eso generó una especie de lago de entendimiento. Por eso me interesó resaltarlo para ayudarnos a dejar de lado por un rato una mirada más marxista o de clase de análisis de fenómeno y argumentar a favor de este enfoque que apuesta a la solidaridad entre estos grupos de personas.
– Sostiene que debemos tener una actitud de «responsabilidad pero también de empoderamiento» para enfrentar la gentrificación. ¿Por qué resaltó estas dos cuestiones?
– Aunque como individuos tenemos responsabilidad sobre la gentrificación, no debemos culparnos. La mayoría de nosotros no estamos a cargo ni como gobernantes ni como desarrolladores, pero sí somos responsables de las pequeñas decisiones que tomamos a diario como la forma en la que interactuamos con nuestros vecinos, el tipo de consumos que tenemos o las políticas públicas que apoyamos. Hay formas en las que podemos ejercer nuestra responsabilidad individual al hacer elecciones. El empoderamiento, a su vez, es necesario porque aunque sintamos que no hay mucho que podemos hacer para ir en contra de la gentrificación, sí las hay y esas pequeñas cosas hacen la diferencia: conocer a aquellos que luchan contra esto en el barrio, apoyar organizaciones que trabajan para mantener a las personas en su casa y comprometerse con las iniciativas que tiendan a la acción colectiva.
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