Quienes vivimos en un pueblo tenemos en claro dos cosas. La primera es el carácter sagrado que tiene esa hermosa y sana costumbre a la que llamamos “siesta”. La segunda, ampliamente menos placentera, es la presencia omnisciente de aquel vil ser que anida en cualquier techo y cuyo canto es asociado con la suciedad y la pestilencia. La paloma es la dunda mensajera de nuestro cotidiano.
Pero quizás nos estemos equivocando. Quizás su mirada cipote esconda una terrible conjuración.
“No sé para qué me gasto poniendo este maíz envenenado. Como su aniquilarlas con comida fuera tan humanitario…” Observaba la fila de palomas que arrullaban a coro con sus miradas idiotas yendo de acá para allá. “Todos en realidad sabemos cuál es la solución” Hizo el gesto de un arma con su dedo índice y pulgar y apuntó a cada una de las bestias que anidaban en el techo.
BANG. BANG. BANG.
La tarde pasaba lenta y pesada bajo el sol de Enero. Sus padres le habían encargado el cuidado de la casa con la condición de que lidiara con el pequeño problema de plaga doméstica. Pensó que sería una tarea simple, esas que no llevan más de una tarde, pero resultó estar equivocado. Trató con gritos y palmadas, pero no hubo resultado. Piedras y petardos tampoco surtieron efecto antes las aladas invasoras. Con el peso de la frustración cayendo sobre sus hombros como los rayos estelares, decidió entrar y dejar que el frío del aire acondicionado secara el sudor que le corría por el cuello y la frente.
Se derrumbó sobre el sillón del living que daba justo frente a una gran puerta de vidrio corrediza Afuera aguardaba el enemigo. Algunas se encontraban amuchadas a la sombra del tanque de agua, otras compartían uno de los cables de luz y un pequeño grupo, osado, se había acercado con cautela al tarro de agua del perro. La mascota, que dormía plácida sobre el césped a la sombra de un limonero, no se molestó siquiera en mirar cómo su bebedero se transformada en una piscina avícola pública. El movimiento de sus diminutas cabezas era perturbador. Sus ojos -siempre abiertos, siempre vigilantes- parecían perforar hasta lo más hondo de su ser.
Abatido por el calor de aquel día, que superaba con creces la fuerza del pequeño aire acondicionado, decidió tirarse a dormir bajo el ventilador de techo del cuarto. El sueño vino rápido y sus parpados comenzaban a cerrarse con completa naturalidad. Entonces, aquel ruido insoportable comenzó.
Ruuu. Ruuu. Ruuu. Ruuuu.
Monótono, profundo, enloquecedor.
Las palomas habían copado la extensión del techo y parecían encontrarse justo encima de su cabeza. Trató de taparse los oídos con la almohada, pero su defensa fue abatida por la temperatura que el ventilador no lograba hacer bajar.
Ruuu. Ruuu. Ruuu.
Insoportable.
Sus ojos enrojecidos de cansancio e ira se abrieron de golpe. La naturaleza misma conspiraba en su contra. Cuando la misma realidad te quita la mano auxiliadora, la salida yace en un viejo pastillero. Fue hasta la mesa de luz, abrió el cajón y allí estaban. Diminutos tesoros de sueño encapsulado. Tragó dos con ayuda de un pequeño sorbo de agua tibia y esperó una respuesta mientras el sol de la siesta se filtraba por las ventanas altas sin cortinas. Afuera crecía constante aquél arrullo diabólico.
Ruuu. Ruuu. Ruuu.
Se dejó caer sobre el colchón, aún caliente con el primer intento de conciliar el sueño. En un segundo de sombras, el mundo se desvaneció.
Continuará el martes 01/09….
Gentileza: Lic. Lucio Ravagnani Navarrete
EMAIL: ravagnani.lucio@gmail.com
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