El modo electoral no necesita reflejar una misma línea. Por el contrario. Más cerca de las todavía remotas elecciones de agosto y octubre, a estos aires de radicalización y de reposición de discursos emblemáticos del cristinismo podría seguirles un clima de cierta moderación para mantener los votos más centristas.
No hay una hoja de ruta, como puede notarse viendo las contradicciones frecuentes del Presidente y, también, observando el resultado de las decisivas apariciones para indicar el camino de su jefa política. Hay siempre un tiempo de adaptación del Presidente a las líneas que recibe vía redes sociales o discursos públicos. En ese proceso es llamativo el intento del cristinismo de resolver problemas con recetas que ya le fracasaron.
Por encima del precipitado objetivo electoral predomina la idea de que ganar en las urnas es una garantía de avanzar sobre las molestas reglas de la división de poderes. Por debajo de hacer todo para tener más votos que la oposición, serpentea una agenda compleja, dramática y ajena a los problemas judiciales de Cristina Kirchner.
Esa lista puede resumirse con las líneas que siguen.
– Una recesión acentuada por el coronavirus escala a niveles de la crisis de 2001 y, a la vez, se combina con una espiral inflacionaria sin políticas que traten de evitar su proyección.
– El anticipado rebrote de la pandemia borró la idea de un relajamiento veraniego hasta la llegada de las vacunas y repuso la idea de limitar la actividad y la libre circulación en forma compulsiva. De la responsabilidad social se regresó a la imposición estatal.
– La recuperación de la economía luego del encierro se ve amenazada por la desaparición de más de decenas de miles de pequeñas y medianas empresas.
– Los indicadores de pobreza extrema detonan las necesidades de ayuda alimentaria básica. En los comedores comunitarios no ha dejado de aumentar la cantidad de personas, muchas de ellas en esa situación por primera vez.
– Las negociaciones con el Fondo Monetario para postergar los pagos del fuerte endeudamiento contraído por el anterior gobierno parecen estancadas. Factores más políticos que técnicos bloquean el camino que parecía llevar a un nuevo acuerdo originado en otro incumplimiento del país.
– Con la compra de Edenor, la principal distribuidora de electricidad del país, parece haber comenzado un movimiento de transferencia de empresas vinculadas al Estado a grupos económicos afines con capacidad para tomar ventaja de sus relaciones políticas. Es un dato de enorme relevancia para eventuales (des)interesados en invertir en la Argentina.
– Desde el mercado de granos de Chicago llega una buena noticia. La soja supera los 500 dólares por tonelada y repone la vieja idea del viento de cola. Ese dato crucial es empañado por el renacimiento de un conflicto con los productores que salieron a cruzar con un paro el cepo a las exportaciones de maíz, toda una señal de la reposición de medidas de control que ya fracasaron.
– El oficialismo discute consigo mismo ante el silencio de la oposición, cerrada por vacaciones. Las diferencias no remiten a ninguno de los temas mencionados, sino a la manera de liberar de la compleja situación judicial en la que se encuentran la vicepresidenta, sus hijos, y exmiembros de su anterior gestión.
El kirchnerismo cree y persigue la consumación de una vieja fórmula: más votos, más poder, más impunidad.
El último elemento de la realidad es el punto de mayor contacto con el objetivo electoral que ya se convirtió en acción del Gobierno.
Los intentos de cambiar la situación judicial de la vicepresidenta son también un objetivo electoral, en tanto el oficialismo crea que los votos son un reaseguro para avanzar hasta donde sea necesario para eliminar las causas que la complican.
El kirchnerismo cree y persigue la consumación de una vieja fórmula: más votos, más poder, más impunidad.
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