San Rafael, Mendoza lunes 07 de julio de 2025

Vía de escape – Por:.Lic. Lucio Ravagnani Navarrete

Admito que soy un gran entusiasta de las teorías conspirativas. No porque las crea o porque me parezca que tengan lógica alguna, sino porque me resultan sumamente divertidas. Vamos, ¿quién no dejó volar la imaginación con algún que otro documental que pasaban por la televisión por cable durante el principio de siglo y que ahora se encuentran en abundancia en internet? El folclore de las teorías conspirativas, así como el de las leyendas urbanas, son el combustible no contaminante de infinidad de historias. Esta fue escoltada de la mano de Bradbury, Oesterheld y, por qué no admitirlo también, de una muy amplia variedad de videos de baja calidad de la red global. Sin embargo, no deja de ser eso: literatura de ficción. Solo el tiempo dirá si alguno de los hechos que aquí se narran en realidad pertenecen a una página de la historia de la humanidad que aún no ha sido escrito.

La nave tocó el suelo y la voz del Capitán envió el mensaje que tanta gente esperaba: “señoras y señores, hemos llegado a nuestro nuevo hogar”. En el Comando Central hicieron saltar los corchos de las botellas de champagne, mientras las risas y los abrazos de felicidad inundaban la sala repleta de pantallas y teclados parpadeantes. Lo habían logrado. Tras años de pruebas, incontables contratiempos y presupuestos que hubieran podido erradicar la hambruna mundial varias veces, el pequeño grupo de exploración había llegado a suelo marciano. Comenzaba a vislumbrarse una luz de esperanza. Porque lo cierto es que el hambre no se erradicó, no se frenó el calentamiento global, no se tomó conciencia ambiental y las personas no tuvieron noción verdadera de que la destrucción de la Tierra no tenía vuelta atrás. Ahora, con la frontera del espacio alejándose a medida que los humanos salían de la órbita planetaria, quizás hubiera un cambio verdadero.

El Capitán esperó a que se abriera la escotilla y accionó la plataforma retráctil para poder llegar al suelo de Marte. Él y cuatro tripulantes más, con sus trajes espaciales autoajustables, descendieron de la nave y fueron al encuentro del rover Perseverance que los estaba esperando. El Capitán miró directo a la cámara del robot, hizo un saludo militar y nuevamente la sala del Comando Central en la Tierra estalló en aplausos y vítores. De esa manera comenzaba la tercera fase del proyecto “Resurgir”. El equipo de astronautas comenzó con las actividades primarias. Dos se dedicaron a medir y analizar los elementos atmosféricos, mientras calculaban cuánto tardarían los injertos vegetales en volver respirable el entorno. Quien estaba al mando levantó un panel de uno de los laterales de la nave y comenzó a teclear datos y coordenadas que pronto serían enviadas al resto de la flota que aguardaba sus noticias. Las últimas dos tripulantes comenzaron a explorar los alrededores para asegurarse que las imágenes satelitales estaban en lo correcto y que aquel valle era el sitio indicado para sentar las bases de una nueva civilización. Una leve brisa levantaba pequeñas nubes de polvo rojo, pero el viento no llegaba a oírse a través de los cascos. De tanto en tanto, solo un mensaje interno de las radios cortaba el brutal silencio de aquel planeta desolado.

Las dos miembros de la avanzada interplanetaria comenzaron el recorrido, pero siempre manteniendo la nave a la vista. Durante los meses de entrenamiento, el oficial a cargo de preparar al equipo para enfrentar las condiciones naturales del planeta rojo había hecho especial hincapié en el peligro que representaban las tormentas de arena. “Si alguna vez tuvieron la mala suerte de enfrentar una de esas en algún erial de la Tierra, déjenme decirles que no hay comparación. Si una tormenta de arena marciana los toma por sorpresa, pueden darse por muertos. No hay ningún tipo de salvación”. Lid, una de las exploradoras, recordó su primera experiencia frente a una de esas tormentas. La deforestación había expuesto grandes territorios a la violencia del viento y las tempestades cataclísmicas no tardaron en llegar. Lid recordó a su madre corriendo para poder cerrar la trampilla del sótano desde afuera y así mantener a sus hijas a salvo. Cuando la tormenta cesó y finalmente pudieron salir, su madre era un cascarón seco y arrugado que sostenía firmemente la traba de la puerta. La memoria desbloqueada la hizo lagrimear y por un momento amagó a secarse los ojos con el dorso de la mano enguantada. “Aún no”, pensó mientras seguía caminando a la par de su compañera. “Ya habrá tiempo para recordar”.

