No todo lo que brilla es oro: el crecimiento económico como meta de la política kirchnerista quizás oculte un peligro
Ahora que “crecer” es el nuevo consenso que ordena a la coalición gobernante, el objetivo entra en la zona de riesgo de lo políticamente correcto. Como le viene pasando a la educación hace tiempo, convertida en la bandera bienpensante de la clase política pero a la deriva en el mar del estancamiento o, todavía más grave, del empeoramiento. Todos queremos educación de calidad pero no todas las políticas conducen a la Roma de la educación buena y para todos. “Para nosotros, el secreto es crecer”, sostuvo Alberto Fernández en la reunión con los gobernadores, cuando el ministro Martín Guzmán hizo como que presentaba los lineamientos de un acuerdo con el FMI. El secreto en realidad no es tanto crecer sino cómo y sobre todo, para qué.
El punto clave es si la nueva fijación oficialista en el crecimiento y en la llegada de divisas en realidad responde a un objetivo mucho más puntual: a la búsqueda frenética de más dólares para la política ahora que se acaban las reservas, que el crédito y la inversión internacional parece alejarse todavía más en medio del clima de desconfianza que genera el acuerdo siempre postergado con el FMI; ahora que aumentar o crear impuestos se puso más difícil en el Congreso y ahora que la emisión se empieza a chocar con el principio de realidad de la política en la Argentina, la inflación. Sobre todo, el principio de realidad que condiciona el futuro cuando se lo mide en elecciones presidenciales. Es decir, 2023.
La insistencia en el crecimiento económico como meta de la política kirchnerista podría representar una modernización de esa perspectiva política pero quizás oculte un peligro. Que lo políticamente correcto licúe el sentido del concepto y disfrace de crecimiento lo que en realidad es continuidad y, sobre todo, fortalecimiento de un funcionamiento político que deja al crecimiento todavía más lejos. Un capitalismo de amigos kirchnerista, estatista y prebendario, pero capaz de decantar nuevas lecciones. Las dos primeras, que el peronismo no siempre gana y que aun unido, puede ser vencido. La tercera, que para no ser vencido en las urnas hay que ganar antes en la economía. Cuarta, que la emisión sí genera inflación, aunque quieran tapar el cielo con las manos de los precios controlados. Quinta, que es necesario incorporar la restricción inflacionaria como dato político para evitar futuras derrotas electorales. La tercera lección y esta última son centrales para el kirchnerismo si quiere recuperar terreno hacia 2023.
Por de pronto, resulta curioso el borramiento de la oposición “mercado interno versus mercado externo” que sintetizaba bien hasta principio del año pasado el posicionamiento del oficialismo versus el de la oposición. Crecer vía consumo interno con incentivos de todo tipo por parte del Estado, a expensas del cierre de sectores exportadores como el de la carne, o expandir mercados vía exportaciones, con la ventaja de atraer dólares. Ahora el kirchnerismo se sumó a la narrativa del crecimiento e insiste en la conversación pública con datos y buenas argumentaciones en torno a las ventajas del crecimiento vía exportaciones, esta vez sin demonizarlas, a diferencia de los enfrentamientos que sostuvo con el campo durante el boom de las commodities: una rareza. Una especie de regreso al nestorismo del primer kirchnerismo.
Pero no todo lo que brilla es oro: ese desplazamiento del foco en la retórica kirchnerista, del mercado interno al mercado externo, parece tratarse más de un dato político antes que económico. No solo porque está lleno de contradicciones como el tipo de cambio, el cepo a la carne, controles e impuestos explícitos como las retenciones o implícitos a la hora de liquidar las divisas que ingresan, entre otros, como el rechazo conceptual al ajuste y al ordenamiento de las cuentas públicas. “Ajustar la economía es dejar de crecer”, también dijo el Presidente en aquel encuentro con gobernadores justo cuando, en la actual coyuntura, crecer y ajustar parecen dos caminos ineludibles y paralelos. Esa reticencia a hablar de ajustar debería ser la primera alarma acerca del destino de las divisas exportadoras, si es que finalmente llegan y crecen. Si no hay ajuste, ¿se las seguirá llevando la política sin plan?
