“Puedo soportar la derrota, pero no puedo soportar el no dar la batalla”
Antes de adentrarme en lo que quiero plantear, voy a explicar el título.
En el año 49 A.C., luego de someter a los indómitos Galos, Julio Cesar regresa a Roma al comando de sus legiones. La ley le prohibía entrar a su tierra natal al frente de un ejército, si lo hacía se convertía en “enemigo del pueblo de Roma” (pero sobre todo del senado). El límite geográfico que no debía franquear era el Rubicón, un riachuelo de poca monta que marcaba la frontera con la provincia Gala.
Cesar debía tomar una decisión muy difícil. Sabía que si cruzaba solo lo esperaba la muerte en manos del senado; por otra parte, si lo hacía al frente de su ejército desataría una guerra civil. Amaba a Roma, pero también amaba su vida. Finalmente, prefirió preservar su vida y cruzó con sus legionarios, inmortalizando su famosa frase “Alea jacta est” (la suerte está echada) y enfrentó su destino.
Ahora me pregunto: ¿estamos los argentinos de bien parados frente a nuestro Rubicón?
Repasemos la historia y veamos si encontramos algunas similitudes con nuestro hoy (al menos desde lo conceptual). Podemos usar la imaginación y cambiar algunos nombres de aquel pasado por unos del presente argentino.
El senado al que tuvo que enfrentar Cesar era corrupto y estaba dominado por Pompeyo (Cesar, Pompeyo y Craso, conformaron el 1º triunvirato. Craso murió en la batalla de Carras y Pompeyo, temeroso de Cesar lo traicionó).
Un comentario antes de continuar. Diez años antes de ser triunviros, Craso y Pompeyo habían derrotado a Espartaco, líder de la famosa revuelta de esclavos que buscaban ser libres. A su modo y en su tiempo, Espartaco fue un defensor de las ideas de la libertad que se reveló contra el poder político.
Durante el gobierno de este triunvirato, Roma se encontraba convulsionada, prácticamente vivía una guerra civil patrocinada por las distintas facciones del senado. No faltaron los asesinatos y las purgas sangrientas, ni tampoco la sanción de leyes ilegítimas destinadas a satisfacer las necesidades de Pompeyo y de sus senadores amigos.
Cesar avanza con su ejército sobre territorio romano y, a su paso, se suman a sus filas más y más seguidores dispuestos a enfrentar a Pompeyo y al senado. Ante semejante situación, Pompeyo huye; aunque finalmente es derrotado. El senado, temeroso, nombra a Cesar dictador por los próximos 10 años, siendo que la institución del dictador no podía superar los 6 meses de duración. 2 años después, Cesar es asesinado por un grupo de senadores.
Ni Cesar, ni Pompeyo, ni mucho menos el senado romano son ejemplo de ciudadanos éticos y patriotas. Todos ellos usaron y abusaron del pueblo de Roma, desprestigiaron sus instituciones y antepusieron sus vanidades, sus ambiciones y codicias a las responsabilidades y deberes inherentes a sus cargos. Situación que padecemos actualmente en nuestra maltratada Argentina.
Creo que hay un detalle rescatable en esta historia de traición y miseria humana: el coraje y la convicción que mostró Cesar para enfrentar el statu quo impuesto por Pompeyo y el senado. El mismo valor y coraje que brilla por su ausencia en aquellos que conforman la oposición (al menos la que tiene las mejores posibilidades electoral), oposición que deambula en la indefinición y la negligencia, oposición preocupada exclusivamente en sus propias mezquindades y pequeñeces más acordes a un cuentapropista que a un estadista.
Pero más allá del pobrismo ético de la dirigencia, resulta muy preocupante la apatía, la pavura y la falta de consciencia cívica de todos y cada uno de los argentinos de a pie.
Decía Domingo Faustino Sarmiento: “cuando los hombres honrados se van a su casa, los pillos entran en la de gobierno”. ¿Es que acaso no queda de aquella sangre indómita, ni siquiera una mísera gota corriendo por nuestras venas? Nuestros próceres dieron sus vidas para que tengamos una patria independiente y soberana, nuestros abuelos escaparon de la Europa totalitaria y esclavizante y se rompieron el lomo para legarle a sus hijos y nietos una vida mejor. ¿Y nosotros?, ¿cómo les estamos pagando semejante entrega? ¿Con qué cara podemos enfrentar el recuerdo de nuestro pasado y decir que no queremos salir de nuestra zona de confort? El sólo hecho de evocar sus memorias debería avergonzarnos y hacer que nos preguntemos en lo más profundo de nuestra alma si somos dignos hijos de esta tierra, si somos merecedores de todo lo que construyeron para nosotros. ¡SÍ!, para vos, para mí, para todos y cada uno de nosotros.
Decía Thomas Jefferson: “el precio de la libertad es su eterna vigilancia”. Si no estamos dispuestos a asumir esta responsabilidad, no somos dignos de ella; si no nos hacemos cargo de nuestro destino y tomamos en nuestras manos el gobierno de nuestras vidas, seremos merecedores de la esclavitud blanda a la que nos están llevando.
Vivimos bajo el Imperio de la Decadencia Argentina. Es tiempo de darle fin a este servilismo. Hoy debemos desatar La Rebelión de los Mansos.
Gentileza:
Rogelio López Guillemain – rogeliolopezg@hotmail.com
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