San Rafael, Mendoza 20 de abril de 2024

Liliputiense mexicana – Por:.Beatriz Genchi

Lucía nació el 2 de enero de 1864 en San Rafael, Veracruz; Sus padres, Fermín y Tomasa, eran una pareja de talla normal que tuvieron hijos de estatura normal, con la excepción de Lucía y de su hermano Manuel, que eran tan pequeñitos y tan portátiles que su madre, los llevaba en los bolsillos. Manuel murió pronto de una enfermedad tropical y Lucía fue cumpliendo años envuelta en una celebridad. Fue llevada directamente a las oficinas de Porfirio Díaz, que llevaba apenas unos cuantos meses en la silla presidencial. El presidente quedó asombrado con la niña y tomó la oscura decisión, que hoy sería motivo de censura y repudio, de poner a la familia Zárate en manos de un empresario estadounidense que exhibió por primera vez a Lucía, bajo el título de la mujer más pequeña de la Tierra, en la feria del centenario en Filadelfia. A los 12 años medía alrededor de cincuenta centímetros de altura.

El efecto que produjo la presentación de Lucía en la feria fue inmediato y un día después apareció, en la puerta de la suite donde se hospedaba, un famoso representante de artistas, de nombre Frank Uffner, que ofreció a Tomasa y a Fermín el éxito mundial de su hija minúscula. Los Zárate eran gente de pueblo, y la vida artística, un concepto que no entraba en su horizonte, pero las cifras que profetizaba Uffner acabaron por convencerlos y, de un día para otro, se vieron embarcados en una gira maratónica que iba de feria en feria y de costa a costa.

Existía el circo de P. T. Barnum, un hombre de empresa y escrúpulos más bien escasos. En 1835 montó un teatro en Nueva York donde exhibía, todos los días y con éxito arrollador, a una mujer paralítica y ciega de 80 años que, decía tener 160 años. La divisa vital de Barnum era: “Cada segundo nace un nuevo idiota”, y echó a andar el negocio de su vida, que fue primero el Gran Teatro Musical y Científico Barnum: con animales disecados en la azotea y con un equipo que estaba compuesto de gigantes, enanos, mujeres con barba, hombres albinos, el elefante Jumbo y la sirena Fiji, que era la supuesta momia de una mujer-pez.

El circo de P. T. Barnum, que con los años se reconvertiría en el legendario circo de los Ringling Brothers, contrato a Lucía en 1880, cuatro años después de su llegada a Estados Unidos, era la estrella del circo más importante del mundo; su papel era una simpleza: aparecía en el papel de ella misma, en un decorado que bien podía ser su propia casa, haciendo su vida normal: bebía té, hojeaba un libro, conversaba o jugaba; aquel acto simple la convirtió en la figura mejor pagada del circo y la metamorfoseó en diva del espectáculo.

La gira europea que encabezaba Lucía fue bautizada por P. T. Barnum como Compañía Liliputiense de Ópera. El grupo artístico era media docena de liliputienses con nombres de guerra gigantescos, que contrastaban con sus tamaños y, sobre todo, con el nombre del gigante chino que los acompañaba, un hombre de dos metros y treinta centímetros de estatura que respondía al breve nombre de Chang. Lucía y el gigante chino hacían juntos uno de esos números que hoy serían un reality show; el efecto en Inglaterra fue tan contundente que el 26 de febrero de 1881, la liliputiense mexicana fue recibida por la reina Victoria, en una audiencia privada de protocolo especial, pues la diferencia de estaturas obligó a Lucía a subirse a una escalera de tijera para estar a la altura a la hora del besamanos.

En otra exposición realizada por la Universidad de Oxford, se comprobó que a pesar de su estatura Lucía estaba sana y no tenía ninguna discapacidad intelectual. La Compañía siguió su andar por Francia e Italia y  Rusia. Al regresar a Estados Unidos en 1884 primera decisión que tomó, fue dejar el circo de P. T. Barnum y montar su propio show. Lucía era tan famosa que en ese nuevo periodo de su carrera artística distintos clanes mafiosos intentaron secuestrarla en tres ocasiones; la sensación de fragilidad que le dejaron aquellas intentonas la llevó a invertir parte de su dinero, en un rancho en el lejano Chihuahua.

El 15 de enero de 1890, Lucía viajaba en tren, rumbo a San Francisco (California), donde tenía programada una serie de presentaciones. Aquel año el invierno era especialmente crudo y el tren quedó atrapado en una nevada histórica. Estuvieron atrapados 13 días en la montaña, puestos en marcha el 28 de enero, fecha exacta en que Lucía Zárate, la mujer más pequeña del mundo, moría de hipotermia a los 25 años de edad.

Al llegar a la frontera fueron detenidos por la policía mexicana, que encontraba sospechoso el acto de introducir un cadáver tan pequeño al país. El ataúd quedó abierto y Lucía expuesta mientras Fermín negociaba su paso; la gente empezó a arremolinarse alrededor del cajón, rápidamente se había corrido la voz y, en unos cuantos minutos, Lucía Zárate se despedía del mundo exactamente como había vivido en él: contemplada por una boquiabierta multitud.

Gentileza:

Beatriz Genchi – beagenchi@hotmail.com
Museóloga – Gestora Cultural – Artista Plástica.

Puerto Madryn – Chubut.

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