San Rafael, Mendoza 18 de mayo de 2024

¿Cómo comienza el fin? – Por:.Lic. Lucio Ravagnani Navarrete

Lo último que Nancy vio antes de la explosión fue a su amiga Belli saltando la soga en la vereda de su casa. En un momento, la realidad era una bella tarde de otoño con las hojas de los álamos vistiendo las calles de anaranjado. Al siguiente, los cristales habían estallado y los restos calcinados de casas se desparramaban por doquier.

El cuerpo de Belli, tan lleno de energía mientras esperaba a su amiga para saltar sobre las hojas secas, ahora yacía inmóvil en la calle con el vestido floreado consumiéndose por las llamas.

    Nancy, tendida en el suelo y rodeada de vidrios rotos que le habían hecho pequeños cortes en los brazos y piernas desnudas, aún sentía el silbido constante en sus oídos. Abrió los ojos con gran esfuerzo, sin comprender aún qué había pasado y notó a través de las ventanas rotas que el cielo estaba ardiendo. Intentó incorporarse y una oleada de dolor se espació por su cuerpo. Estaba demasiado confundida para preguntar por mamá, papá o ponerse a llorar. Lo único que podría hacer era quedarse parada, entre los muebles caídos, mirando por los ventanales destrozados. El silbido en sus oídos comenzó a desaparecer y pudo oír lo que ocurría afuera. Gritos de hombres y mujeres seguidos por pequeñas explosiones y sonidos agudos en repetición. Pequeños intervalos de disparos que cesaban rápidamente y el rugir de motores que se apagaban con nuevas explosiones. Afuera, donde el cielo ardía, el caos se esparcía por doquier. Nancy, aún en shock, se acercó a la ventana. Ante sus ojos la vida que conocía se consumía en infinitos focos de incendio mientras que los gritos y disparos eran cada vez mayores. De repente, un hombre pasó corriendo y vio la ventana rota y a la niña que miraba detrás. Sin frenar la marcha se encaminó hacia allí mientras jadeaba y echaba rápidas miradas sobre su hombro. De un salto pasó por la abertura y cayó al lado de Nancy, que lo miró detenidamente.

    -¡Agachate. ¡Agachate!  -decía aquel hombre de rostro sudado y ensangrentado mientras agarraba a la pequeña de la muñeca y la arrastraba hacia un costado de la habitación. -Están viniendo.

    Nancy no podía hacer otra cosa que mirar aquel rostro sumido en el pánico y la agitación. Hizo lo que el extraño le indicó y esperaron en silencio. Un minuto después, un rugido atronador saturó el ambiente. Las sombras de seres extraños que corrían en formación por la calle se dibujaron en la pared opuesta a la ventana. No debieron ser más que un puñado, pero a los que se ocultaban les pareció que allá afuera había todo un ejército dispuesto a aniquilarlos. Al cabo de unos momentos, el único sonido perceptible era el de las llamas devorando las viviendas.

    -Vaya, eso estuvo cerca. -Dijo el hombre que parecía estar recuperando el ritmo normal de su respiración. -¿Estás bien? ¿Cómo te llamas, pequeña?

    -Na..Nancy. -Su voz era casi un murmullo entrecortado.

    -Encantado, Nancy. Mi nombre es Oscar. ¿Dónde están tus padres? -A la pequeña no se le había ocurrido preguntarse eso. Habían salido aquella mañana al mercado en busca de pescado fresco para preparar en el almuerzo, mientras ella se quedaba en casa comiendo su cereal favorito. Los ojos de la niña se llenaron de lágrimas mientras abrazaba sus rodillas contra el pecho.

    -Ya, ya. Todo va a estar bien. Solo tenemos que tener mucho cuidado y buscar a otros adultos que puedan ayudarnos. -La voz de Oscar era serena y tranquilizadora. -Vamos, quédate cerca mío y no te pasará nada.

    -¿Lo prometes? -Preguntó Nancy secándose las lágrimas con las mangas del vestido.

    -Lo prometo. Ahora vamos, en marcha.

    Oscar se puso de pie de un salto mientras tomaba de la parte de atrás de sus jeans una pistola automática. Miró con cuidado hacia la calle y vio que estaba desierta. Había sacado ya una pierna por la ventana, cuando la puerta del cuarto contiguo se abrió de golpe. Allí, bajo el marco de la estructura, apareció una criatura parecida a un centauro, pero cuya piel era escamosa y el cuerpo, que debía ser humano, era de reptil. El color rojo de sus escamas parecía imitar el fuego que ardía afuera y sus ojos amarillos ubicaron inmediatamente al humano en la ventana. Con la velocidad de un rayo, apuntó un arma alargada que brillaba con pequeñas líneas azules fosforescentes en la base y disparó contra la figura de Oscar que se disolvió en una llamarada verde. La pequeña Nancy dejó escapar un grito y las lágrimas le nublaron la vista otra vez.

    Lo último que alcanzó a percibir antes de ser alcanzada por el disparo de aquella arma extraterrestre fueron aquellos aterradores ojos amarillos.

Gentileza:

AUTOR: Lic. Lucio Ravagnani Navarrete

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