Esa franja social no le perdonará al kirchnerismo que le haya sacado el subsidio a las tarifas de gas y electricidad, una de las pocas cosas que le quedaban
Hay varias maneras de analizar la crisis de la economía, pero solo sirve una para explicar por qué el Gobierno aparece siempre tocando el botón equivocado. Es la falta de confianza política de los mercados y de la sociedad en los dirigentes políticos de la administración y en los que conducen la economía. Martín Guzmán, por ejemplo, cuenta con cierto respaldo de los empresarios, pero solo porque estos imaginan que su eventual reemplazante podría ser mucho peor. De Daniel Scioli, que siempre conservó un nivel de diálogo con productores industriales y rurales, nadie sabe qué quedará. La licuadora de las tensiones internas tritura las buenas y las malas intenciones.
La crisis se agrava cuando la economía toma nota de que Cristina Kirchner no cree en la seguridad jurídica. Así lo dice en la intimidad. “¿Quién reclama seguridad jurídica en China y, sin embargo, llueven las inversiones?”, suele preguntar a sus interlocutores asiduos. China es un régimen autocrático, pero respeta el capitalismo como un creyente fiel de un dios pagano. Ella acaba de iniciar (a través de su abogada, Graciana Peñafort, también funcionaria del Senado) una fuerte campaña de descalificación contra los jueces de la Corte Suprema Horacio Rosatti y Carlos Rosenkrantz. Nada de lo que dicen es cierto. Por algo será. Rosatti y Rosenkrantz actuaron siempre de acuerdo con la ley y la Constitución. Ese es su pecado.
El primer problema consiste en que el Gobierno le reclama esfuerzos a todos los que trabajan o producen, pero no está dispuesto a hacer ningún esfuerzo propio
El primer problema consiste en que el Gobierno le reclama esfuerzos a todos los que trabajan o producen, pero no está dispuesto a hacer ningún esfuerzo propio. El déficit fiscal aumentó en mayo un 180 por ciento. Otro economista, Enrique Szewch, sostuvo en un artículo que “sin mayor ajuste fiscal, nos enfrentamos a un escenario de emisión, colocación compulsiva de deuda entre inversores institucionales, más restricciones al mercado oficial de cambios y más presiones inflacionarias”. Entramos, entonces, en el peor de los mundos. Una de las taras del Gobierno es la de restringir el turismo argentino en el exterior, que es un hábito común de la clase media. Es verdad que se está yendo del Banco Central un promedio de 400 millones de dólares mensuales en turismo de los argentinos en el exterior, a pesar de que el dólar les cuesta un 75 por ciento más que el valor oficial por la acumulación de impuestos y anticipos de ganancias. Es la cifra históricamente habitual de los gastos de los argentinos fuera del país (entre 400 y 600 millones de dólares), pero el problema es otro. Antes, el 50 por ciento de esa salida de dólares se compensaba con el turismo extranjero que ingresaba a la Argentina. Ahora, la cifra real de dólares que ingresan por el turismo se acerca a cero. Sucede que el turismo extranjero con importante capacidad de gasto paga con tarjetas de crédito y el valor del dólar con ese medio de pago es el oficial. La Argentina es, por lo tanto, un país caro para el extranjero que se maneja con tarjetas de crédito. Existe también el turismo gasolero, que conoce las cuevas donde se canjea el dólar paralelo. Es poca cosa. Ni el Ministerio de Turismo, ocupado por impulsar el turismo interno financiando las vacaciones de los que no tienen dinero (y de los que tienen), ni el Banco Central, obsesionado con frenar la salida de argentinos al exterior, imaginaron alguna forma para atraer al turismo extranjero con el valor real del dólar.
Gran parte de esa clase media no tiene pasiones políticas; es ambiciosa y pragmática. Si fuera por identificación ideológica, estética o moral, nunca hubiera votado al kirchnerismo. Pero lo votó más de una vez. El kirchnerismo le dice adiós para siempre a esa franja social, porque esta no le perdonará que le haya sacado las pocas cosas que le quedaban. Recordemos a Borges: Solo una cosa no hay. Es el olvido.
Sé el primero en comentar en «El adiós definitivo a la clase media»