Fernández repitió a Fernández, pero, al cabo de un año, no es el mismo: ha sufrido en el campo sanitario una pérdida de autoridad incalculable y la contracara de esa pérdida es el temor a que se le desobedezca
La alternativa vida o economía, con la que el filántropo Alberto Fernández organizó en 2020 su discurso frente a la pandemia, ha sido sustituida por otra, mucho más amenazante para la salud electoral del oficialismo: vacunación o confinamiento. El Presidente retornó en la noche de este miércoles a las restricciones drásticas de circulación y reunión por la saturación de los centros de salud y la pésima estrategia de inmunización.
Las presentó como inevitables. Cerró la noche, a partir de las 20. Y dispuso la muy sorpresiva cancelación de la educación presencial. Solo para el área metropolitana. No hace falta aclarar el efecto nocivo de esa decisión para la vida cotidiana y la formación de niños y adolescentes. Ayer, a las cinco de la tarde, el ministro Nicolás Trotta había prometido que los colegios no serían clausurados.
Fernández repitió a Fernández. Pero, al cabo de un año, no es el mismo. Y se advierte hasta en el tono de contrariedad. Ha sufrido en el campo sanitario una pérdida de autoridad incalculable. La contracara de esa pérdida es el temor, que apareció anoche con toda claridad, a que se le desobedezca. Tuvo razón: terminó de hablar y estalló un cacerolazo. Ese temor se extiende a una insubordinación de los gobernadores que, a diferencia de Axel Kicillof y Horacio Rodríguez Larreta, fueron respetados en su autonomía. En el caso de Larreta, ni siquiera fue avisado sobre los nuevos impedimentos. Mucho menos consultado.
En los anuncios de anoche persistieron lagunas incomprensibles. Por ejemplo, los protocolos de vacunación siguen sin otorgar alguna prioridad a quienes padecen enfermedades terminales, ni a quienes sufren discapacidades como ceguera, sordera, síndrome de Down y otras limitaciones que vuelven inviable el aislamiento. Estos olvidos hacen que los vacunatorios para privilegiados se vuelvan más escandalosos.
En una señal de gran desorientación, el Presidente identificó la decisión de ampliar las prestaciones médicas a otras enfermedades como un “relajamiento”. Como si la tarea del sistema médico fuera atender una sola patología.
Vacunación o confinamiento es la opción en la que quedó también atrapada ayer Carla Vizzotti quien, en otra manifestación de desorden en la toma de decisiones, había adelantado durante la mañana que no habría nuevos anuncios. Vizzotti se vio obligada a balbucear la noticia más inconveniente para cualquier gobierno del planeta: la campaña de inmunización, contra lo que sugirió el Presidente, está suspendida hasta que lleguen más vacunas. ¿Cuándo? No se sabe. El reconocimiento de esta situación corrobora una impresión general: el país está a cargo de una administración improvisada que, en el intento por superar sus desaciertos, termina enredada en una seguidilla de incoherencias. Una de las derivaciones de esta falta de método es la persistencia del malestar económico. La insoportable regresión hacia otra cuarentena tiene efectos recesivos que presionan sobre el gasto público, deshilvanan todavía más el programa de Martín Guzmán, y agigantan la incógnita sobre la inflación. Ese panorama comienza a determinar grandes alteraciones en la oferta electoral.
La falta de vacunas está rodeada de una opacidad que agrava las dimensiones del fracaso. El Presidente hizo el 12 de agosto pasado una apuesta personal a la vacuna de Oxford/AstraZeneca, que produciría en el país el laboratorio maBxience, de Hugo Sigman, el caudillo de la industria farmacéutica local, ligado por distintos puentes al Frente de Todos. En aquel momento Fernández dijo que se trataba de un contrato entre privados. Pero el 6 de noviembre, el mismo día en que se publicó la ley sobre vacunas en el Boletín Oficial, el entonces ministro Ginés González García firmó con el Director General Adjunto de AstraZeneca, Greg Mueller, el contrato por el cual esa empresa debía suministrar 22.431.000 vacunas durante el primer semestre de este año. El Estado pagó por adelantado el 60% de esa provisión.
Fernández no se refirió a estas rarezas. Las vacunas no llegaron. Por razones que no se conocen se aceptó que el laboratorio las entregue a partir de marzo. Ese mes deberían haberse recibido 2.382.000 dosis. Pero no se recibió ninguna. Para abril deberían estar disponibles 4.040.000. No hay siquiera una. La promesa es que algo llegará en mayo, cuando debería disponerse de otros 4.040.000. Para junio el laboratorio prometió 3.451.000 y para junio 8.518.000. Imposible saber si cumplirá.
La semana pasada, en la Cámara de Diputados, se le preguntó a Vizzotti por este incumplimiento. El más incisivo fue el radical José Cano, que tenía el contrato sobre su escritorio. No hubo respuestas claras. La única voz que se escuchó hasta ahora es la de Sonia Tarragona. Es la jefa de Gabinete del Ministerio de Salud. Antes trabajó para Sigman en la Fundación Mundo Sano. Tarragona afirmó anteayer que en la Argentina no hubo demoras en la producción. La culpa sería de los mexicanos encargados de envasarlas.
