Los resultados indican que los síntomas depresivos, de ansiedad y de angustia, así como la mala calidad del sueño, pueden perdurar hasta 16 meses entre quienes pasaron la covid-19, en especial, si estuvieron al menos siete días en cama por la enfermedad.
El trabajo, que se publica en The Lancet Public Health, sugiere que, en general, las personas que se infectaron por el SARS-CoV-2 aunque no requirieron hospitalización tenían más probabilidades de experimentar síntomas depresivos más de un año después del diagnóstico, en comparación con los que nunca se infectaron. Si además tuvieran que guardar cama durante al menos siete días, tenían aún más riesgo de sufrir síntomas depresivos y ansiedad.
Es importante destacar que el análisis encuentra que los síntomas de depresión y ansiedad remitieron en la mayoría de los casos durante los dos meses siguientes a experimentarlos. Algo que no sucedió entre los que tuvieron que estar una semana postrados en la cama por la covid.
Según apuntan los autores de este trabajo, encabezados por Ingibjörg Magnúsdóttir, del Centro de Ciencias de Salud Pública de la Universidad de Islandia (Reikiavik), la mayoría de los estudios hasta la fecha solo han examinado el impacto en la salud mental hasta seis meses después de un diagnóstico de covid-19, y se sabe mucho menos sobre la evolución de esa influencia más allá de ese período, en especial entre los pacientes no hospitalizados con diversas formas de gravedad de la enfermedad.
En este trabajo se han analizado seis cohortes nacionales de pacientes (Dinamarca, Estonia, Islandia, Noruega, Suecia y Reino Unido) que en total sumaron casi 250.000 adultos; durante el periodo de seguimiento de 16 meses del estudio, unas 10.000 personas (4%) fueron diagnosticadas con covid-19, confirmado mediante pruebas de anticuerpos o PCR.
En general, los participantes diagnosticados con covid-19 tenían una mayor prevalencia de depresión y una peor calidad del sueño en comparación con las personas que nunca fueron diagnosticadas (el 20,2 % frente al 11,3 % experimentaron síntomas de depresión y el 29,4 % frente al 23,8 % experimentaron una mala calidad del sueño).
Las personas diagnosticadas con un covid leve, que no les prostró ningún día en la cama, tenían menos probabilidades de experimentar síntomas de depresión y ansiedad incluso que aquellas que no habían sido diagnosticadas con la enfermedad. Los autores afirman que una explicación de esto es que «el regreso a la vida normal es un alivio para estas personas, mientras que aquellos que aún no están infectados todavía se encuentran ansiosos por el riesgo de infección y agobiados por el aislamiento social».
El análisis encuentra una clara asociación entre la gravedad de la covid y la mayor prevalencia de los efectos sobre la salud mental. Así, los pacientes que estuvieron en cama al menos siete días tuvieron un 50-60% más probabilidades a lo largo de los 16 meses de experimentar una mayor depresión y ansiedad en comparación con las personas que nunca se infectaron durante el período de estudio.
Una de las autoras del estudio, la profesora Unnur Anna Valdimarsdóttir, también de la Universidad de Islandia, afirma que esta investigación «sugiere que los efectos en la salud mental no son iguales para todos los pacientes con covid-19 y que el tiempo que pasan postrados en cama es un factor clave para determinar la gravedad de esos impactos. A medida que nos adentramos en el tercer año de la pandemia, se hace fundamental para garantizar la atención adecuada una mayor vigilancia clínica del daño en la salud mental entre los pacientes con covid grave, además de estudios de seguimiento más allá del primer año tras la infección».
El hecho de que las personas con una infección leve se recuperen de los síntomas físicos con más rapidez puede explicar en parte, a juicio de estos autores, una disminución de los síntomas de salud mental al mismo ritmo. Sin embargo, los pacientes con covid-19 grave a menudo experimentan una inflamación que se ha relacionado con efectos crónicos en la salud mental, en particular con la depresión. Magnúsdóttir añade a ello la influencia en la estabilidad psicológica de «la preocupación por los efectos a largo plazo en la salud», así como las limitaciones en el contacto social, que pueden provocar una sensación de impotencia.
Fuente:https://www.elmundo.es/ciencia-y-salud/salud/2022/03/15/622f912f21efa089668b45a1.html
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