San Rafael, Mendoza viernes 19 de abril de 2024

Memorias de Carnaval – Por:.Lucio Ravagnani Navarrete

Hoy es el último día de Carnaval de este año. Los días anteriores se fueron entre descanso, calor y pronósticos a futuro. No obstante, esta historia habla sobre el primer día de Carnaval, allá en un sitio muy lejano. Narra la importancia de los orígenes y la trascendencia de las celebraciones que perpetuamos con el paso del tiempo y a veces comenzamos a desconocer. Tradición, olvido, recuerdo y cambio hacen a la fórmula que nos lleva a replantearnos si estamos conscientes de nuestra realidad o simplemente la vivimos y repetimos en un camino de automatización involuntaria. ¿Qué es, entonces, lo que en verdad festejamos?

Lo primero que hizo después de levantarse, fue ir hasta la cocina y encender la cafetera. Oprimió botones y configuró el aparato para que preparara automáticamente un café negro doble. Cuando la luz pasó de roja a amarilla, escuchó el mecanismo en funcionamiento y miró el reloj para calcular cinco minutos. Mientras el lugar comenzaba a impregnarse con el dulce sabor tostado del café recién filtrado, se acercó a la pared junto a la puerta y miró con detenimiento los calendarios. El de la derecha, en grandes planchas de papel neón verde semiazulado, indicaba los días correspondiente a la rotación de Saturno. El de la izquierda, más pequeño y de papel común y corriente con grandes letras de color azul y rojo, marcaba los días correspondientes al paso del tiempo en la Tierra. Ajustó una perilla en el calendario saturniano y la aguja indicadora titiló ligeramente. Echó un vistazo a la barra de uranio cristalizado, sellada tras el seguro de plomo, y comprobó que estaba de color verde. Otro ajuste a la perilla y fue la barra la que vibró ligeramente esta vez. Presionó el botón cuadrado que sobresalía del costado derecho del panel de mando y la aguja se movió dentro de los espacios que indicaban los días hasta posicionarse en el correcto. La barra de uranio cristalizado vibró una vez más y cambió a azul. Miró nuevamente los dos calendarios y asintió. La cafetera indicaba con un pitido corto que el proceso había finalizado.

Mientras tomaba la infusión en su taza favorita –esa que decía PRIMERA COLONIA en letras negras y desdibujadas–, miró el enorme reloj sobre la alacena. Todavía le quedaban algunos minutos antes de tener que salir. Apoyó la espalda contra el respaldo de la silla gravitante y tomó un largo trago. Mientras sentía cómo el café invadía sus papilas gustativas con su distintivo y placentero amargor, pensó en su viejo hogar.

Aquella no era una fecha cualquiera. En la Tierra, hoy sería el primer día de Carnaval. Otro trago caliente le acercó, de forma inesperada, una porción de recuerdo edulcorado. Aquel aroma ahora invadía la casa de la calle Rivadavia y Amancay. El calor de febrero se colaba por las ventanas y pies descalzos se paseaban por la cocina a la hora del desayuno. Un sol fuerte y amarillo inundaba el patio con su luz, contrastando con el azul profundo del cielo y el verde claro del césped. Recordó la estática de la radio cuando su padre la encendió y el flujo de electricidad dio vida a una canción de moda. En aquel entonces todavía no había cupos para el uso del suministro eléctrico y la gente podía hacer un uso indiscriminado de la energía. Vio entonces, con esos ojos que solo ven aquello que el mundo revela a simple vista, que afuera algunos vecinos ya salían a la vereda en traje de baño para perseguirse con bombitas de agua y baldes. Si le hubieran dicho que algunos años después tendría que correr nuevamente para refugiarse de bombas, los hubiera tomado por apocalípticos. Pero en ese recuerdo el aire aún era respirable y el agua todavía no cotizaba más que el dólar.

Otro trago largo y la imagen quedó borrada, como arrastrada por un alud de cafeína. Se quedó en blanco unos segundos y, sin darse cuenta, su rostro adquirió un gesto particular que reconocía muy bien. El ceño se fruncía, levantando una ceja y bajando la otra, mientras la boca se curvaba hacia abajo. Era el gesto del desconocimiento, de aquella información que se encuentra velada, ya sea por desconocimiento u olvido. Quizás había permanecido en “el sueño estelar” por demasiado tiempo, pero no creía en verdad que esa fuera la causa. Lo más probable era que simplemente se hubiera olvidado. Rebuscó en su mente e indagó recuerdos familiares que le ayudaran a desentrañar la situación, pero cualquier esfuerzo fue inútil. Sencillamente no recordaba por qué se celebraba el Carnaval.

Preguntar en la Colonia sería una pérdida de tiempo. Los adultos cumplían con su trabajo para terraformar el planeta del anillo, lo cual dejaba muy poco tiempo para el ocio o los encuentros casuales, y los niños desconocían totalmente que aquel evento existía. Se lamentó de haber perdido esa información, propia de su gente y de su tiempo. No podría contarles a las futuras generaciones que hace muchos años atrás, cuando los árboles crecían por si solos y no acelerados genéticamente, la gente salía a mojarse con mangueras o espumas para celebrar…algo.

Lo intentó una vez más, pero fue en vano. Solo podía recuperar un puñado de sensaciones asociadas con esos cuatro días de jolgorio y calor. Sintió un cloqueo en el techo y reconoció el reactor a escala hogareño que daba energía a la casa. Cambiaba de fase, lo que significaba que solo quedaban un par de minutos más antes de tener que salir. Evocó una vez más esas memorias de Carnaval y se fundió entre ellas y los últimos tragos de café. En los fragmentos de recuerdos sintió nuevamente la alegría de ver a sus padres en las mañanas, disfrutando ellos también de los días feriados. Rememoró el sabor incomparable (ahora también inalcanzable) de las tostadas con manteca. Pensó en la cantidad de años que habían pasado desde su último pan con manteca y de cómo ahora solo podía echar mano a un recuerdo no del todo confiable. Se preguntó si con ese manjar sucedería lo mismo que con el Carnaval. Si, con el paso del tiempo y lo lejana que había quedado su vida terrestre, esa información quedaría olvidada en algún recóndito sitio de su mente mientras otros de menos importancia lo reemplazaban.

Miró el reloj una última vez y comprendió que debía partir ya. Se colocó sus botas doblemente reforzadas, su traje de autosustentabilidad y comprobó que quedaban suministros para dos días a la intemperie. La enorme tormenta en el Polo Sur estaba generando complicaciones a los grandes molinos de carbono y eso significaría tener que volver a colocarlos si llegaban a romperse. Se acercó hasta la puerta de salida y miró hacia su modesto hogar. Notó que varios de sus recuerdos se habían manchado con la realidad actual y que la Tierra a veces parecía un lindo sueño que había desaparecido al despertar. No se acordaba la causa exacta y esto lo inquietó. Suspiró, activó el sistema automático de mantenimiento hogareño y salió. En el camino, se convenció de que no recordar quizás no fuera tan malo. Ahora había tiempo y espacio para un nuevo mundo. Un nuevo hogar. Un nuevo Carnaval.

 

Gentileza:

Lic. Lucio Ravagnani Navarrete

ravagnani.lucio@gmail.com

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