Así como no se sabe qué sucedió con AstraZeneca/Sigman, también es un misterio la negociación con Pfizer. Ese laboratorio consiguió en la Argentina a un grupo de pacientes para estudiar su vacuna, lo que le daría al país prioridad en la posterior adquisición. El Presidente fue informado de que podría contar con alrededor de 12 millones de dosis. Las conversaciones quedaron empantanadas porque Pfizer no admitía que en la ley se estableciera que una de las causales de penalización sería la “negligencia”. El Gobierno no quiso ceder en esa condición. Las autoridades del laboratorio debían discutir con Tarragona. Mejor no preguntarse si las complicaciones con Pfizer guardan alguna relación con la antigua dependencia de la funcionaria con Sigman.
Sin AstraZeneca y sin Pfizer hubo que recurrir a Oliver Stone para que Vladimir Putin envíe algunas partidas de la Sputnik V. A la emergencia global por la falta de vacunas el Gobierno agregó la emergencia de su imprevisión. La Sputnik también comenzó a escasear. Y de la china Sinopharm, a la que también está ligado Sigman, solo se consiguieron 1.200.000 dosis.
La desesperación por la escasez obligó al oficialismo a quedar expuesto en su incoherencia. ¿La cláusula sobre negligencia de la ley sobre vacunación no obligaría al Estado a demandar a AstraZeneca/Sigman por la demora en la entrega de inyectables que ya se pagaron? Una pregunta que tal vez no se hizo Carlos Zannini, más entretenido en querellar a Mauricio Macri y sus colaboradores por el acuerdo que celebraron con el Fondo Monetario. Zannini anda en busca de una endiablada simetría: el fue víctima de un disparate. Lo llevaron tras las rejas por haber intervenido como secretario Legal y Técnico en el acuerdo con Irán. Ahora sueña con que ese desatino de saldar discusiones políticas con el Código Penal mortifique a sus adversarios.
Más allá de estas miserias, es muy posible que llevar a la Justicia a un laboratorio por dificultades en el suministro de vacunas sea una insensatez suicida. Ni el laboratorio imputado, ni ningún otro, tendrían en adelante la menor disposición de satisfacer la demanda argentina. Dicho de otro modo: ahora queda claro que los arrebatos del Congreso a favor de la “soberanía vacunatoria” han sido contraproducentes. Cristina Kirchner y Sergio Massa, responsables últimos de esa decisión legislativa, guardan silencio.
La misma incongruencia se verifica en la dimensión diplomática de este problema. Alberto Fernández está recorriendo el camino inverso al de Galtieri. Embarcado en la aventura de Malvinas, aquel general fue de la subordinación a los Estados Unidos a la confraternidad con Rusia, Cuba y Libia. Fernández, que hizo colgar en la Casa Rosada un cartel con la leyenda “Gracias Putin”, acaba de pedir vacunas a Juan González y Julie Chung, los responsables de las relaciones con América Latina de Joe Biden, que visitaron Buenos Aires. González pronunció una declaración interesante. Aclaró que su país no colabora en la distribución de vacunas a cambio de acuerdos políticos, como sí lo hacen China y Rusia.
González y Chung no fueron tomados de sorpresa con el pedido. Jorge Argüello, el embajador argentino en los Estados Unidos, viene gestionando desde hace semanas la compra de inyectables. La iniciativa del metódico Argüello tal vez derive en que en el vínculo con Pfizer se haga borrón y cuenta nueva. Igual seguirá habiendo un inconveniente: los laboratorios norteamericanos sufren la presión de una demanda extraordinaria. Por ejemplo: Brasil acaba de acordar con Pfizer la compra de 15,5 millones de vacunas que serán entregadas en los próximos tres meses. El ministro de Salud de ese país publicó, por error, el contrato. Está a años luz de satisfacer los pruritos de diputados y senadores.
Estas dificultades hicieron que Fernández, igual que Felipe Solá y Gustavo Béliz, reclamaran ayer el apoyo de la Casa Blanca en la negociación con la industria farmacéutica. Esa solicitud debe ser entendida en el marco de un acercamiento que se vuelve cada día más visible. Ejemplos: ya está decidido que la construcción de una base de aprovisionamiento naval en Tierra del Fuego no será encargada a China. La hidrovía, cuya licitación quedó en manos de la OCDE, tampoco irá para una empresa de ese país. Son señales de un alineamiento macro sobre cuyas consecuencias tal vez aparezca una señal cuando el Presidente realice su visita de Estado a Pekín. Estaba prevista para mayo, pero debió suspenderse a solicitud de Xi Jinping. ¿El pretexto? La pandemia.
