San Rafael, Mendoza jueves 25 de abril de 2024

Cartas de romanos – Por:.Beatriz Genchi

Aurelio Polión fue un legionario romano que vivió hace unos 1800 años, y parece claro por sus cartas y las de sus compañeros que sus preocupaciones eran similares a las nuestras. Tanto que nos recuerdan más a los pobres centuriones de Asterix que a la épica de Hollywood.

Aurelio Polion se siente como un miserable. Seis cartas a enviado ya a su familia, sin haber obtenido contestación, y le consta que las han recibido. “Mientras estoy lejos, en Pannonia, me tratan como a un extraño”. Sólo quiere saber que están bien, pero, sobre todo, que no lo han olvidado. La historia se escribe en las declaraciones y tratados, pero se revela en las notas, diarios, recibos, documentos sin aparente importancia pero que hablan con más verdad que reyes, embajadores y estadistas.

“No he dejado de escribir, pero ustedes no me tienen presente. Yo cumplo con mi parte escribiendo siempre y no dejo de pensar en ustedes y los llevo en mi corazón. No me escriben ni me cuentan cómo están, o qué tal su salud”. Tal vez la insistencia epistolar del, un poco llorón, Aurelio Polion, soldado de la Legio II Adiutrix en la actual Hungría, se debiera a la cultura escrituraria de su Egipto natal, donde papiros y escribas abundaban tanto como las momias, pero al final acaba suplicando una respuesta a: su padre Aphorisios, su tío Atesio, su hija, su marido Orsinouphis y los hijos de la hermana de su madre, Xenophon y Ouenophis. Muy desesperado debía estar el legionario para recurrir incluso a su cuñado.

No muy lejos, en el desierto de Judea, Gaius Messius, se quejaba de que, después de hacer frente a todos los pagos, no le había quedado ni un denario de su salario el mismo día de recibirlo. Escribía que después de recibir el estipendio establecido (50 denarios), tuvo que pagar al propio ejército 16 denarios de cebada, 20 de comida, 5 denarios por unas botas, 2 denarios por unas correas de cuero y 7 denarios por unas túnicas de lino.

Que el salario de los soldados era excesivamente bajo debe ser cierto, porque aparecen numerosas alusiones al tema en las tabletas de Vindolanda. Se trata de un conjunto de 1300 tablas encontradas en uno de los fuertes que custodiaban el muro de Adriano en Britannia, que aportan una información impagable sobre la vida de los soldados y sus familias. Escritas en latín con letra cursiva romana en madera nativa, roble, abedul y aliso, y del mismo tamaño que una postal actual, junto a ellas se encontraron también cientos de “lapiceras”, plumines de hierro sujetos en un mango hueco de madera. Tal despliegue nos indica primero que existía un alto nivel de alfabetización, y segundo que los legionarios que además de batallar se dedicaron intensamente a la escritura, quién lo hubiera dicho.

Claudius Terentianus no era un personaje destinado a pasar a la historia. Nacido en Egipto, se alistó en el ejército romano sobre el 110 aC, y desde sus diferentes destinos mantuvo una frecuente, para la época, correspondencia con su padre, Claudius Tiberianus. Esas cartas, escritas en papiros, son las que han procurado al humilde guerrero la inmortalidad. Son célebres sus lamentaciones sobre la vida militar, que intercala con cuestiones más domésticas. En una de las misivas cuenta como un compañero le ha robado la capa que su padre le había enviado, y le conmina a que en futuras remesas «ponga una dirección en todo y una descripción física escrita para mí a fin de evitar cambios durante el transporte». ¡Nada nuevo!

La mayoría de las cartas constituyen un ir y venir de noticias entre los soldados y sus familias, un intercambio del que dependía la solidez de las relaciones, teniendo en cuenta que el tiempo en el ejército se prolongaba 20 o 25 años.

Claro que no todo son mieles, entre los matrimonios y ni las distancias pueden detener las disputas conyugales. En un escrito, datado entre 41-67 dC, una mujer le reprocha a su esposo de que uno de sus hijos se haya alistado: “No le diste buen consejo al decirle que se uniera al ejército. Porque cuando yo le insté para que no se alistara, me dijo que su padre se lo había dicho”. La esposa concluye reclamándole al marido lentejas y aceite de rábano.

Pero también las esposas se escribían entre ellas, y a falta de una buena charla ante una taza de té, tenían las tablillas. Una de las misivas más conocidas de Vindolanda es una invitación a una fiesta de cumpleaños. Alrededor del año 100 dC Claudia Severa, esposa de un comandante, escribió a su hermana, Sulpicia Lepidina, esposa a su vez del ya citado Flavius Cerialis para que acudiera a los festejos por su aniversario. Se trata de uno de los primeros ejemplos conocidos de escritura en latín de una mujer. “Oh, cuánto te quiero en mi fiesta de cumpleaños. Harás que el día sea mucho más divertido. Espero que puedas hacerlo. Adiós, hermana, alma queridísima”, escribe Claudia.

Y los soldados hacían lo propio. Una carta del decurión Masclus a Flavius Cerialis, que si en lugar del Imperio Romano hubiera vivido ahora tendría a tope la carpeta de entrada de emails, comienza pidiendo instrucciones para las actividades del día siguiente, para acabar con lo que realmente interesaba: “Mis compañeros soldados se han quedado sin cerveza, ordena que nos envíen más”.

Gentileza:

Beatriz Genchi –beagenchi@hotmail.com
Museóloga – Gestora Cultural – Artista Plástica.

Puerto Madryn – Chubut.

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