San Rafael, Mendoza viernes 19 de abril de 2024

Madera de escritor – Por:.Lic. Lucio Ravagnani Navarrete

El mundo entero parecía estar aguardando ese momento. Las cámaras de todos los canales de noticias, los periodistas de las radios y cada curioso que pudo acercarse a los codazos hasta el lugar esperaban el instante de la gran revelación. Sus ojos brillaban como los de un niño segundos antes de desgarrar el papel de un gran regalo. Habían esperado mucho tiempo, pero el velo del misterio finalmente se levantaría. Por fin verían en vivo y en directo a la persona considerada por los medios como “la gran mente maestra de la literatura del siglo XXI”. Aquello no era algo menor. Para el año 2093 la lista de candidatos y candidatas a ese título estaba compuesta por no menos de quinientos nombres. Personas de todos los continentes, etnias, creencias y profesiones habían presentado al mundo maravillosos libros que impactaron en la sociedad cambiándola para siempre. El último nombre de la lista, aquel que parecía ser el indiscutido ganador, adquiría un rostro. Los seres humanos buscamos rostros por todas partes.

Solo se lo conocía como “Nari Bi”. El nombre era claramente un pseudónimo promovido por el equipo de marketing para generar misterio en torno a la figura del escritor. Se había vuelto a un mito literario: el enigmático literato en su torre de marfil que, en completa soledad, proyectaba su mente infinita en el papel. La torre de marfil era, en realidad, una modesta, pero bella casa. El autor, un enigma total. Nunca nadie lo había visto, ni siquiera saliendo a comprar algo por el sitio donde vivía. No hacía giras, no iba a encuentros, ferias ni eventos, no firmaba ejemplares de puño y letra y ninguna biografía presentaba su foto. Cuando en el año 2090 le fue otorgado el premio Pluma Universal de Silicio, nunca se personificó en la ceremonia de entrega. Había quienes lo consideraban un genio que había encontrado la fórmula mágica para mantenerse fuera de las redes sociales y aun así ser relevante para el mundo entero. Otros, quizás un poco más extremistas, lo creían un ermitaño demente que solo vivía para escribir y que tendría que sucumbir a un horrible final cunado su imaginación finalmente se agotara. Las conjeturas solo hacían que el fuego de la curiosidad se avivara cada vez más, hasta convertirse en una enorme pira.

Afuera, detrás de la valla de seguridad montada por la Unidad Automatizada de la Policía Regional, alguien que temblaba de impaciencia con un enorme libro en la mano lanzó un grito. “¡Allá! ¡Allá está! ¡En la ventana!”. Las conversaciones se transformaron en el rugido de un mar enfurecido. Todo el mundo volteó a ver en la dirección que marcaba el dedo acusador. “¡Ahí, en la ventana!”, gritó alguien desde el lado derecho de la turba. Un eco de voces siguió aquel espejismo proclamado a viva voz. “En la ventana, sí, sí..allí…ahí está…¡es él, es él!…¡no lo puedo creer!…vamos, ¡vamos!, ¡VAMOS!”. Nada pudieron hacer los autómatas de la fuerza pública para detener al ejército de fanáticos que arremetió contra el vallado. El tsunami de cuerpos se lanzó contra la fachada del edificio y comenzó a vapular las paredes y la puerta. El marco tembló y crujió ante la violencia de las palmas y puños que vapuleaban la madera gastada. En los ojos de esas personas ardía el fuego abismal de la mente colmena. Se propagaban la ansiedad y la excitación unos a otros, contagiándose la violencia que caracteriza los movimientos en masa. En un momento, la puerta no resistió más y cayó rendida. Por el agujero rectangular se coló el río de personas desbordado.

Todo lo tocaron. Las cortinas, los muebles, los adornos, los cuadros, las lámparas, todo fue víctima de dedos sudorosos y uñas sucias. Ninguna superficie quedó exenta de ser marcada por la huella eterna de los dactilares humanos. Las habitaciones inmediatas quedaron atestadas de turistas usurpadores que coparon los espacios no solo con sus cuerpos, sino también con sus gritos. La torre de marfil caía, talada por las palabras y los músculos que quebraban su figura de templo moderno.

“¡¿Dónde está?!”, gritó alguien desde la cocina. La pregunta con cuerpo de grito hizo eco en todas las gargantas. Alguien, tal vez uno de los primeros que había forzado el ingreso, se percató de una puerta que todavía se encontraba cerrada. “¡Ahí! ¡Ahí! Detrás de esa puerta. Ahí debe estar su estudio”. La ola se estrelló contra ese nuevo obstáculo. Resultaba casi imposible diferenciar individualmente los cuerpos que componían aquella masa amorfa de características apenas humanas. Finalmente, el último refugio fue penetrado y las personan se volcaron dentro de la habitación.

“¿Qué es esto? ¿Una especie de broma? ¡Qué mal gusto!”. En el cuarto, apenas más pequeño que un dormitorio, se encontraba una computadora sobre un escritorio de madera marrón. Los rostros dejaron de reflejar las llamas de la ansiedad para pasar al gesto universal de la confusión. Cuando el desconcierto los dejó moverse, se acercaron hasta la pantalla. En letras grandes y parpadeantes podía leerse: GRACIAS. Una mujer que se encontraba agachada y con las manos apoyadas fuertemente sobre la superficie del mueble leyó en voz alta lo que estaba grabado con láser en el marco de la pantalla. Nari-o-Bi: Sistema de Inteligencia Artificial.

La última barrera entre humanos y máquinas había desaparecido.

Gentileza: 

 AUTOR: Lic. Lucio Ravagnani Navarrete

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