San Rafael, Mendoza martes 16 de abril de 2024

El río – Por:.Lic. Lucio Ravagnani Navarrete

Se sentaron los dos a la orilla del río. Durante unos segundos nadie habló, solo se oía continuo correr del agua que cubría piedras, plantas y peces por igual. Tal era la calma, tal la armonía que casi podía oírse cómo crecían las ramas de los árboles o en qué escala musical soplaba la brisa. Galén miró a Jiviol por un instante, abrió la boca como para decir algo y luego la cerró y volvió la vista hacia el río. Había comenzado a jugar con una fibra de pasto cuando Jiviol habló sin dejar de mirar hacia adelante.

-No sé muy bien qué vinimos a hacer aquí.

Galén lo miró nuevamente. Sus ojos brillaban con la intensidad de una adultez incipiente congelada para siempre en ese punto. Nadie que viniese de afuera podría suponer que aquella mujer delgada, de ojos marrones y cabello oscuro, tuviera cerca de seiscientos años.

-Vinimos a buscar…algo. –Por unos segundos pareció dudar. Dejó de jugar con la fibra de pasto, se llevó las rodillas hacia el pecho y las rodeó con sus brazos. –Las nuevas historias hablan de un cambio proveniente del río. Al principio pensé que era algo metafórico, pero ahora estoy convencida de que es literal. –Relajó de nuevo las piernas. –El agua traerá algo.

-Sí, mosquitos o algún tipo de anfibio baboso –dijo Jiviol con tono de burla. –Galén, hemos venido aquí una vez por semana durante los últimos nueve meses. Nada ha cambiado más allá de la altura de ciertos arbustos y el color del agua luego de las lluvias. ¿Qué es lo que esperás encontrar?

Galén no respondió. En realidad, no sabía cómo responder. ¿Qué esperaba encontrar? ¿Un mensaje del universo? ¿Un ser de otro mundo? No recordó la última vez que se había hecho ese tipo de preguntas. Cuando el Dr. Van Heisenhäisen presentó su mayor descubrimiento al mundo, la gran mayoría creyó que se trataba de una estafa. La inmortalidad en forma de una inyección. ¿Qué locura esa esa? Pero lo cierto es que aquello prometía y lo mejor era que todas las personas podían formar parte del nuevo futuro. El líquido milagroso de la inyección trabajaba a nivel celular, haciendo que estas nunca llegaran a morir. ¡Era brillante! Todo un planeta pausando su envejecimiento exactamente cuando quisieran. Desde el momento de la inoculación, el cuerpo accionaba el botón de pausa y quedaba para siempre en esa etapa. La fuente de la juventud había llegado en forma de jeringa. A partir de ese momento, los cambios adoptados por la humanidad fueron bruscos y vertiginosos. La contaminación se combatió con ahínco, ya que todavía se estaba lejos de la conquista espacial. Se limpiaron los océanos, se fomentó el vegetarianismo, se condenó con duras penas de prisión y trabajos forzados a quienes incumplieran con los protocolos ambientales. Las escuelas y academias se poblaron, pero también lo hicieron las cárceles. Sin el temor a la muerte y lo que pudiera venir después, muchos templos quedaron vacíos y fueron convertidos en centros de estudio, educación, refugio o investigación. La humanidad por fin consiguió evitar la última frontera y se lanzó con hambre voraz al consumo desmedido de todo lo que pudiera enriquecerle la mente y el bolsillo.

Galén no recordaba quién había sido o en qué medio había sido publicado, pero un día alguien se percató de algo. Las personas no morían, pero tampoco podían reproducirse. Las células cambiaban demasiado rápido como para gestar nuevos embriones, por lo que la concepción de nuevos seres humanos se volvió un imposible. Hubo llantos, gritos de furia y violentas quejas, pero ya era demasiado tarde. Quienes estaban vivos lo seguirían estando acompañados para siempre de las mismas personas que los rodeaban. Después de cientos de años, la existencia se había vuelto insoportable. La falta de un tiempo final había convertido a la vida en un bucle eterno en el que se repetían siempre los mismos rostros, se oían siempre las mismas ideas y se pregonaban constantemente los mismos mensajes. La vida se convirtió un espiral de horrorosas repeticiones, como un laberinto que tiene una sola entrada y ninguna salida. Nada tenía un nuevo comienzo porque no existía ningún fin. Frente al nuevo silencio que se había prolongado, Jiviol habló.

-Una vez, hace mucho tiempo, leí algo sobre un río. Aunque me esfuerce, no logro retener correctamente la frase. Era algo sobre un río y un hombre que se baña. O quizás un río y un hombre que se baña una vez y otra vez. Tal vez sean dos hombres y dos ríos y cada uno se baña, pero en realidad son lo mismo. –Javiol se quedó mirando la corriente. Parecía buscar allí la razón de su comentario. Galén lo trajo de vuelta a la realidad.

-Sé que es una locura, Javiol. Una profesía, ¿quién cree en esas cosas hoy en día? Pero necesito creerlo. Necesito creer que un día estaré aquí sentada y el río traerá un mensaje de esperanza, sea como sea que suceda. Despojarme de esta idea sería lo mismo que abandonar la última esperanza de salir de este condenado infinito.

Javiol la giró para mirarla. Se dio cuenta de que los ojos de ella se habían llenado de lágrimas. Estaba por abrazarla, hasta que un extraño sonido llamó su atención.

-¿Qué fue eso? –dijo casi en un susurro. Galén también lo había oído y ahora escudriñaba toda la rivera con sus ojos oscuros.

-Un animal, seguramente. Sonó como una de esas aves del agua. –pero sus propias palabras le resultaban extrañas, ajenas.

El mismo sonido parecía hacerse cada vez más y más fuerte. Javiol y Galén buscaban río arriba y río abajo el origen de aquel extraño ruido. Fue Javiol el que, entrecerrando los ojos, notó algo que traía la corriente. Ambos se pusieron de pie y corrieron por la orilla en la dirección contraria a la bajada del río. Se detuvieron a los pocos metros.

-Eso es… -murmuró Galén.

-¡Sí! ¡Sí! –dijo Javiol invadido por una ansiedad y una excitación poco propia.

-No recordaba la última vez que había visto una. No una así, por lo menos.

-Ya no se hacen más. Esta debe ser una de las últimas que han sobrevivido durante los últimos quinientos años. –Javiol no podía reconocer su propia voz alterada a causa de la conmoción.

-Una canasta. Qué extraño, ¿no?

Javiol miró a Galén con ternura y luego volvió a mirar hacia el río.

-Eso no es una canasta. Eso, niña, es un moisés.

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AUTOR: Lic. Lucio Ravagnani Navarrete

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