¿Cuándo paso de la estampita religiosa a las portadas de las revistas gay? ¡Se fue construyendo!
Y todo partió de un contrariado Fray Bartolomeo porque se decía de él que no sabía hacer desnudos, entonces pintó para la iglesia de San Marco de Florencia un retablo con la figura de San Sebastián, un hermoso joven atado a un árbol, el cuerpo atravesado por flechas y cubierto únicamente por un taparrabos, que el clero corrió a ocultar de la vista cuando supo, a través del confesionario, que demasiadas mujeres “habían pecado al verlo”.
Lo siguió el escritor Richard A. Kaye en su ensayo Losing his religion, donde sitúa la conversión de San Sebastián en icono de la cultura homosexual a finales del siglo XIX. Y reafirma diciendo: “Los hombres gais vieron inmediatamente en Sebastián un anuncio conmovedor del deseo homosexual (de hecho, un ideal homoerótico) y un retrato prototípico de un hombre en el armario torturado”.
También un pionero en la erotización del mártir fue Oscar Wilde quien, en 1877, tras ver el “El martirio de San Sebastián” de Guido Reni en el Palazzo Rosso de Génova, lo describirá en un soneto como “un niño castaño encantador, con el cabello crujiente y los labios rojos…”. Una fotografía de esta misma pintura de Reni (el pintor barroco le dedicó nada menos que siete) es la que, según desveló el escritor japonés Yukio Mishima en sus “Confesiones de una máscara” , le provocó su primera eyaculación y lo inició en su ”mal hábito” de auto satisfacción. Muchos años después, él mismo se fotografiaría como San Sebastián, en cuyo martirio vio el placer erótico del dolor. Y llego hasta Salvador Dalí escribió su propia versión «estética» del mito de San Sebastián en el breviario estético «San Sebastián». En su correspondencia con el poeta García Lorca identifica a este con el santo.
Y más cercano en el tiempo, en vísperas de otra peste, en este caso la del sida, Derek Jarman le dedicó su primer largometraje, “Sebastiane”. Donde observaciones de expertos leen: su rostro no registra la agonía física, su belleza y su dolor están eternamente divorciados el uno del otro.
Volviendo al puntapié inicial y la historia sobre Fray Bartolome, relatada por Vasari, ilustra el momento en que los pintores del Renacimiento fijaron en multitud de representaciones la iconografía del mártir, que no era joven ni atlético, sino un capitán de la Guardia Pretoriana corpulento y de mediana edad, condenado a muerte por el emperador Diocleciano por tratar de convertir a los romanos al cristianismo. Con las manos atadas a un árbol, la carne perforada y los ojos llorosos mirando al cielo, parece que estamos viendo sus últimos momentos. Pero la fuerza está en que no muere. Su historia continúa. Cuando las mujeres cristianas fueron a rescatarlo, lo encontraron con vida y lo cuidaron hasta que recuperó la salud. Luego volvió a presentarse ante su torturador para reprocharle su paganismo. Sin conmoverse por su tenacidad, el emperador ordenó su lapidación y el cuerpo fue arrojado a la Cloaca Máxima de Roma.
Sin embargo, en una Europa devastada por la peste negra, la muerte de San Sebastián interesaba menos que su experiencia como superviviente al martirio, y su imagen fue venerada en multitud de iglesias como un santo protector, hoy devenido en icono gay.
Gentileza: Beatriz Genchi – beagenchi@hotmail.com
Museóloga – Gestora Cultural – Artista Plástica.
Puerto Madryn – Chubut.
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