San Rafael, Mendoza viernes 19 de abril de 2024

 Cenizas y basura – Por:Lic. Lucio Ravagnani Navarrete

Estaba en casa la noche que lo atraparon. La televisión estaba encendida y debía ser alrededor de las once, porque recuerdo que Robert Fiodden balbuceaba en el programa de Jean Van Boutoi “Hasta el infinito y devuelta”, sobre algún viaje que había realizado en su juventud. El teléfono sonó destrozando el silencio de mi departamento casi vacío. Una única habitación mediana con apenas espacio para una cama, una mini heladera con un viejo televisor encima y una estufa eléctrica a su lado. El baño estaba al fondo, al lado de una ventana, separado del resto del lugar por un divisor de mimbre. Algunas personas llamarían a este sitio una patética excusa por hogar, pero era mío y eso me bastaba. Me levanté de la cama y atendí el teléfono.

-¿Hola?

-Jacko, que bueno que atendiste. Supongo que ya sabés por qué te estoy llamando. –Sonaba demasiado emocionado. –Tenés prendido el canal de noticias, ¿no?.

Sabés que ya no miro los noticieros, Nathan. No hay nada particularmente novedoso para mí allí.

-¡Prendelo, viejo! ¡Carajo, vas a amar esto!

Dejé el auricular del teléfono sobre la pequeña mesa de luz y me acerqué a la caja boba para poner las noticias. El volumen estaba casi completamente en mute, así que lo subí en números múltiplos de cinco. Siempre lo hice así. El panelista, con un simpático bigote bajo la nariz que bailaba a cada palabra, leía sus notas.

Los reportes de la policía indican que el detective capitán Nathan Woodmark y su equipo finalmente capturaron al perpetuador de la masacre sucedida el día de ayer. El sujeto llamado Giuliano Ritoricci, ahora bajo vigilancia de la fuerza policial, sería el responsable de encerrar a doscientas personas en un galpón con la excusa de una fiesta gratuita y prenderles fuego estando estos aún vivos. Volveremos con más detalles sobre esta tragedia luego de los comerciales.

“Maldito psicópata”, pensé mientras volvía a levantar el tubo del teléfono. Nathan todavía estaba del otro lado de la línea. Lo podía sentir respirando fuerte y rápido.

-Buen trabajo, amigo. Parece que vas a estar en vistas de un ascenso por esto.

-Gracias, Jacko. Escucha, Sé que te has retirado y ahora vivís una vida tranquila, pero pensé que tal vez te gustaría pasarte por la estación y escuchar el interrogatorio. Quién sabe, tal vez acabes con algún material para esas historias cortas que escribís ahora.

Lo pensé por un minuto antes de responder. Volver a la estación implicaba lidiar con un montón de gente que no soportaba y pretender que me importaban tres carajos lo que sucediera con sus carreras y sus tristes vidas. De todos modos, este maniático que habían agarrado parecía tener algo que decir, un mensaje que dar a este mundo boca arriba en el que vivimos. Mi otra opción, si fuera a rechazar la oferta de Nathan, descansaba cerca del teléfono en forma de botella de ron barato.

-Dejame agarrar mi sobretodo y me pongo en marcha. –Dije mientras me giraba hacia la televisión nuevamente.

-¡Buenísimo, viejo! Te veo en un rato.

El click del teléfono. El reino de silencio estaba ahora siendo asediado por una irritante música de infomerciales. Agarré mi sobretodo, mis llaves y dejé el lugar. Detrás de la puerta, el sonido de la televisión todavía era nítido.

Manejé por casi media hora y llegué a la estación de policía. Mientras apagaba el contacto, me quedé sentado mirando la entrada con una mano sobre el volante. Dos oficiales jóvenes estaban hablando cerca de la puerta mientras fumaban cigarrillos baratos (como si pudiesen comprar de los caros). Abrí la guantera y busqué a una vieja amiga. Pero cuando revisé, solo encontré una vacía oscuridad. Me bajé del auto y caminé hacia la estación muy consciente de la forma en que mis pies se movían. Odio esa sensación. Cuando pasé cerca de los oficiales, ambos me saludaron con una inclinación de sombrero. Unos pasos más y el brillo del techo con sus luces de tubos me cegó. Cerré mis ojos por un segundo sin dejar de caminar hacia la sala de interrogaciones. En mi camino hacia allí, muy pocas personas notaron mi presencia. La mayoría tenía la cara enterrada en expedientes y montañas de papeles. Cuando finalmente llegué al cuarto de la “verdad escupida”, me quedé inmóvil mirando el picaporte. Golpeé y Nathan abrió la puerta.

-¡Jacko! Qué bueno que llegaste. Por favor, pasá. Justo estaba por empezar. –Cerré la puerta a mis espaldas. El hombre sentado en una punta de la mesa de metal gris con las manos esposadas miraba al piso. Su cara estaba bastante golpeada y tenía un corte en el labio superior. “Un sánguche de trompadas para la cena”, pesé. –Estaba a punto de dar su confesión, pero queríamos que vos también la escucharas. Viste, por si acaso.

Me senté en una silla ubicada en un rincón del cuarto, encendí un cigarrillo armado y escuché. El maniático comenzó a hablar.

-Fue todo bastante simple. Una fiesta “solo para pandillas” con entrada gratuita, alcohol y música de clase baja en un viejo galpón. Esperé pacientemente en el piso de arriba hasta que el lugar estuvo lleno. Luego bajé por una cuerda hacia la entrada y prendí un cigarrillo. Por supuesto, ninguno de esos buenos para nada-pedazos de mierda-excusas de ser humano sospecharon que los barriles que parecían de cerveza eran en realidad gasolina. Una pitada y la chispa de la justicia voló desde mis dedos. El viento ayudó, tengo que admitirlo. Para cuando llegaron los bomberos, no quedaban más que cenizas y algunas brazas rojas. No ofrecí resistencia al arresto. Esa gente se lo merecía. Basura… y ahora cenizas.

Para cuando el demente pronunció aquellas últimas palabras, yo me retiraba del lugar. No lo van a enviar a prisión. Como mucho, al manicomio. Las personas que mató eran en su mayoría ratas de la calle y drogadictos. El tipo de escoria que le roba a una viejecita o grita obscenidades a las mujeres o te dispara justo en el pecho porque estaban demasiado merqueados. Me sentí un poco mal por el Sr. Maniático. Después de todo, hizo lo que muchos solo pensaron hacer. No lo llamaría justicia. De hecho, no sé cómo mierda lo llamaría.

 

Gentileza:

AUTOR: Lic. Lucio Ravagnani Navarrete

EMAIL: ravagnani.lucio@gmail.com

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