San Rafael, Mendoza jueves 25 de abril de 2024

Z- Por:.Lic. Lucio Ravagnani Navarrete

Cargadas van, cargadas vienen

y en el camino no se detienen.

 -¡Mamá! ¡Mamá! ¡La ciudad se derrite! -Gritaba la pequeña Mariel mientras corría de acá para allá, pero siempre a la vista de su madre que contemplaba todo con ojos inexpresivos.

Los mayores, en su templanza, miraban el alboroto que causaban las jovencitas, ingenuas ante un evento que era recurrente en aquella vida. Ignorante de aquellos sucesos anteriores, la pequeña Mariel daba vueltas frenéticas alrededor de su madre, que avanzaba a paso lento pero seguro por los pasillos y túneles de la ciudad.

-¿No te das cuenta, mamá? La ciudad entera se va a derretir y vos como si nada. – Sus grititos eran agudos, pero no del todo molestos. Algo así como una nota musical que no termina de encajar perfectamente entre la composición de la orquesta, pero que aún permite disfrutar del espectáculo sin problemas.

–Tenemos que apurarnos. ¡Vamos, mamá! ¡Vamos!

El ascenso por la alborotada urbe comenzó a complicarse a medida que los habitantes se agolpaban frente a las rutas de salida más concurridas. El caos no era total, pero a la madre de Mariel, la reina, le molestaba mucho todo aquello que no estuviera regido por una estructura perfecta y organizada.

-Así las han criado- Le decía su amiga Rita, que había nacido el mismo día que Mariel, pero en una sala diferente. -Es algo que heredaron de sus antepasados y que nosotros terminaremos heredando también. Resulta inevitable, ya verás-.

A la pequeña, que ahora corría escandalizada, no le gustaba para nada la idea de vivir en una comunidad tan estructurada. Ya era suficiente el tener que obedecer los caprichosos mandatos de la reina que, desde su cómoda y protegida Cámara Real, dictaba mientras ella y sus hermanas trabajaban todo el día casi sin descanso.

-El trabajo es lo que nos hace útiles, cariño- Decía su amiga con tono dulce cada vez que Mariel se quejaba antes de ir a dormir. -Sin nuestro esfuerzo, el gran engranaje de este lugar se caería a pedazos. ¿Lo ves, cariño? Somos una pieza fundamental de este todo-. Todas estamos unidas a la reina en igual medida y ella a nosotras. Somos la paridad de un uno total y completo-. La pequeña no terminaba por comprender de forma completa aquel concepto tan innecesariamente intricado, de modo que, cuando no se sentía con ganas de continuar la charla, solamente asentía con la cabeza y se dejaba llevar por los lazos del sueño.

Las laberínticas callejuelas y los pasillos estrechos ya estaban atestados de individuos que, en mayor o menor medida, proferían insultos y quejas contra quienes se encontraban frente a ellos en la fila. La noble madre se detuvo y la hija la imitó. El avance sería imposible y, de llegar a ser plausible, sería terriblemente tedioso y agotador. Miró entonces un poco en rededor en busca de algún otro canal que permitiera un paso más sencillo.

Nada.

Buscó por arriba de las cabezas de aquella multitud embravecida que se agitaba como una marea presagiando la tormenta.

Nada.

Finalmente, visualizó un pequeño haz de luz que se filtraba por una grieta estrecha, pero lo suficientemente amplia como para pasar. Sin dudarlo un segundo más, le indicó a su última hija, con un movimiento de cabeza, que la siguiera y ambas se pusieron nuevamente en marcha. Como había previsto la grieta era pequeña, aunque les permitió un paso cauteloso y medido a través de ella. Anduvieron un largo rato, esforzando la vista para poder seguir el camino indicado. De tanto en tanto podían percibir algún grafiti sobre las paredes cilíndricas. A Mariel le llamó especialmente la atención uno que decía, en letras garabateadas con prima: “DEUX HOMO EST”. Meditó estas palabras un momento y se dio cuenta de que aquella idea nunca se le había cruzado ni de la forma más mínima por la cabeza. Las dos terminaron emergiendo ante la visión de aquel desastre que se anunciaba.

La antigua zona obrera y la sección de almacenes y viviendas se encontraban totalmente desmoronadas y vueltas melaza.

-¡Hey, ustedes dos!- La voz era fuerte y ronca y se alcanzaba a oír por sobre el estruendo de los estallidos más cercanos.- ¿Suben o se quedan?- Una pequeña figura se recortaba entre la penumbra y tras ella se veía con dificultad la silueta de lo que parecía una modesta embarcación.

-¡Vamos, mamá! ¡Por favor! – La pequeña Mariel estaba a punto de romper en llanto en cuanto vio toda aquella destrucción desplegarse ante sus ojos negros, como si la ilusión de realidad que había concebido durante tanto tiempo se destrozara en un instante.

Corrieron mientras los vestigios de la ciudad, que tan bien habían conocido, se desmoronaban a su alrededor. Quedaba solamente un tramo mínimo hasta la seguridad del bote, cuando una oscuridad mortal se cernió de golpe sobre las fugitivas. Duró muy poco, cosa de segundos, pero fue suficiente para cambiarlo todo.

Cuando la luz volvió, Mariel casi se consumió de dolor. Su madre estaba completamente aplastada y sus extremidades se retorcían en forma completamente antinatural.

-¡MAMÁ! ¡NOOOOOOOOOOOOO!.- Aquel grito desgarrador fue acompañado de un estruendo desde el cielo que sonó como un cañonazo.

¿Eran cañonazos? ¿Estaban bajo asedio? Todo indicaba que ese era el panorama.

-¡Vamos, no hay tiempo que perder!- Gritó nuevamente la voz rugido desde el bote.- ¡ES AHORA O NUNCA!

Mariel se restregó los ojos con las extremidades que brotaban de su cabeza y retomó la desenfrenada carrera hacia aquella modesta barcaza, como si corriendo así pudiera hacer que el mundo girara al revés y el tiempo retrocediera con él. Llegó hasta el borde del navío cuando la última estructura firme se convirtió en una masa amorfa y líquida. Lloraba desconsoladamente.

-Hey, Hey. Shhhh, ya pasará. Tienes suerte de que medio millón de tus hermanos y hermanas pudiera escapar también. – La joven miró a aquel extraño hermano de forma perpleja, entre cortinas de lágrimas diminutas. Se restregó suavemente los ojos y recobró la compostura lo más que pudo. Luego se acercó a la proa y contempló cómo su vieja ciudad se hundía bajo hasta sus más hondos cimientos. Sería duro y llevaría un esfuerzo descomunal, pero la idea de una nueva colonia era posible. Después de todo, las hormigas llevan aquí ciento veinte millones de años.

Gentileza:

AUTOR: Lic. Lucio Ravagnani Navarrete

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