-No le digas, Julián. No le digas nada.
La voz de su madre se ahogaba entre sollozos. Julián miraba la escena contemplativo, agarrando con fuerza una pequeña manta de lana azul con el dibujo de un pájaro en el centro. No se había echado a llorar a pesar del griterío y eso lo hacía sentirse orgulloso, pero no lo suficiente como para sonreír. La verdad es que no podía comprender muy bien qué era lo que sucedía.
-Decime dónde se está escondiendo Sofi. ¿Dónde está tu hermana, Julián? –El tono de aquella voz no coincidía con el rostro familiar que él conocía. En su mente, el hijo menor de los Varucco intentaba llenar los espacios vacíos para darle forma a todo aquello. Papá no había vuelta a aparecer desde la explosión que hizo gritar a mamá e hizo echar a correr a Sofía. Ahora mamá lloraba, pero todos en aquella habitación eran conocidos.
-N..no le digas, Julián. –La madre seguía con su súplica. El hombre, con la mano todavía escondida detrás de la espalda, se acercó un poco más al niño.
-Dale, campeón. ¿No me vas a contar? –Le esbozó una gran sonrisa. -¿Dónde está Sofi?
Julián había visto esa sonrisa muchas veces. La había visto en el patio cuando papá hacía el asado. La había visto en el living cuando los grandes se quedaban tomando agua de colores en pequeñas copas de vidrio. La última vez la había visto en la vereda, mientras el sol se escondía y la manguera comenzaba a largar el agua por el sapito para regar. Una sonrisa serena, amable, cordial. Una sonrisa de vecino.
-¿Y, Julián? ¿Dónde está Sofi?
-Julián, por favor. ¡Por favor! ¡No le digas, POR FAVOR!
Aquel grito lo asustó y casi hace que se largue a llorar. Papá le había dicho que uno solo tiene que llorar por cosas importantes, así que parpadeó un par de veces, se sorbió la nariz y agarró un poco más fuerte la manta.
¿Qué le habían enseñado durante tanto tiempo mamá y papá? Julián hizo una lista en su cabeza. No tenía que decir mentiras. No tenía que subirse al auto de nadie que no conociera. No debía decir malas palabras. No tenía que mentir. Si un adulto le preguntaba algo, él tenía que responder. ¿Dónde está Sofía, Julián? Aquello último lo había aprendido hacía relativamente poco. Fue cuando fueron a visitar a la abuela a la casa que olía a azúcar quemada y tierra. La abuela le había preguntado cómo le iba en la escuela, si ya había hecho muchos amigos, si ya tenía una “noviecita”. Julián se había escondido detrás de las piernas del padre, esquivando la mirada avejentada de la abuela. “Respondele a la abuela, Juli”, le había dicho su papá. Julián no dijo nada. Cuando volvieron a su casa, se comió un buen reto. “Si un grande te pregunta algo, Julián, vos tenés que responderle. ¿Está claro? No quiero que pase más esto”. La voz de papá. ¿Dónde estaba ahora?
-Po…por favor, Raúl. De…de…dajalo. Es un niño, por favor. Por favo-o-o-o-or. Julián miró a su madre arrodillada en el suelo. Lloraba y eso lo ponía triste, pero no sabía bien por qué. No se había pegado con nada, nadie había gritado (no desde la explosión, cuando tanto mamá como Sofi habían gritado y bajado corriendo las escaleras). ¿Por qué lloraba? Allí eran todos conocidos. Estaba él, mamá y Raúl, el amigo de papá. También estaba Sofi, solo que no la podían ver. Él sabía que se había metido en aquel armario del baño donde guardaban las toallas. Siempre se escondía ahí para asustarlo cuando jugaban y, a pesar de que él era consciente de eso, siempre se terminaba asustando igual.
-¿Dónde está Sofi, Julián? Ya se nos acaba el tiempo, campeón. –La voz de Raúl sonaba extraña, pero su sonrisa era la misma. -¿Dónde está tu hermana, Julián?
Algo hizo click. Sonó igual a cuando papá giraba la perilla del calefactor. Un click como de metal que vino de atrás de Raúl.
-Por favor, por favor, por favor, por favor, POR FAVOOOOOOR. –Mamá lloraba desconsoladamente ahora. A Julián no le gustaba. El sonido lo angustiaba, lo ponía nervioso.
-Última oportunidad, campeón. –Raúl se acercó un poco más. -¿Dónde está Sofi?
Julián miró a su mamá llorando en el piso, miró para abajo y vio que sus manos apretaban fuerte la frazada. Miró nuevamente a su mamá y finalmente al amigo de su padre. Si un grande te pregunta algo, vos le respondes. Con una mueca que parecía cualquier cosa excepto una sonrisa, Julián levantó su manito y señaló el armario. Raúl miró en la dirección que el pequeño señalaba, se paró y le alborotó ligeramente el cabello.
-Gracias –dijo y se fue para el baño.
Gentileza:.
AUTOR: Lic. Lucio Ravagnani Navarrete
EMAIL: ravagnani.lucio@gmail.com
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