San Rafael, Mendoza viernes 26 de abril de 2024

Corazón de muñeca – Por:.Lic. Lucio Ravagnani Navarrete

En otra oportunidad me atreví a escribir sobre la crueldad de los adolescentes y los oscuros secretos que pueden llegar a guardar. Me sentí raptado por las infinitas posibilidades que presentaba el descubrir qué había más allá de las dulces miradas y las pícaras sonrisas. En este relato, me atreví a dar un paso más. ¿Dónde se traza la línea entre la ingenuidad y la maldad? ¿Cómo se castiga aquello para lo que no existe perdón? Es posible que, luego de estas líneas, algún padre o madre preste más atención a las acciones de sus pequeños.

“La señorita Sydley siempre sabía quién estaba mascando chicle en la parte trasera de la clase, quién guardaba una gomera en el bolsillo, quién quería ir al lavabo para intercambiar tarjetas de béisbol en lugar de hacer sus necesidades. Al igual que Dios, siempre parecía saberlo todo al mismo tiempo”.

Hay que aguantar a los niños. – Stephen King

Cuando Martina cumplió siete años, sus padres trajeron a la casa a su nueva hermanita. Al verla por primera vez, Martina no pudo reprimir una mueca de desagrado y ligero desprecio. Aquella pequeña criatura colorada, que solo podía llorar y mirar con ojos oscuros a la nada, le resultaba particularmente despreciable. Acostumbrada a recibir toda la atención por parte de sus padres, las primeras semanas resultaron caóticas en el hogar familiar. Su padre, cansado por los horarios erráticos de la bebé, ya no se quedaba con ella a la hora de dormir para leerle un cuento. Su madre, agotada por el trabajo postparto que le había reducido las energías, ya no cantaba mientras le preparaba su desayuno favorito. Martina sentía cómo, lentamente, sus guardianes comenzaban a dejarla de lado para atender las necesidades de aquella intrusa en miniatura. Una tarde de sábado, la niña oyó a su madre hablando por teléfono con una amiga y pudo darle nombre a toda esa maraña de sensaciones que bullía dentro de su pequeño pecho. “Martina tiene celos”.

Una tarde de fuerte viento, la situación terminó por estallar. En un berrinche fuera de lo común, la hija mayor del joven matrimonio gritó y pataleo cuando su madre la intentó vestir para ir a visitar a unos parientes. Tal fue el alboroto que los vecinos, una adorable pareja de ancianos, tocaron la puerta para preguntar si estaba todo bien. La madre, avergonzada por la situación y con el pelo completamente revuelto, les aseguró que sí, que solo era el capricho de una niña. Cuando los vecinos se fueron, la madre subió rápidamente las escaleras hasta el cuarto de su hija y le ordenó por última vez que terminara de ponerse las zapatillas para salir. A modo de respuesta, Martina tomó su calzado y con toda su fuerza de infante se las arrojó a su madre con un grito. La cachetada llegó de forma inesperada, tanto para la madre como para la niña. Luego de eso, ambas se quedaron muy quietas mirándose fijamente. La madre ahogó la culpa, se acomodó un mechón de cabello y repitió el ultimátum. “Calzate que nos vamos”. Martina terminó de colocarse sus zapatillas entre lágrimas y mocos.

Dos días después del incidente, habiéndose enterado por su hermano, el tío Julián llegó de visita. La pequeña Martina adoraba al hermano de su padre, porque siempre que venía a visitarla le traía algún obsequio. Esta vez no fue la excepción. Apenas la vio, Julián le entregó un enorme paquete rectangular envuelto en papel de regalo. “Ahora sos la hermana mayor”, le dijo mientras le extendía la caja. “Vas a tener que aprender a cuidar a tu hermana cuando papá y mamá estén ocupados”. Martina rasgó con gran esfuerzo el envoltorio hasta dar con rostro el de un bebé. El muñeco de tamaño natural era casi tan grande como su hermana menor. Su tío le explicó que venía con todas las funciones que alguien pudiera pensar. El juguete lloraba, decía “mamá” y “papá”, hacía pis y, cuando dormía, incluso se podía sentir una leve respiración artificial. “Igual a tu hermanita”, le habían dicho.

Una semana después, el bebote dejó de funcionar. Lo que más entristeció a Martina fue que ya no emitía ese sonido que imitaba una respiración cuando lo acostaba junto a ella en la cama. Algo había sucedido y estaba decidida a saber qué. Había visto una vez, en un libro comprado por su padre, que las personas respirábamos gracias a algo que teníamos adentro y que se llamaban pulmones. Si su bebé ya no respiraba, sería porque había algo adentro que no funcionaba. Aquella siesta, mientras sus padres y hermanita dormían, fue hasta la cocina y tomó el largo cuchillo que su madre había utilizado para preparar el almuerzo. Lo llevó hasta su cuarto y, con mucho esfuerzo, abrió el pecho de plástico del muñeco. ¡Cuán grande fue su desilusión cuando descubrió que allí no había más que cables y un enorme agujero vacío! Desconsolada, fue corriendo a contarle a sus padres. Cuando entró a la habitación, lo primero que vio fue la cuna de su hermanita menor. Nuevamente llevada por la curiosidad, se acercó a mirarla. Se asomó por encima del barandal y la vio. Estaba profundamente dormida. Al igual que el juguete, la pequeña no hacía ningún ruido. Algo andaba mal con ella.

Los padres despertaron por un grito agudo. Inmediatamente, su vista se dirigió a la cuna. El enorme cuchillo chorreaba de brillante sangre espesa.

 

Gentileza: 

  Lic. Lucio Ravagnani Navarrete

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