En «Una semana en Malvinas» el periodista narra su estadía en las islas. «El lugar llama la atención, más que nada, al descubrir que eso que se nombra todo el tiempo en realidad no se conoce», advierte.
El viaje de Scheines a Malvinas surge luego de un trabajo vinculado a la guerra que realizó con un excombatiente y un político. El periodista había sido convocado para ayudarlos en la redacción de un libro y cuando iba escuchando sobre las islas descubrió que no sabía prácticamente nada de ellas. Después de vivir esa experiencia y de investigar, quiso conocer cómo serían realmente.
Scheines nació en 1988 en Buenos Aires y es, además de periodista, licenciado en Letras. En un principio no estaba en sus planes escribir el libro, pero en Malvinas se dio cuenta de que todo le llamaba la atención, no porque fuese sorprendente sino por la imagen distorsionada que tenía en su cabeza de las islas.
Cuando retornó al continente y al contar la experiencia notó que sus interlocutores se interesaban especialmente porque sabían tan poco como él sobre las islas: «Una noche me quedé hasta las cinco de la mañana contando la historia y el presente de Malvinas y decidí que eso lo tenía que dejar por escrito. Así fue como nació este libro», relata Scheines.
-Télam: ¿Cuáles son las diferencias entre las Malvinas imaginadas y las vividas?
-Nicolás Scheines: Nuestra imaginación de las islas y nuestra adquisición del significante es un dibujo en un mapa, una «causa nacional» y una guerra: no se cuenta nada del lugar físico por el que se reclama ni se dice nada de los isleños, que por el simple hecho de haber nacido en Malvinas son argentinos (aunque solo uno haya sacado su DNI). El relato tiene mucho de narración escolar, con héroes (los chicos de la guerra) y villanos (Galtieri, la Junta, «Inglaterra» -que debería ser, en todo caso, «el Reino Unido»-, la Thatcher), pero hay poco replanteo sobre cómo avanzar el relato más allá de 1982, e incluso hay muy poca reflexión sobre la historia de las islas, que es bien interesante, desde su descubrimiento hasta los años previos a la guerra.
El lugar llama la atención, más que nada, al descubrir que eso que se nombra todo el tiempo en realidad no se conoce.
NICOLÁS SCHEINES
-T: ¿Tuviste dificultad para llegar?
-N. S.: El primer descubrimiento fue darme cuenta de lo fácil que era viajar para allá: se necesita pasaporte y libras (cuando yo viajé, en marzo de 2018, una libra eran 30 pesos y parecía un montón). El pasaje desde Río Gallegos hasta las islas era barato porque se consideraba vuelo nacional y salía una vez por mes (a menos que viaje un contingente grande de veteranos, siempre hay lugar). Fui de vacaciones, impulsado por la curiosidad y tentado por estar en una isla remota una semana (antes había averiguado para ir a lugares Tristán da Cunha o Ascensión).
-T: ¿Leíste crónicas de viajes a las islas?
-N. S.: De 1999 a la fecha han viajado muchos escritores y periodistas que publicaron su crónica: Edgardo Esteban, Beatriz Sarlo, Julieta Vitullo, Federico Lorenz y, el más reciente y el que más me gustó, Ernesto Picco. Además, periódicamente salen crónicas en los diarios. Mi sospecha es que a todo el que viaja le pasa lo mismo: no puede creer lo que ve, porque es tanto más completo y acabado que el relato escolar. Es decir, es un lugar y sugente, y no solo una geografía y una causa nacional. El mejor libro que leí es «Malvinas. Crónicas de cinco siglos», compilado por Alejandro Winograd: 500 años de relatos sobre un lugar que sigue prácticamente intacto. También leí libros de veteranos, de investigación y casi toda la literatura sobre las islas, que en general se centra en la guerra y tiene algunos puntos altos como «Los pichiciegos», de Rodolfo Fogwill; «Las Islas», de Carlos Gamerro; y «Trasfondo», de Patricia Ratto.
-T.: ¿Cómo se da la disputa semántica en Malvinas?
-N. S.: Es una disputa de lo más boba, que va en línea con la idea de «relato escolar» que funciona para la causa Malvinas. Muy rápidamente, las islas son avistadas y registradas en mapas en distintos momentos del siglo XVI por distintos viajantes. En ese contexto, primero se las llamó «Sebaldinas», pero después descubrieron que ese era un archipiélago muy menor. Los británicos las nombraron «Falklands» y los franceses, «îles Malouines», y según las relaciones internacionales las nombran derivado de una forma o de la otra. En lo que a mí respecta, me parece que en español el nombre que corresponde es «Malvinas» y en inglés, «Falklands». Acerca del mal llamado «Puerto Argentino», en lo personal, no tengo dudas: la ciudad es Port Stanley, porque fue fundada por británicos en 1845 y en Argentina siempre se la nombró Stanley, hasta el decreto dictado por la Junta Militar el 10 de abril de 1982 que le cambiaba el nombre a «Puerto Argentino». El lugar que invadieron los británicos en 1833 era Puerto Soledad, que antes se conocía como «Port Louis» o «Puerto Luis», hoy propiedad privada.
-T.: ¿Cómo fue tu reconstrucción histórica de las islas?
-N. S.: Lo que cuento en mi libro es una historia sumamente elemental de Malvinas. Si no la sabemos, es porque en general los 2 de abril tanto en la escuela como en los medios se suelen recordar la guerra pero no se retoma la historia de las islas (que sí se puede ver en el museo de la exESMA, por ejemplo). Lejos estoy de ser especialista en la materia, pero puedo recomendar, entre muchos otros, el libro de Marcelo Kohen y Facundo Rodríguez que sacaron por Eudeba-UNSa: «Las Malvinas entre el derecho y la historia».
-T.: ¿Qué piensan los lugareños de los argentinos y de nuestros gobiernos?
-N. S.: Mi primera respuesta a esto sería decir «no lo sé». Conocí pocos isleños, porque en general, el trato se da con inmigrantes: en restaurantes, turismo, supermercados, bares son casi todos chilenos, latinos, filipinos, santahelenos… y no es el mejor tema preguntarles qué piensan de nosotros.
Lo que nosotros nombramos como «la guerra de Malvinas» ellos lo llaman «La invasión de 1982» y no recuerdan el 2 de abril, sino que su feriado es el 14 de junio, el «Día de la liberación». Si me baso en esto y en el inválido pero real plebiscito de 2013 puedo imaginar que no nos quieren mucho. Imaginate por un segundo que el lugar que vos creés que es tu casa (aunque por derecho no lo sea, pero hace dos, tres, cinco, ocho generaciones que así es) de pronto se llena de militares que te dicen que ahora cambia todo, desde el idioma hasta las vías de circulación y que te avisan que te van a tratar bien pero vos escuchás las bombas y los misiles todas las noches. Creo que el diálogo se tiene que dar con las generaciones futuras: los que vivieron la guerra, de uno y otro lado, difícilmente puedan acercar posiciones.Telam
Por Carlos Daniel Aletto
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