San Rafael, Mendoza jueves 25 de abril de 2024

Un pícaro de madera – Por:.Beatriz Genchi

Un 24 de noviembre de 1826 nace el escritor italiano Carlo Lorenzini Collodi, conocido por su célebre obra «Pinocho», convertido en un clásico universal de la literatura infantil, así como diversos cuentos tradicionales y libros educativos. El final moralizante fue obra del editor y no del autor.

«Había una vez un pedazo de madera. No era una madera lujosa, sino un simple pedazo de leña, de esos que en invierno se meten en las estufas y en las chimeneas para encender el fuego y calentar las habitaciones.»

Y desde el principio deja en claro que a diferencia de otros clásicos, nada de reyes esta vez. El cuento, por el contrario, empieza con una humilde maderita cuya función, en todo caso, es dar calor. Pero la maderita habla. Y lo hace por primera vez cuando un viejo carpintero, cuyo nombre es maese Antonio, aunque todos lo llamaban maese Cereza a causa de su nariz brillante y violácea, decide convertirla en pata de una mesa. «No me golpees tan fuerte», implora la maderita como si tal cosa.

Este es el comienzo poco reconocible de un cuento tradicional: el de Pinocho. Sucede que este párrafo corresponde a la versión original del relato sobre el muñeco que desea convertirse en niño y a quien le crece la nariz cuando dice mentiras (esta última es, en verdad, una anécdota inexacta).

Para conocer la verdadera historia, tal como la escribió por entregas el italiano Collodi a fines del siglo XIX, es necesario leer Las aventuras de Pinocho, que reedito Galerna (la primera edición fue de 2002). La traducción es de Guillermo Piro, quien además se encarga de escribir un prólogo casi tan delicioso como el texto que viene después.

Y para completar la fiesta, se incluyen los dibujos de Carlo Chiostri, quien les dio a los personajes una fisonomía que ni el propio Disney logró triturar años después bajo su factor y donde se expulsa lo extraño, lo rebelde, lo oscuro.

Piro va más allá. Y considera que «el asunto es que, ya como muñeco, Pinocho es un niño de verdad; y probablemente ese sea el motivo por el que ha ejercido fascinación en tantos niños, que nunca son suficientes, y en tantos adultos, obligados a leerlo a la noche, en voz alta. Y es que ser alguien «de verdad», capaz de transformarse en quien se desea a pesar de la adversidad, puede resultar un proceso doloroso para cualquiera, sea de madera o carne palpitante.

Chiostri ilustró a Pinocho en 1901 y completó la imagen de un ilustrador anterior, Enrico Mazzanti –autor de los dibujos originales–, que le había dado al personaje su aspecto payasesco, con el trajecito floreado de clown blanco y el sombrero en punta. Chiostri parece haber leído el libro hasta en sus ínfimos detalles antes de poner manos a la obra. El resultado son unos grabados cuyos detalles crean un sistema de signos propios y sutiles, una suerte de historia paralela que hay que ir observando con atención.Uno de los riesgos que asumió Chiostri fue dibujar a Pinocho de frente, con esa nariz retráctil (y eréctil, según apunta Piro), que crece cuando miente pero también cuando se mete en situaciones graciosas, cuando tiene hambre o cuando está en presencia de su Hada polimorfa.

Collodi se llamaba en realidad Carlo Lorenzini. Nació en Florencia en 1826 y murió en 1890. Fue seminarista, voluntario que luchó contra el absolutismo del mariscal austríaco Radetzky en la primera guerra de la independencia italiana y, finalmente, se transformó en funcionario de gobierno que, como buen burócrata, aprovechó su tiempo libre para dedicarse a la literatura. Si bien escribió obras de teatro y cuentos románticos, es mundialmente conocido sólo por este relato. Un librero amigo lo introdujo en el mundo de la literatura infantil y empezó a publicar por entregas la historia de Pinocho en el Giornale per i Bambini. En verdad lo hizo más por necesidad que por inspiración ya que había acumulado varias deudas: para horror de las maestras jardineras, Collodi también era jugador. La historia apareció entre julio y octubre de 1881.

El autor decidió que Pinocho muriera, al igual que varios de los otros personajes. Los pequeños lectores quedaron pasmados y llovieron las cartas deplorando la repentina desaparición del héroe. El director de la revista revisó el asunto y anunció, finalmente, en la sección «Correspondencia» que «un muñeco, un fantoche de madera como Pinocho, tiene los huesos duros y no es fácil enviarlo al otro mundo». Las nuevas aventuras comenzaron a publicarse en 1882 hasta el año siguiente. Piro apunta, sin embargo, que según la leyenda, el final donde Pinocho se convierte en niño bueno no fue decisión del autor sino del editor, a quien le gustaban los finales con moraleja explícita.

Con esta versión original de Pinocho, los lectores tienen la posibilidad de sumergirse en un mundo que no le huye al terror, a la fantasía ni a la oscuridad. Este cuento corrió hasta ahora la misma suerte que las versiones originales de otros relatos tradicionales que sólo con los años fueron suavizando sus sombras para que los más chicos pudieran leerlos antes de dormir. En este caso, no sólo eriza la piel que haya muertes y traiciones o que Pinocho dé con sus huesitos duros en la cárcel. O hasta que el muñeco muera colgado, como ocurrió. Lo que inquieta, sobre todo, es que se trata de una historia que vuelve sobre un asunto esencial: quién se es, quién se quiere ser, quién se puede ser.

Calvino: «no nos imaginamos el mundo sin pinocho». Pinocho tiene 100 años. La frase suena extraña. En dos sentidos: por una parte, no logramos imaginar a un Pinocho centenario; por otra, resulta natural pensar que Pinocho haya existido siempre: no nos imaginamos un mundo sin Pinocho.

Gentileza:

Beatriz Genchi

Museóloga – Gestora Cultural

bgenchi50@gmail.com

Puerto Madryn – Chubut

 

 

 

 

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