San Rafael, Mendoza 04 de mayo de 2024

El turrón más blando – Por:.Beatriz Genchi

Cuando llegaron en barcos nuestros abuelos inmigrantes, muchas familias argentinas cuyos antepasados llevaban mucho tiempo en el país, pensaron que los recién llegados eran los más débiles, los perdedores de esa Europa golpeada por mil guerras y a la vez tan lejana. Se equivocaban. Estos que venían a un mundo del que nada conocían, a desafiarlo todo, eran los más duros entre los duros, los más valientes, los que desafiarían hasta el Océano Atlántico para construirse, como fuera, un futuro de los buenos.

Dos de ellos eran griegos. Cuando llegaron al enorme puerto de Buenos Aires, uno le dijo al otro que para sobrevivir tendrían que adaptarse pronto a las costumbres locales. El otro, desde el barco, con sus manos apoyadas sobre la baranda de hierro de la cubierta, mirando los altos edificios le dijo, «No. Para sobrevivir, nosotros tendríamos que hacer que los locales se adapten a nuestras costumbres”. Y tenía claro que tendrían que hacerse fuertes en los productos que consumían en Grecia y Medio Oriente desde hacía ya dos mil años.

Cuando se instalaron, uno de ellos empezó a fabricar en el barrio de Floresta, el antiguo postre llamado Halva, (¡y así se pedía! – casi jalbá mi mamá la primera) una mezcla con sésamo, clara de huevo, miel, esencia de vainilla, aceite y otras sustancias que formaban un turrón semiblando de sabor increíble.

Cuando una amiga les dijo que parecía manteca, el hombre se decidió, lo llamaría Mantecol. Miguel Georgalos, era su nombre, cambió el sésamo que en Argentina no era fácil de conseguir, por el más criollo maní. Apenas empezó a distribuir su producto los argentinos se enamoraron de él.

Cuando Georgalos usó los dibujos animados de Manuel García Ferré, el creador de Anteojito, Antifas, Hijitus, Larguirucho y tantos otros en publicidad, donde le daban vida a la famosa Pandilla MANTECOL, cuyo Jingle era » contento por la vida voy, saboreando el rico MANTECOL,» este manjar griego llego a estar en boca de todos, literalmente.

Georgalos se mudó para Río Segundo, Córdoba, en el corazón de la región productora de maní, para estar cerca de donde se cosechaba la materia prima. Allí monto una fábrica, en las instalaciones de la que era antiguamente la famosa cerveza Río Segundo, con alrededor de mil empleados.

El Mantecol se vendía por kilo en los almacenes, cortado a cuchillo, en lata, envuelto en papel metalizado, con nueces en recipientes redondos de cartón, en baldes plásticos de veinte kilos, se vendía como pan caliente y se exportaba a más de 30 países.

Los Georgalos, para pagar una deuda debido, a las crisis económicas que siguieron al efecto Tequila, vendieron la marca Mantecol a Cadbury, que actualmente lo elabora con ese nombre, aunque con un muy leve cambio en su composición. Pero la leyenda del turrón que se difundió al mundo desde Córdoba, Argentina aún continúa.

Los Georgalos lo siguen fabricando con el nombre Nucreem, tan puro como en sus comienzos. Y también producen el turrón Namur y los caramelos Flynn Paff, entre otras delicias. Georgalos está junto a Arcor, dentro de los tres mayores fabricantes de golosinas de todo el país. Al Otro griego inmigrante del comienzo de esta historia, no le fue nada mal. Creo un alfajor especial, los que fabricó usando algunos toques de sabores de Grecia tan recordada y jamás olvidada, y los llamo simplemente Havanna. El reto es historia, sobre todo en Mar del Plata.

Miguel Georgalos, un inmigrante que creó el postre más increíble: ese que tiene el sabor más extraño y entrañable, y esos tradicionales alfajores que poblaban nuestras vacaciones, especialmente, sabores de nuestra propia y recordada infancia. Cuando encuentro estas ricas historia solo digo; “… que inmigrantes aquellos eeehhh???!!!” … los más débiles!

Gentileza:

Beatriz Genchi

Museóloga-Gestora Cultural-Artista Plástica.

beagenchi@hotmail.com

Puerto Madryn – Chubut.

 

 

 

 

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