La interrupción en la vacunación agrega sombras en el paisaje material. Una economía afectada por la alta inflación ahora debe absorber las consecuencias de un nuevo confinamiento. Los responsables de la campaña electoral del Gobierno piden la reposición de subsidios para empresas castigadas y familias con caída en sus ingresos. Más gasto público, más emisión, más inflación. La carrera de los precios fortalece la reticencia kirchnerista a aumentar tarifas: Guzmán ya fue informado por sus subordinados de que no podría haber actualizaciones superiores al 7%. Curioso organigrama en el que las órdenes llegan desde abajo.
A un frente energético ya muy accidentado por el desbarajuste de los precios, se le agregó la crisis de Neuquén. Una negociación salarial mal encaminada con el personal de la salud derivó en un corte generalizado de rutas. Las obras necesarias para la extracción de petróleo y gas se paralizaron por el bloqueo en la logística. Para agravar el panorama, los sindicatos petroleros lanzaron ayer un paro de 24 horas en todas las cuencas del país. Se calcula que a mediados de mayo habrá una caída en el suministro de gas. Más importaciones, menos dólares en el Banco Central. Y habrá una caída en la exportación de petróleo. Menos dólares en el Banco Central. El dato estremecedor: detrás de la convulsión neuquina está el Frente de Todos, obsesionado por derrotar al Movimiento Popular Neuquino.
En este contexto, es comprensible que Guzmán ande por el mundo en busca de respaldo. No tanto ante el FMI, ya que todavía se desconocen los términos de un posible acuerdo. Necesita apoyo frente a Cristina Kirchner, y también frente a su jefe, el Presidente. Recurrió hasta al Vaticano. Se ve que la angustia es importante.
El enrarecimiento económico modela las propuestas electorales. En especial en el conurbano bonaerense. María Eugenia Vidal aportó al primera evidencia con el libro que acaba de publicar: allí lamenta no haber tomado distancia a tiempo del programa de ajuste que Macri acordó con el Fondo. Vidal no es historiadora. Está tomando distancia ahora. Su conducta electoral sigue siendo un misterio. Adelantó que quiere ser candidata a presidenta en 2023. Pero no dijo nada sobre qué hará este año. Nadie sabe si va a postularse. O casi nadie. Se supone que su pareja, Enrique Sacco, mencionado en esas memorias como alguien muy determinante, sí lo sabe. El sagaz Diego Guelar, eterno enamorado del amor, bromea: “Hubo un cambio. María Eugenia Vidal es ahora la Señora de Sacco”.
La mayoría apuesta a que, si Vidal se decide por ser candidata, no volverá a la provincia. Competirá en la Capital. Es el sueño de Horacio Rodríguez Larreta: contar con Vidal para enfrentar a Macri, que apoya a Patricia Bullrich. Es uno de los núcleos de las elecciones de este año. El de Macri y Larreta es un duelo porteño. La hipótesis de la ausencia bonaerense de Vidal hace vibrar el tablero. Larreta pretende que Diego Santilli cruce a la provincia. Los intendentes del Pro lo resisten. A la cabeza, Jorge Macri. Santilli viene a trastornar la carrera hacia la gobernación en 2023.
El eventual desistimiento de Vidal tendría más derivaciones por la acción de otra variable que aparece sobre el escenario. Florencio Randazzo, apoyado por peronistas tradicionales como Graciela Camaño o Juan Manuel Urtubey, lanzará una lista propia en la provincia. Esa opción interpela a los peronistas de Juntos por el Cambio. Algunos de ellos, como Joaquín De la Torre, ya anticipan que, sin Vidal en el distrito, prefieren sumarse a las fuerzas de Randazzo. Otros, como Emilio Monzó, no cambiarán de domicilio. El caso de Miguel Pichetto es diferente: en este turno ha decidido no involucrarse en lista alguna. Aspira a ampliar su agrupación, Peronismo Republicano, con la vista puesta en las presidenciales de 2023.
Randazzo, tal vez Santilli, hay que agregar al peronista que represente al Frente de Todos. Algunos imaginan a Eduardo “Wado” De Pedro y ofrecen este argumento: “La Cámpora pondrá a su propio moderado. Basta de Albertos. Esta vez no le regalamos la moderación a nadie”. Habladurías. Por ahora.
Estas piezas se mueven sobre un terreno cenagoso: el de la alta inflación, que inspira en los votantes una lógica novedosa. Rodrigo Martínez, de la consultora Isonomía, viene observando que el descontrol de los precios produce en los electores un movimiento de castigo a las fuerzas dominantes. Los consultados responsabilizan al oficialismo actual y al anterior. ¿A más inflación más dispersión electoral? ¿Mejor perspectiva para terceras fuerzas, no identificadas con gestión alguna? Un aliciente para Randazzo. O para los ultraliberales alimentados por Sergio Massa. Un castigo para Fernández y para Macri. A pesar del esfuerzo retórico por polarizar, la inflación los aproxima.
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