Aunque la imagen tradicional que se ha asociado al científico Kary Mullis, tal vez sea la de una persona seria y reflexiva, lo cierto es que entre los grandes nombres de la ciencia no han faltado las excentricidades, desde la aversión de Albert Einstein por los calcetines hasta el amor de Nikola Tesla por una paloma.
Y si de científicos extravagantes se trata, pocos han llegado a la vara del estadounidense Kary Mullis, premio Nobel de Química en 1993 por su invención de la Reacción en Cadena de la Polimerasa (PCR, en inglés, siglas que se nos hicieron familiares en estos días), que revolucionó la biología. No voy a hacer un tratado de ello ya que no es mi metier, pero para ilustrar someramente diré que es una técnica de la biología molecular que sirve para amplificar un fragmento de ADN; su utilidad es que tras la amplificación resulta mucho más fácil identificar, con una probabilidad muy alta, virus o bacterias causantes de una enfermedad, identificar personas (cadaveres) o hacer investigación científica. De la peripecia vital de Mullis (28 de diciembre de 1944 – 7 de agosto de 2019), su infancia en la América rural de Carolina del Norte puede considerarse lo más convencional. Pronto comenzó a mostrar una viva inteligencia que le conduciría a intereses diversos, desde construir cohetes a montar su primer negocio. Eligió la bioquímica como carrera profesional, pero a los 24 años, tras recibirse, publicó en solitario un artículo nada menos que en Nature, cuyo título, “Significado cosmológico de la inversión del tiempo”, revela la expansión de su curiosidad más allá de su campo de especialización. Sus idas y venidas no cesaron: su doctorado en la Universidad de Berkeley consolidó su perfil como bioquímico, y sin embargo a su término abandonó la ciencia para dedicarse a escribir ficción y ganarse la vida con trabajos como la gestión de una pastelería.
Fue su regreso a la ciencia en el sector privado el que le elevaría al cénit de su carrera. En 1983, mientras trabajaba para Cetus Corporation en California, concibió la PCR. Cuatro años después, él mismo relató en Scientific American cómo la idea le sobrevino mientras conducía una noche de abril por las montañas del norte de California. Fabricar millones de copias de un fragmento de ADN de forma rápida y sencilla era algo tan simple en su concepto, y a la vez con un potencial tan inmenso en sus aplicaciones, que el mismo Mullis reconocía que se le podía haber ocurrido a cualquiera. Sin embargo, los obstáculos técnicos eran numerosos, y los fue sorteando.
Como es habitual en ciencia, otros investigadores de Cetus contribuyeron al desarrollo, y posteriormente diversos científicos aportaron nuevos refinamientos y variantes. No obstante, Mullis ha pasado a la posteridad como el inventor de la PCR, y así le fue reconocido con el Nobel. Actualmente un laboratorio de biología molecular, por pequeño y humilde que sea, no podría considerarse como tal si no posee al menos un termociclador o máquina de PCR. Sin la técnica de Mullis, la genómica sencillamente no existiría.
Pero hablábamos de excentricidad, y hasta aquí el perfil de Mullis no parecería especialmente singular. Como tampoco lo es para un californiano practicar el surf o casarse cuatro veces. Ni siquiera lo era, en el contexto de su generación, consumir abundantes psicotrópicos o incluso sintetizarlos, aprovechando sus conocimientos; él mismo reconoció que la PCR recibió un empujón en su cabeza gracias a otro acrónimo de tres letras, LSD. Tampoco el haber fundado una empresa, Stargene, con la finalidad de vender joyas con ADN amplificado de famosos como Marilyn Monroe, Elvis Presley, James Dean o George Washington, puede calificarse como poco más que una ocurrencia.
La excentricidad comienza a manifestarse de forma más palpable cuando el propio Mullis relata, en su perfil para el Nobel, cómo su abuelo recién fallecido se le apareció en su casa de California en 1986. Y aunque muchas personas narran experiencias de este tipo, pocos son los casos en que las apariciones se producen durante un par de tardes, compartiendo unas cervezas con el espectro y charlando con él sobre la vida en California. Como también son pocos quienes afirman haber vivido un encuentro en el bosque con un mapache alienígena luminoso; Mullis aseguró que en aquella época no consumía LSD. La creencia en proyecciones astrales, abducciones alienígenas o en la astrología formaban parte de esa faceta más decididamente estrambótica de Mullis, aunque dañaron más su imagen sus posturas negando el cambio climático, el agujero de ozono o la relación entre el VIH y el sida. Todo ello podrá menoscabar su figura como modelo científico a imitar, pero no como el genio revolucionario que fue.
Gentileza:
Beatriz Genchi – beagenchi@hotmail.com
Museóloga-Gestora Cultural-Artista Plástica.
Puerto Madryn – Chubut.
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