No haber reconocido el resultado de las elecciones fue un gesto más por parte de un Gobierno nacional que carece de autocrítica. Y no sólo por no escuchar el mensaje que llegó de las urnas, sino porque está atrapado y enamorado de un proyecto que fracasó con notoriedad y que, incluso así, repite una y otra vez, pensando que, tal vez, por insistencia obtenga un éxito esquivo.
Este nivel de negación lo muestra con la idea de seguir imprimiendo carga impositiva al sector productivo. O se trata de una incapacidad absoluta para leer la realidad o el objetivo pasa por otro lado: hacer que las empresas queden subordinadas al yugo estatal y, de esa manera, controlar absolutamente todo. De ser así, el diagnóstico también es equivocado.
El mundo está jugando otro juego; al menos en aquellos países donde la democracia se honra en todo momento. De ahí en más basta con repasar las relaciones internacionales que Argentina supo conseguir para darse cuenta de que cada vez está más lejos de ese grupo.
Los Estados regulan; arbitran, pero evitan el protagonismo. Intentan generar clima para que el crecimiento y la riqueza lleguen a la mayoría de la población, a base de educación, trabajo, innovación, mérito y talento.
Argentina decidió tomar hacia otra dirección. Esos conceptos fueron catalogados como nociones de clase; pecado de aquellos que buscan el bienestar.
En contraposición, se romantiza la pobreza, la precariedad de recursos y la negación del futuro. Es un discurso trillado que tiene una particularidad: quienes lo sostienen viven en una situación contraria a lo que profesan. Pero nadie cuestiona y nadie indaga. La pobreza sólo es buena cuando es ajena y analizada desde la vulgaridad del lujo.
Fuente:https://www.elsol.com.ar/editorial/un-pais-que-se-aleja-poco-a-poco-del-futuro
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