San Rafael, Mendoza viernes 19 de abril de 2024

Enfermedades “viejas” – Por:.Beatriz Genchi

En el mundo antiguo, Egipto gozaba de una envidiable reputación como verdadero país de Jauja, donde el complaciente Nilo regaba con anual generosidad los terrenos que luego los campesinos trabajaban con escaso esfuerzo y mucho beneficio. Por desgracia, ésta no es una imagen que se corresponda con la realidad porque, como en todo el mundo antiguo, la vida en Egipto era sufrir el “acoso” constante de la naturaleza y de las muchas enfermedades que la medicina no podía diagnosticar y mucho menos sanar. Una vida dura que dejó su marca en los cuerpos de los habitantes de las Dos Tierras y que hoy podemos estudiar gracias a sus momias; en especial, las de los faraones del Reino Nuevo, que se han conservado prácticamente todas. Conocer sus enfermedades nos proporciona una imagen algo más clara de cómo fue su vida.

Las momias reales egipcias fueron sometidas a un primer estudio en 1912, pero no se las radiografió hasta la década de 1960. En 1976, a causa de su deterioro, la momia de Ramsés II fue llevada a París para ser analizada por un centenar de especialistas. Décadas después, en 2005, la famosa momia de Tutankhamón fue sometida a una detallada tomografía axial computarizada (TAC), una técnica de estudio no invasiva que se aplicó a todas las momias reales de ese período. De algunas de ellas –las relacionadas con la familia de Tutankhamón y unas pocas más– se obtuvieron también muestras cuyos restos de ADN se pudieron leer mediante las últimas técnicas. El resultado es que poco a poco vamos conociendo más sobre los problemas de salud que afligieron a los monarcas del valle del Nilo.

Como es de imaginar las muchas dolencias no eran exclusivas de la realeza, como los problemas de oftalmia generados por el ardiente sol y el constante polvo en suspensión del ambiente. Este problema ocular se intentaba solventar maquillándose los ojos. Otras enfermedades eran de tipo parasitario, siendo la principal una producida por un pequeño gusano que vive en aguas estancadas. La agricultura en Egipto se basaba en dejar que la crecida llenara los estanques que se creaban en la llanura inundable, lo cual generaba el ambiente perfecto para que se desarrollaran las diminutas larvas del gusano que la provoca.

Cuando una persona atraviesa esas aguas, las larvas se introducen en su cuerpo y acaban llegando hasta el recto o la vejiga, donde crecen y se reproducen, causando pequeñas hemorragias al excretar, las cuales terminan provocando anemia en las personas infectadas. Si en 1950 más de la mitad de la población egipcia estaba infectada de esquistosomiasis, podemos imaginar cuál era el porcentaje hace 3.500 años. Por ello, se puede dar por seguro que también afectó a los faraones, aunque por el momento no haya sido posible detectar la enfermedad en momias reales. Es cierto que los faraones no pisaban el agua estancada a diario, pues eran transportados casi siempre en sus palanquines; pero sabemos que desde época predinástica celebraban ceremonias en las que era imprescindible que lo hicieran.

Otra enfermedad parasitaria que atacó sin piedad a los egipcios fue la malaria (conocida también como paludismo), transmitida por las hembras del mosquito anófeles. Los síntomas son variados, pero los principales son una fiebre muy alta y escalofríos recurrentes en ciclos de tres o cuatro días; de ahí el nombre de fiebres tercianas o cuartanas con que era conocida en España. Sin un tratamiento adecuado, la infección puede terminar produciendo insuficiencia renal, coma y la muerte.

Con sus interminables marismas, el valle del Nilo era el paraíso para los mosquitos, y la salud de sus habitantes sufrió las consecuencias, incluida la familia real. Los estudios realizados en la momia de Tutankhamón descubrieron que era portador de la enfermedad en su variedad más grave, la malaria trópica. No obstante, como el 70 por ciento de los infectados consigue sobrevivir sin tratamiento, y en los países donde la enfermedad es endémica sus habitantes acaban generando cierta inmunidad, no parece que la malaria tuviera nada que ver con la muerte del faraón. De hecho, las momias de Yuya y Tuya, los bisabuelos de Tutankhamón, también estaban infectadas y ellos murieron a una edad avanzada para la época, entre 50 y 60 años.

