La relación entre Maduro y Fernández es de “diálogo abierto”, pero se mantienen los recelos mutuos
La tensión no llega, ni por asomo, al límite como en el caso de Daniel Ortega, el denunciado presidente nicaragüense que días atrás -según altas fuentes oficiales- rechazó un llamado telefónico del presidente Alberto Fernández sin palabras de cortesía.
Pero el vínculo otrora privilegiado de Argentina con la Venezuela de Nicolás Maduro atraviesa por un momento de “ruidos”, con el voto argentino en organismos internacionales, la presidencia de la Celac que pretende Fernández y la ausencia argentina en las actuales negociaciones por una salida democrática en Caracas como motivos de disidencia.
El comunicado de la Cancillería, en el que sumaban el respaldo de otros siete países, fue una respuesta concreta a la iniciativa de Ortega, que ofuscado con Argentina por sus críticas a sus violaciones a los derechos humanos y su llamado a consultas a su embajador en Managua, Daniel Capitanich, propuso al presidente del pequeño San Vicente y Granadinas, Ralph Gonsalves, para presidir el foro, con sede en México.
Desde el Gobierno adivinan que la mano de Maduro estuvo detrás de la iniciativa. “San Vicente no es nada sin el petróleo venezolano, no puede avanzar sin el aval de Caracas”, sospechan desde el Gobierno. El doble juego de Maduro, que primero apoyó a Argentina en la Celac y luego dio cuando menos un guiño a la iniciativa de Ortega (condenado y aislado por su persecución a opositores y trabas a la prensa) es uno de los nudos principales del vínculo. “En la votación (prevista para el 18 del mes próximo), Maduro va a tener que elegir entre Nicaragua y nosotros”, afirman dos fuentes oficiales, que dan por hecho de todos modos que Argentina “va a conseguir los votos” para liderar el organismo a partir de 2022.
La ausencia directa de Argentina en las negociaciones entre Maduro y la oposición a su gobierno en México -Venezuela eligió a la Rusia de Vladimir Putin como principal apoyo- también despertó cierto malestar en círculos cercanos a Fernández. “Pagamos un costo en las votaciones internacionales, y nos dejaron afuera”, afirmaron a LA NACION fuentes cercanas al Presidente, mientras la cancillería que encabeza Felipe Solá prefirió elogiar el proceso de negociación, que muestra a Maduro propenso a acercarse a la administración Joe Biden. “Vemos con satisfacción que se avanza en la agenda que nosotros siempre sostuvimos”, dijeron cerca del canciller, copromotor de un diálogo impulsado por el Presidente que le valió en su momento el mote de “tibio” por parte del todopoderoso Diosdado Cabello, número dos del régimen chavista.
La postura argentina en distintas votaciones internacionales sobre Venezuela (luego de retirarse del Grupo de Lima en solidaridad con Caracas, fue oscilante ante las violaciones a los derechos humanos en Venezuela y crítica del “bloqueo” por parte de Estados Unidos) no hace más que aumentar la desconfianza a ambos lados del mostrador, sobre todo entre quienes sostienen posturas extremas, aunque desde el Gobierno insisten en que el rol de “mediador” entre Venezuela, Nicaragua y Cuba y los Estados Unidos está “acordado” con Washington.
Poco intercambio
Entre los roces políticos y cierta decepción mutua, están los números de la relación económica, lejana de aquellos días dorados con Hugo Chávez en su apogeo y Cristina Kirchner en lo más alto del poder. Por el lado de las exportaciones, y según datos de la consultora DNI, que encabeza Marcelo Elizondo, Argentina vendió productos (agrícolas en su mayoría) el año pasado a Venezuela por sólo US$103 millones, bien lejos de los US$2295 millones de 2013, récord en la última década y símbolo de un “romance” económico que el gobierno de Mauricio Macri interrumpió (bajó a un piso de US$125 millones en el último año de su gestión, en 2019), en su intento por tomar distancia política total del gobierno de Maduro. Productor básico de petróleo, Venezuela no vende prácticamente nada al país: en 2020 la cifra de importaciones argentinas fue de sólo US$6 millones.
Los tiempos cambiaron, y aunque el vínculo ha vuelto a ser de “línea abierta”, la desconfianza mutua no termina de desaparecer.
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