Cuando hubieron recorrido unos dos kilómetros, se detuvieron. El sitio presentaba todas las características requeridas para ser el lugar ideal del primer asentamiento. Desde ahí, la nave que las había traído hasta allí parecía una escultura brillante que se había encogido con la distancia. Bev, quien acompañaba a Lid, activó el dispositivo personal de trabajo que llevaba en el brazo izquierdo de su traje y se dispuso a hacer un escaneo del terreno. Un pequeño drone salió despedido y comenzó a recorrer todo el lugar, registrando la información pertinente para poder compartirla con el resto del equipo. Solo quedaba esperar y contemplar la inmensidad de las dunas oxidadas que lentamente cambiaban de forma con la brisa.

Lid se apartó unos pasos en la dirección por la que había pasado el drone. Miraba fijamente el rastro luminoso fluorescente con la cabeza gacha. Desde lejos, parecía uno de aquellos penitentes de antaño que se ataban piedras al cuello y peregrinaban con la frente hacia el suelo por largos y extraños senderos. No había dado más de diez pasos cuando percibió algo entre la arena. Por un instante creyó que el visor del casco se había desconfigurado y le mostraba una señal contaminada. Corroboró que los sistemas funcionaran correctamente y volvió a enfocarse en el suelo. No había dudas, estaba realmente allí. Extendió la mano, pero le costó levantarlo rápidamente por el peso de la arena. Tuvo que arrodillarse y escavar un poco con las manos para poder liberar completamente el objeto. Ahora, sosteniéndolo con ambas manos justo frente a sus ojos, una sensación de confusión y horror se mezcló dentro suyo. Aunque estaba gastado, la pintura todavía podía leerse casi en su totalidad: “Avenida 115”. El cartel indicador era igual a los que se utilizaban en la Tierra sobre las esquinas de las calles. El estupor no la dejaba moverse. Los músculos de Lid parecían haberse calcificado y sus articulaciones oxidado como el suelo marciano. El pitido de su casco, indicando que el drone había cumplido la tarea, la trajo de nuevo a la realidad. Iba a salir corriendo para dar aviso de su hallazgo, pero al girarse se topó de golpe con la figura del Capitán. Su mano derecha empuñaba una pistola de plasma que apuntaba directo a la frente de la joven exploradora espacial.

-Lo siento, Lid, pero no puedo permitir que des la noticia. –Detrás del Capitán, la tripulación esperaba completamente quieta. El visor de sus cascos estaba opacado por la luz y hacía imposible reconocer sus facciones.

-Esto…esto…No, no puede ser. ¿Qué carajo está sucediendo aquí, Capitán?

-Había que volver. Lo que buscamos está aquí, en nuestro primer hogar. –La voz del Capitán sonaba extraña. Como si su lengua entrara y saliera de su boca cada dos palabras. –Está bien. Todo va a estar bien.

Lid miró a sus compañeros. Miró a Bev, su amiga, o a quién creía que era su amiga. Nadie dijo ni hizo nada.

-No, esto no está bien. Hay que dar aviso al Comando Central. La flota…la flota va a descender y tienen que saberlo.

-Me temo que no puedo permitir que hagas eso, Lid. –El Capitán sonaba más bífido que nunca. –Aquí sentaremos las bases para la conquista galáctica. La Tierra es historia, el resto de los planetas son el futuro.

Lid golpeó el arma con el cartel de la avenida y salió corriendo. Antes de dar el quinto paso, sintió un fuego que nacía en su espalda y salía por el medio de su vientre en forma de luz azul. No sangró, el disparo había cauterizado toda la herida. Mientras caía de rodillas, aún aferrada al pedazo de metal con la inscripción “Avenida 115”, escuchó la voz normal del Capitán en el comunicador de su propio casco.

Control de Misión, debo reportar una tripulante extraviada. Se acerca una tormenta de arena. Cortamos contacto hasta que pase.

 Gentileza

AUTOR: Lic. Lucio Ravagnani Navarrete

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