Durante el transcurso de nuestros días, cómodos con nuestra suposición consciente o inconsciente de nuestro lugar antropocéntrico en este basto e infinito cosmos, solemos tener pequeños momentos de pausa y reflexión. En esos instantes caen las anteojeras del Ego y levantamos la cabeza para que el sol de la realidad se vuelque de lleno sobre nosotros. Entonces nos sentimos llevar por un abrazo invisible que nos transporta a otro plano, también real, pero el cual visitamos con menor asiduidad. En ese entorno, siempre cambiante, nos perdemos durante varios minutos explorando las diferentes posibilidades creadas in situ por nuestra agitada mente. Cuando volvemos, ya no somos los mismos.
Mientras más lo miraba, más se convencía de lo maravilloso de su existencia. Había contemplado todos los orígenes que su mente pudiera concebir, pero aun así no lograba decidirse por ninguno. Entre sus lenguas rojas y amarillas podía ver la figura de Prometeo subiendo la escarpada cuesta del Olimpo. Lo veía escabullirse entre las columnas de nubes y la mirada celosa de aquellos dioses caprichosos que mataban, fornicaban y creaban a su antojo. Captaba el momento justo cuando la mano rápida robaba la semilla incendiaria y en una carrera agotadora regresaba a la tierra para dar ese regalo a los humanos. Cada un par de crujidos de la madera escuchaba el pico del águila desgarrando la carne y comiendo su hígado que constantemente volvía a formarse.
Casi inmediatamente, las lenguas le cuentan sobre Heráclito. Le susurran que ellas son el elemento primario y que la vida misma de ese mundo que ambos habitan pasa por su capacidad transmutadora. Puede ver el enorme ágora de Éfeso envuelta en rojo y amarillo, pero sin tiznarlo con su tacto. Entre el humo llega incluso un dejo de aire marino, directamente de las costas del Egeo. Se da cuenta que está demasiado cerca y que se le están secando los ojos, así que se hace para atrás y vuelve a enfocar la mirada.
Un chispazo le trajo el sonido del trueno que le sigue al rayo centellante. El fogonazo proyectó en el suelo la sombra del hombre cavernario, aterrado y estupefacto ante la imagen de aquella extraña criatura danzante. La timidez del primer encuentro termina en la doma y sometimiento por parte del habitante de las cuevas pintadas. Cada tanto, en un descuido, la danza acelera el ritmo y se escapa hasta los pastizales que se le unen en un atroz acompañamiento infernal. Pero en su reposo, en su nicho preparado exclusivamente para ella, asa la carne y protege del frío con una coraza invisible que solo se quiebra con el olvido.
Entonces gira, se retuerce y traza formas circulares en el aire, como si fueran los tentáculos inmensos de una enorme bestia marina. Es ahí cuando le parece que todo lo otro no es suficiente. Ese poder, esa fuerza no puede ser propia de este mundo. Le parece, entonces, que tiene que ser el chasquido explosivo de un titán de más allá de las estrellas. Un colosal Dios Antiguo que lanzó su furia contra el universo infinito, cayendo un ápice de ese poder aquí en la tierra. ¿Cómo explicar sino su naturaleza tan cambiante? ¿Cómo la imposibilidad de contenerlo o dominarlo por completo mientras nosotros, simples mortales, atendemos nuestras insignificantes correrías cotidianas? Si no hay medida de equilibrio más perfecta que la que separa al dolor del confort, entonces también piensa que su naturaleza esconde esa fórmula perfecta.
Comienza a perderse en el eterno destello de la combustión. Trasciende el tiempo de los condenados a perecer y se pierde en la lejanía. Llega hasta el punto máximo del pasado, hasta ese minúsculo cosmos atrapado en la cabeza de un alfiler a punto de entrar en erupción. Allí está la germinación del todo y la conversión de lo material y lo inmaterial. Todo lo contempla así, con la mirada perdida.
– ¡Hey! ¿En qué estás pensando vos? –le dice una voz desde el sillón de enfrente.
La mira, como volviendo de un sueño largo y profundo.
– En nada. –le respondió despacio. Solo miraba el fuego.
Gentilaza:
Lic. Lucio Ravagnani Navarrete
INSTA: /tabacoytinta
Sé el primero en comentar en «Con la mirada perdida – Por:.Lic. Lucio Ravagnani Navarrete»