«Esta es nuestra tranquera marítima. Estamos acá para capturar todo barco extranjero que pase las 200 millas», dice el capitán en el puente de mando del Guardacosta Prefecto Derbes de la Prefectura Naval con asiento en Puerto Madryn – Chubut.
La flota de pesqueros foráneos” resplandece como una ciudad suspendida sobre el agua en la vasta noche austral. Su luz enceguece. El radar del Guardacostas GC-28 Prefecto Derbes de la Prefectura Naval, exhibe una isla flotante de 400 barcos, la mayoría buques poteros. El ruido de esas factorías ensordece y atrae la atención de las aves que, confundidas, sobrevuelan excitadas ese amanecer ficticio y cargado de olor a gas oíl.
El solitario Derbes se posiciona en la milla 200, en la latitud sur 47, a la altura de Puerto Deseado, Santa Cruz, y frente a los barcos poteros de distintas nacionalidades que pugnan por entrar a la plataforma marítima argentina (desde Península Valdés hasta Sta. Cruz) para llevarse miles de toneladas de calamar, merluza común y negra, langostino y más de veinte especies. Los barcos, en su mayoría chinos, despliegan grandes brazos metálicos con potentes luces que atraen a los calamares, que son atrapados con las poteras (de allí el nombre de barcos poteros), unos tubos con múltiples anzuelos.
La lucha es desigual: el Derbes es una de las cinco embarcaciones que patrullan el área de la Zona Económica Exclusiva (ZEE) argentina, contra la acción depredadora de la flota extranjera. Esta operación la hacen en soledad contra hasta 400 pesqueros. Una flota que, según datos de la ONG internacional Healthy Oceans, crece un 5% cada año y es la segunda mayor concentración de barcos de pesca no regulada ni declarada del mundo. Cada guardacostas navega sin escolta, turnándose en campañas que tienen una duración de 15 a 40 días, entre los 42° y 48° de latitud sur.
Cerca de la medianoche, cuando la actividad es plena, el buque se posiciona frente a ellos y navega sobre la milla 200, haciendo realidad la frontera. Los poteros, pero también los buques arrastreros y palangreros navegan, desafiantes, a media milla del Guardacostas. Esta acción es riesgosa y muchas veces amenazante. En su afán por conseguir la mejor pesca, trasgreden la milla 200 y violan la Ley Federal de Pesca.
El 14 de marzo de 2016, este Guardacostas no solo capturó sino que hundió un buque chino, el Lu Yan Yuan Yu. «Hubo que rescatar a sus tripulantes desde el agua, tuvimos la suerte de hacerlo y también un maletín con documentación. Y pudimos reconocer al capitán», afirma el primer oficial. La persecución y luego hundimiento del buque arrastrero chino se prolongó por un día y medio. «Vimos que estaba pescando en la milla 197, hicimos 322 llamados pero nunca nos contestó, se hizo a la fuga», afirma. El protocolo de procedimiento se basa en ubicar al blanco en el radar, identificarlo y detenerlo. Usan el canal 16, y la comunicación es en castellano y en inglés, el idioma internacional del mar. En el Derbes, al igual que en los demás guardacostas, existe un grupo de cuatro soldados del escuadrón Albatros, quienes abordan con fusiles automáticos FAL el buque capturado. Si el barco infractor no detiene sus motores, entonces el próximo paso es hacer señales luminosas y sonoras. Si se da a la fuga, se efectúan disparos invalidantes, como por ejemplo a las antenas de radar y GPS. «Uno de nuestros objetivos es salvaguardar los recursos económicos del país», dicen.
Fuentes de la Subsecretaría de Pesca y Acuicultura de la Nación afirmaron que no está estimado cuánto pierde la Argentina por la depredación ilegal. Siguiendo gigantescos cardúmenes de calamares (de la especie Illex argentinus), la flota de buques poteros está habitada por un promedio de 14.000 marineros que permanecen allí durante seis u ocho meses (algunos todo el año). Viven en barcos en donde la vida diaria es muy dura. Healthy Oceans habla de abuso sexual, esclavitud y hasta asesinatos dentro de estos buques, que suelen reabastecerse en el puerto de Montevideo. «Es el segundo puerto más visitado por barcos de pesca sospechada como ilegal», dice Milko Schvartzman, coordinador dentro de esta organización.
Los extranjeros tienen permitido hacer paso inocente, es decir, sin pescar. Algunas de las especies más buscadas, como el calamar, viene subiendo el Atlántico desde las Islas Malvinas, en busca de aguas más cálidas en nuestra plataforma.
La vida en el barco se resume a pequeñas caminatas sobre cubierta, la sobremesa en la Cámara de Oficiales, donde un mantel antideslizante intenta mantener las botellas erguidas, y las charlas en el puente, el punto de encuentro. Las olas, de más de dos metros, obligan a hacer equilibrio y condicionan la alimentación. «Si el clima lo permite hago sopa», aclara Pablo Mamani, el cocinero. «Después de una tormenta, hacemos guiso para levantar el ánimo», dice. La cocina es el único recurso que se tiene para ubicar los días en el almanaque: los sábados a la noche hay pizza y los domingos, asado. El clima, como siempre es el que determina todo.
El guardacostas tiene un sistema denominado MIRA (Monitoreo e identificación de Radar AIS) que barre 50 millas con una señal que logra traducir todos los AIS (Sistema de Identificación Automática) de los barcos que están navegando. Este código criptográfico muestra en pantalla la información completa de los buques (nacionalidad, puerto de destino, origen, etc.). Muchos de los barcos pesqueros apagan esta señal y entonces el radar los toma sólo como un blanco.
«Por donde pasan los poteros, barren con todo», asegura Nelson Guerrero, inspector de pesca y único civil a bordo. La tensión y el silencio en el puente son absolutos, la mirada está puesta en la pantalla del radar. «Esta frontera es desconocida para los argentinos, se respeta gracias a nuestra presencia acá -sintetiza el capitán-. El mar es un medio hostil, pero sentimos orgullo de hacer este trabajo».
Gentileza:
Beatriz Genchi
Museóloga-Gestora Cultural
Puerto Madryn – Chubut
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