Hace unos días, algo de esa discusión enfrentaba en Twitter al sociólogo Daniel Schteingart, director del Centro de Estudios para la Producción, un organismo que depende del ministerio de Matías Kulfas. “El mayor período de movilidad social ascendente de los últimos 50 años fue 2003-2011″, tuiteó Schteingart. “Hubo una condición de posibilidad: las exportaciones se triplicaron”, planteó. “Fue casi todo fortuna y eso no es una política exportadora. Los volúmenes exportados crecieron un poco hasta 2007 y después se estancaron”, tuiteó el historiador económico Pablo Gerchunoff, que relativizó las causas que Schteingart vio detrás de esa bonanza. En el eje de la respuesta de Gerchunoff está la diferencia entre el aumento de las exportaciones teniendo en cuenta su precio, es decir el precio internacional de las commodities, que no dependen de políticas del gobierno, y el volumen de las exportaciones, que sí es resultado de políticas del kirchnerismo. En ese punto, las exportaciones se estancaron, es decir, no fueron el resultado de un contexto favorable creado desde el Estado.
También hay cuestiones de fondo, más allá de lo económico, en la falta de credibilidad del foco kirchnerista en el crecimiento. La cuestión es que toda lógica del crecimiento no es lineal sino sistémica. No 2D sino 3D, por lo menos. No se crece en un vacío sino en un contexto. Es decir, para crecer, como quiere el kirchnerismo, debería cambiar el contexto que el mismo kirchnerismo crea. Una política económica que apueste realmente, y no solo retóricamente, a exportar más en volumen y en valor y crecer implica un cambio rotundo de concepciones en torno a asuntos clave no solo de la esfera económica. La esfera institucional es una pieza central de ese contexto determinante para que “crecer” no sea un parche coyuntural que lleve agua al molino de la perduración en el poder cueste lo que cueste y se convierta en una realidad sostenible. La división de Poderes, la igualdad ante la ley, el respeto por la propiedad privada, la transparencia de los funcionarios, la rendición de cuentas son parte de un contexto de crecimiento. Sobran indicios de que ese cambio profundo no se está dando en el oficialismo.
El fin de semana, una batalla campal entre hinchas de Independiente y vecinos del conurbano que cortaron la Autopista La Plata-Buenos Aires terminó con un muerto. Esto es: en la autopista que une a la capital de la República con la capital de la principal provincia del país hubo tiroteos, un muerto y heridos. Y ni un policía bonaerense para contener un hecho totalmente evitable. El episodio es un escándalo en la lógica de una república donde funciona la rendición de cuentas. Axel Kicillof no le ha pedido la renuncia al ministro de Seguridad bonaerense, Sergio Berni. Berni no la ha presentado.
El affaire Luana Volnovich contribuye también a un contexto donde es difícil que florezca una economía de crecimiento genuino. Lo más perdurable de la herencia kirchnerista empieza a ser la naturalización del privilegio de la burocracia estatal kirchnerista. Una economía que crece requiere instituciones sólidas y transparentes. El caso Volonovich es un síntoma de lo contrario.
Y el domingo, la división de poderes quedó francamente cuestionada en la solicitada que el kirchnerismo en pleno firmó en solidaridad con Milagro Sala. Funcionarios kirchneristas de primera jerarquía del Poder Ejecutivo y del Poder Legislativo nacional como de gobiernos provinciales y organismos públicos cuestionaron públicamente un fallo judicial
Crecer es necesario y las divisas también, pero para qué. Para ganar elecciones por la vía virtuosa, es decir, a partir de una mejora real de la vida de las personas y de los indicadores económicos en esas raras ocasiones en que convergen de manera maravillosa una gestión de gobierno que puede lucir resultados positivos y el objetivo de toda fuerza política de continuar en el poder. O puede tratarse de un para qué más táctico, el de siempre: aprovechando reservas para hacer política electoral. Más “plan platita”, es decir, la insistencia en “crecer” y en “divisas” para seguir atrapados en el laberinto argentino que plantea el kirchnerismo en lo económico pero también en lo institucional y en la vida cotidiana.
Luciana Vázquez
Fuente:https://www.lanacion.com.ar/politica/crecer-o-juntar-dolares-para-continuar-sin-plan-nid18012022/
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