Los hechos y personajes reales que inspiran una novela son a veces tan fascinantes o más que la ficción construida a partir de ellos. “La consagración de la primavera”, no es sólo una bella pieza de ballet y un gran concierto de Igor Stravinsky sino también el título de una de las mejores novelas del cubano Alejo Carpentier, quien también tenía una parte de sangre rusa. Lo que no se conoce tanto, al menos fuera de la isla caribeña, es la historia de la mujer en la que Carpentier se inspiró al crear a la protagonista de su libro, la bailarina Vera.
Ese personaje real es uno de los grandes mitos populares y oficiales de la villa guantanamera de Baracoa, llamada Ciudad Primada por ser la primera que se fundó en la mayor de las Antillas. El historiador del municipio, Alejandro Hartmann, es uno de los que mejor y con más placer cuenta lo que se sabe de la mujer en cuestión: una artista formada en San Petersburgo que huyó de la Revolución de Octubre para acabar encontrando en Baracoa la paz que buscaba: lo mismo que la Vera de Carpentier aunque lógicamente con algunas diferencias por el camino.
Magdalena Rovenskaya nació en 1911 en Siberia, dentro de una familia aristocrática. Al estallar la revolución en 1917, los bolcheviques ejecutaron a su padre, un ayudante del zar. Sólo su madre y ella consiguieron escapar a tiempo del hogar familiar, establecido desde años atrás en San Petersburgo. Las dos huyeron a refugiarse a las montañas del Cáucaso. Y siete años más tarde, cuando parecía claro que el régimen zarista ya no volvería, se trasladaron a Constantinopla. Magdalena conoció allí a quien habría de ser su marido, Albert Menassés, hijo de un diplomático ruso.
La boda se celebró en París. La joven, que de niña había aprendido canto, inició una carrera como soprano con el nombre artístico de Mima. Llegó a cantar en teatros de la capital francesa y de Milán. Era guapa y elegante, y hablaba varios idiomas. En 1929, los negocios heredados por Menassés condujeron al matrimonio hasta Cuba. Primero a La Habana y después a Baracoa, entonces en auge por la abundancia y calidad de sus bananas.
En la ciudad Magdalena y Albert abrieron una joyería, un bar, un restaurante, una fábrica de curtidos y una finca agraria. La pareja se integró sin gran problema en la ciudad. Al principio corrieron rumores de que tal vez ella era espía. Pero su actitud hacia la gente y su decisión de adoptar a un huérfano, el niño José René Frometa, pronto despejaron dudas.
En 1944 los dos extranjeros obtuvieron la nacionalidad cubana. Cinco años después vendieron todas sus empresas y construyeron el hotel “Miramar”, hoy llamado “La Rusa”.
En el 56 murió Albert, y Magdalena se convirtió en la viuda más respetada del lugar. Más respetada aun cuando en el 59 estalló la revolución y ella donó a Fidel Castro y los suyos 25.000 dólares, así como todas sus joyas, medicinas… y dos revólveres. Además, puso el hotel a disposición de los rebeldes y, después, del Estado revolucionario. Así se adelantaba a una posible expropiación, aunque tanto su hijo René como las autoridades locales aseguran que lo hizo por convicción.
¿Por qué la refinada mujer de la Rusia blanca, educada en el clasismo más estricto y víctima directa de la revolución bolchevique, acabaría prestando tal apoyo a Fidel y los suyos?, si le preguntamos a su hijo René en Baracoa, dice: “Ella entendió aquí la realidad de la vida. Vio y padeció el sistema y se acercó a los campesinos, que apoyaban la revolución”, respondió él. La suya era una visión apasionada y parcial. Pero no constan otras que la discutan. Magdalena Rovenskaya falleció en Baracoa el 5 de septiembre de 1978.
Al final de la novela, a través de la protagonista Vera en su interpretación, el ballet se convierte en un símbolo de la renovación social y cultural en Cuba tal como Magdalena y también en una renovación del autor mismo. Esos desarrollos expresan paralelamente la autobiografía y los pensamientos de Alejo Carpentier.
Gentileza:
Beatriz Genchi – beagenchi@hotmail.com
Museóloga-Gestora Cultural-Artista Plástica.
Puerto Madryn – Chubut.
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