San Rafael, Mendoza viernes 29 de marzo de 2024

Memoria para las ofensas – Por:.Lic. Lucio Ravagnani Navarrete

Hace unas semanas un muy querido amigo me preguntó de dónde surgía mi inspiración. Entonces me acordé que una vez estaba leyendo una entrevista que le hacían a Stephen King sobre su nouvelle “La niebla”. King dijo que la idea se le había ocurrido un día en el supermercado mientras estaba de compras con su hijo pequeño. En la fila de cajas, imaginó que un enorme pterodáctilo entraba al lugar y comenzaba a atacar a la gente. Este relato que están por leer no tuvo su origen en un lugar público ni involucró criaturas del pasado. Esta breve historia nació de una hermosa charla de jueves por la noche. Entre la picada, el vino y las risas, uno de los invitados dijo la frase que dio origen al título. El resto, como podrán ver, es historia.

La sala atestada apestaba a sudor y humo de cigarrillo. La secretaría había informado mal los horarios de las citaciones o quizás solo había sucedido lo de siempre: la gente hizo lo que quiso y se presentó a cualquier horario. Según uno de los camaristas, la historia del país podía resumirse en “falta de comunicación” y “cagar al vecino”. Había pocos que lo contradecían. No porque no pensaran diferente, sino porque asentir con la cabeza y responder “así estamos” era mucho más fácil que discutir sobre política y sociedad. Más fácil, pero mucho menos interesante. Los ventiladores del lugar no daban abasto y llegó un punto en que parecía que las paredes transpiraban a la par de las personas. Entre el griterío de la muchedumbre, el fiscal miraba al mar de gente apoyando la mano izquierda en el mentón.

La estafa había sido evidente, una obviedad. Sin embargo, como en La carta robada de Poe, la gran mayoría no vio lo que se estaba gestando justo bajo sus pulgares. Cuando la cosa se puso caliente, los bandos se dividieron. El River-Boca del colectivo argento llega más allá de las fronteras del fútbol y se instaura casi en cualquier discusión. Los grises quedan olvidados y los extremos se vuelven filosos. Algunos volcaron su furia contra la Justicia en redes sociales. Jueces, fiscales, abogados y periodistas aparecían como los detractores del trabajador promedio que había encontrado el vacío legal para llegar a fin de mes. Al Estado nunca se lo culpó por esta situación denigrante. Los comentarios en foros y publicaciones ardían en maldiciones, agravios e insultos. Quienes habían depositado sus ahorros y esperanzas en aquel edén digital citaron con nombre y apellido a las figuras públicas. Figuras que ahora, en el bumerang de la vida, eran los encargados de defenderlos cuando el dinero desapareció. Los rostros, ayer rojos de indignación, ahora suplicaban con manos blandas el auxilio de la justicia.

Las personas reunidas allí conformaban una masa heterogénea, pero unida por el mismo sentimiento del ultraje. Les habían robado. Los estafadores los habían desprendido de su inversión en un escenario anticipado, pero negado tres veces. Ante la imagen grotesca de aspectos compungidos, orgullos heridos y economías destrozadas, el fiscal de la causa solo quería salir de allí lo antes posible. Pensaba en cruzar la doble puerta de madera de la sala, recibir el aire fresco del pasillo repleto de ventanas abiertas y prenderse un pucho en el balcón. Reflexionó un momento sobre la precaria condición de los edificios públicos y su absoluta incapacidad para permanecer frescos en verano y cálidos en invierno. Consideró que tal vez aquello era adrede. Un recordatorio constante por parte de los altos funcionarios políticos de que la comodidad daba como resultado hombres y mujeres débiles. Qué fácil resultaba consolidar esa falsa idea cobrando cifras de seis dígitos y trabajando cuatro veces al año en el Congreso. En eso estaba el señor fiscal, a punto de pararse, cuando una voz lo trajo de nuevo al mundo.

-Por favor, señor. Tiene que darnos alguna respuesta. ¿No pretende hacer nada la Justicia? Estamos desesperados.

El fiscal subió la vista y se topó con unos ojos marrones y claros. Estaban enrojecidos por el calor y el esfuerzo de aguantar lágrimas de ira. El resto de la cara acompañaba la expresión de la mirada. Eran las facciones de un destronado, de aquel hombre que se había sentido en la gloria por unos segundos y que luego había sido arrojado nuevamente al nivel de los simples mortales. El fiscal sintió una leve corriente de compasión.

-Comprendo su situación, señor. Le aseguro que estamos haciendo tod…

Las palabras desaparecieron en una exhalación de súbita comprensión. Conocía a aquel hombre. Nunca lo había visto, por lo menos no en persona, pero lo conocía. Mejor dicho, conocía su foto y el tono de sus palabras. “El forro termotanque del fiscal J… Ese sí que se caga en todos. Siempre contra el pueblo humilde y trabajador. Un pedazo de sorete”. Las palabras aparecieron incendiadas en el aire cuando las evocó desde el recuerdo. Las había escrito aquel hombre, solo que en ese entonces no era un hombre. Había sido una pequeña foto de perfil con lentes de sol y fondo de montaña. Algo en todo el mensaje había afectado al fiscal en lo más profundo de su ser. Él, versado en el arte de la retórica, conocedor de las leyes de los hombres y de los dioses, ávido lector y perito de un amplio abanico cultural había sido alcanzado por la lengua intangible de las humillaciones virtuales.

-¡USTED! –La voz del magistrado rebotó contra paredes, torsos y ventanales cuando se incorporó de un salto. El dedo índice señalaba como un haz de luz de reflector. –Claro que me acuerdo de usted. Parece ser que de este lado de la pantalla no tiene tanta prepotencia, ¿no?

El hombre que siempre reprimió el llanto de ira lo miraba consternado. El fiscal se sentó de nuevo lentamente.

-¿Ha oído hablar de los tiempos de la justicia, no? Son como los del arte y al arte no se le pone un reloj. Puede tomar asiento y esperar. Esperar. Como todo el mundo.

Pocos eran los que sabían que el fiscal J… tenía una excelente memoria para las ofensas.

 

Gentileza: 

AUTOR: Lic. Lucio Ravagnani Navarrete

 

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