Los faraones también sufrieron enfermedades contagiosas de tipo vírico o bacteriano, cuyos síntomas físicos podemos encontrar en algunas de sus momias. La primera de ellas fue la peste, una terrible enfermedad que devastó Europa en la Edad Media y que transmiten las pulgas que transportan los roedores, en especial la rata negra, que pululaba a sus anchas por las poblaciones europeas debido a las inexistentes condiciones de higiene pública. Condiciones semejantes se daban en los poblados egipcios, donde no había alcantarillas y las basuras se acumulaban en las calles a la espera de que la inundación anual se las llevara o las enterrara bajo el limo.

Igual de temible que la peste fue durante siglos la viruela, cuyas pústulas dejaban marcado de por vida el cuerpo y el rostro de los afortunados que conseguían sobrevivir a esta peligrosa enfermedad vírica. Uno de los afectados fue Ramsés V, el rostro, el cuello y el pecho de cuya momia parecen mostrar las inconfundibles marcas de la enfermedad. Resulta imposible decir si su fallecimiento con poco más de treinta años está relacionado con la viruela, aunque lo que sí es indudable es que su momia muestra un crecimiento anormal del escroto que parece señalar la existencia de una hernia inguinal.

Un detalle que todas las momias reales comparten entre sí, y con las de todos sus súbditos, es el mal estado de su dentadura. Al contrario de lo que sucede en la actualidad, no se trata de caries causadas por el exceso de azúcares en la dieta –un producto como la miel era un monopolio real y, por su precio, reservado a unos pocos–, sino por la técnica de molido de uno de sus alimentos principales, el pan. Las piedras de molino que utilizaban para moler el grano se deshacían ligeramente al ir creando la harina, y dejaban en ella trazas microscópicas que con el paso de los años acababan desgastando los dientes de todos, desde el faraón hasta el más humilde de los campesinos. La única gran diferencia entre las dentaduras de la familia real y las de sus súbditos la encontramos en la ausencia de líneas Harris entre los soberanos; se trata de las pequeñas marcas lineales en los dientes que indican cuándo dejan de crecer a causa de una crisis de subsistencia. La inmensa mayoría de los egipcios vivían con frecuencia al borde del hambre, algo que nunca experimentaron los miembros de la realeza.

En el antiguo Egipto, ser representado con unos kilos de más era símbolo de éxito en la vida y de un elevado estatus social. Las élites egipcias disfrutaban de una alimentación variada y abundante, pero eso no les libraba de padecer graves dolencias, entre ellas enfermedades cardiovasculares como la aterosclerosis (estrechamiento de las arterias), tal vez como consecuencia de una vida sedentaria y del consumo excesivo de carne y grasa. Las modernas técnicas de estudio aplicadas a momias de egipcios de clase alta han aportado abundante información al respecto.

La mayoría de campesinos egipcios vivía al límite de la inanición, ya que dependían de que la crecida del Nilo produjera cosechas abundantes. De lo contrario, pasarían hambre, lo que era habitual. El sustento diario de las clases populares estaba compuesto por pan, cerveza y vegetales, aunque cuando llevaban a cabo trabajos para el faraón la alimentación se podía complementar con un aporte extra de carne o de pescado. De todos modos, el consumo de calorías de casi todos los súbditos del faraón siempre fue menor de lo necesario.

Una de las posibles explicaciones que se han dado para el peculiar aspecto de Akhenatón es que sufría el síndrome de Marfan, una enfermedad que afecta al tejido conjuntivo y se manifiesta en un cráneo elongado, una pelvis ancha, una altura elevada y unos brazos y dedos muy alargados, lo que encajaría con el aspecto de las estatuas del monarca. No obstante, el TAC practicado a su momia, que se descubrió en la tumba KV55 del Valle de los Reyes, ha demostrado que el soberano no estuvo afectado por esta enfermedad. Era de esperar, porque sólo en las estatuas de la primera parte de su reinado aparece el faraón con esas deformidades extremas, que no son sino una convención artística destinada a señalar el cambio religioso de su gobierno.

Otra momia real que ha atraído el interés de los investigadores es la de Amenhotep III. En realidad, algunos expertos dudan de que la momia que tradicionalmente se ha atribuido a este faraón sea realmente suya. Fue hallada junto a otras muchas en la tumba de Amehotep II, que siglos después se utilizó para esconder y preservar las momias de otros soberanos. Debido a estas vicisitudes, la momia se encuentra en un estado lamentable, con la espalda y las costillas rotas. Aun así, el análisis ha constatado la existencia de varios dientes podridos y la ausencia de numerosas piezas dentarias. El monarca debió de sufrir muchísimo, y ello tal vez acabara causándole una muerte dolorosa y agónica.

Gentileza:

Beatriz Genchi.

Museóloga-Gestora Cultural-Artista Plástica.

beagenchi@hotmail.com

Puerto Madryn – Chubut

 

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