Una mujer grande de piel dorada y tostada por el sol. De ese color que no es ni de bronceadores, ni de un “vuelta y vuelta” de pileta o vacación de 15 días, como para lucir el bronceado, viste?
Iba con sus pantalones cortos y su remera de mangas cortas. Todos los días pasaba por la esquina de mi casa. Iba a paso vivo. Con tal energía y estilo que una vez llamó mi atención. Me impactó que caminara con tanta precisión porque era una mujer de setenta largos. Desde la esquina de mi casa la seguí con la mirada y me afloró la alegría. Algo admirable emanaba de ella. Una mujer de acá…de San Rafael, claro. Una de otras de más de 70, de otros lugares del mundo…no. Porque no recuerdo haber observado una actitud física tan claramente vital. Con esa actitud y estilo…Creo que ésta es una mujer única. Y vive en mi barrio. No salió ni de una película o de un video.
Por supuesto, un día nos cruzamos a la vuelta de mi casa. Yo iba con los tres perros y la saludé por primera vez y seguí de largo, tironeada por las correas que se me atravesaban de un lado al otro. Pero otro día, en una de mis idas al centro, caminando, como de costumbre y disfrutando del placer de los árboles y de la variedad de vida que te ofrecen las casas…cada una con sus jardines urbanos. Muchos de macetas invadiendo las veredas. Otras, tan improvisadas, que los ojos se van directo hacia los colores de las flores y plantas que desbordan acequias y alambrados. De pronto vi venir a mi vecina caminadora. La paré y la saludé. Y para que ella me escuchara y aminorara su velocidad se lo dije todo de un tirón:
-¡Hola! ¿Cómo te va? Te veo todos los días y te cuento que sos mi modelo, porque admiro tu voluntad perseverante de salir todos los días y con esa actitud tan contagiosa…¡Sos mi ídola! Es que quiero ser como vos…
Y juro que por dentro me ruboricé. Me sentí literal. Del tipo sensiblera. Me sentí de folletín. De novela turca. También me sentí como si le hubiera puesto una piedra en su camino. Ella giró y me miró con una sonrisa. Y respiré aliviada. Por un instante creí que me fulminaría con su mirada. Y yo, que me emocioné porque me sonrió, me le acerqué y le di un beso en la mejilla y seguí hablándole como si estuviera escribiendo un relato, un cuento…O ésta columna!
Le dije que me parecía un verdadero modelo a seguir y que a mí me hacía mucho bien verla porque me daba ganas de salir y hacer mi propia caminata. Algo tan simple…pero a veces tan difícil de hacerlo un hábito.
Con toda tranquilidad, la señora siguió segura de mi reconocimiento hacia ella ¡Qué vergüenza si no me lo agradecía con esa sonrisa de mirada directa a los ojos! Porque me sentí como una metida exagerada. ¡Si hasta le dije que ella era una exponente de mujer sanrafaelina!.
¿Saben por qué escribo “de mujer sanrafaelina”? Por una sencilla razón: Cuando vine por primera vez a San Rafael a causa del famoso Pentatuel, hace muchos años, cuando Virgina Elizalde participaba , me impresionó la cantidad de mujeres haciendo deportes por todos lados. Sí, acá, en San Rafael. Y sobre todo en actividades y competencias muy exigidas. Algo que yo, sinceramente nunca me imaginé en mi país. Me dejó atónita. Juro. Eran los años 80.
Virgina Elizalde era impresionante. Nadie conocía los deportes extremos en la Argentina y ella fue la gran ventana que los dio a luz a través de la tele y desde su experiencia directa. Y claro, todas las periodistas nos sorprendimos porque sólo la teníamos como una modelo “de familia bien” y deportista, nada más. La misma que, hoy, con 61 años y una trayectoria más que interesante, ha sido 60 veces tapa de revistas de moda y de deportes. Y que todavía sigue descollando en deportes extremos por todo el mundo. Pero en aquella época del pentatuel, a mí me dejó boquiabierta la cantidad de sanrafaelinas que “no eran Virginia” y que se desplazaban por todas las calles y las rutas y los lagos y las montañas. ¡Exactamente, así como Amalia Sotelo!
Sanrafaelinas corriendo, remando, nadando, en bicicleta, a caballo, trepando, escalando, haciendo cumbre en cualquier parte del mundo!… Pero por sobre todo, haciendo sus rutinas de trote a ritmo de competición. Por eso me impresionó mi vecina. Ésta mujer de más de 70, hermosa en su vitalidad me recordó una vez más que la belleza es energía. Es vitalidad. Es buen humor. Es una sonrisa andante. Que la belleza es movimiento!
Pasó el tiempo y otro día, hace meses me la encontré con un brazo en cabestrillo. Me contó que el médico le había dicho que aflojara con la velocidad… que ya dejara de competir consigo misma. Cuando siguió su camino, la verdad, yo la vi flotar sobre sus pies, pero más despacio. Podría terminar éste relato aquí, pero ahora viene lo más emocionante.
Hace muy poquito, durante la “setentena y algo más”, vi su figura (para mí emblemática) pero ésta vez, caminando despacio con su mirada absolutamente enfocada en el hombre al cual iba… como sosteniendo… del codo derecho. Aclaro que no lo llevaba, lo contenía con tanto cariño en su mirada, que me conmovió…Me quedé en la esquina y seguí mirándola mientras, ambos, se perdían al dar la vuelta en Belgrano y Espejo. Y vuelvo a jurar que pocas veces, pero repito que muy pocas veces vi tanta unión explícita en una pareja.
No sé su nombre. No sé exactamente en qué casa vive pero volví a verla. De nuevo está saliendo a hacer su rutina con la misma onda de siempre y esa técnica tan ajustada . Claro que, ahora, lo que me ha quedado muy grabado en mi memoria afectiva es aquel día en que la delicadeza de su amorosa actitud movió mi mundo personal y me puse en sus pies. Por eso, yo recomiendo mirar en el barrio…y buscar, por ahí, alguna de éstas mujeres sanrafaelinas que te ayuden a salir adelante. A lo mejor la encontrás frente a en vos, en tu espejo.
Gentileza: Susana Vargas
Periodista Profesional-Matrícula nº 12.384 Act.-Ley 12.903
Profesora de Portugués
Egresada del Instituto Superior de
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