San Rafael, Mendoza miércoles 17 de abril de 2024

Nadie triunfa solo – Por:.Beatriz Genchi

Una corta historia de Alberto Durero, el artista más famoso del Renacimiento alemán, conocido en todo el mundo por sus pinturas, dibujos, grabados y escritos teóricos sobre arte.

Durante el siglo XV, en una pequeña aldea cercana a Nuremberg, vivía una familia con 18 niños. Para poder poner pan en la mesa para tal prole, el padre y jefe de la familia, trabajaba casi 18 horas diarias en las minas de oro, y en cualquier otra cosa que se presentara.

Albrecht Dürer padre, era un orfebre húngaro que emigró a tierras germanas y fue el primer maestro de arte de sus hijos. Originalmente llamado Albert Ajtósi. Cuando llegó a Alemania tradujo su apellido a “Türer” y luego a “Dürer” según el dialecto local. Este apellido significa ‘fabricante de puertas’, y de hecho Durero ostentaría como motivo de su blasón una puerta.

A pesar de las condiciones tan pobres en que vivían, dos de sus hijos tenían un sueño. Ambos querían desarrollar su talento para el arte, pero bien sabían que su padre jamás podría enviar a ninguno de ellos a estudiar a la Academia. Después de muchas noches de conversaciones calladas entre los dos, llegaron a un acuerdo. Lanzarían al aire una moneda. El perdedor trabajaría en las minas para pagar los estudios al que ganara. Al terminar sus estudios, el ganador pagaría entonces los estudios al que quedara en casa, con las ventas de sus obras, o como fuera necesario. Lanzaron al aire la moneda un domingo al salir de la Iglesia. Albretch Durer gano y se fue a estudiar a Nüremberg.

Su hermano comenzó entonces el peligroso trabajo en las minas, donde permaneció por los siguientes cuatro años, para sufragar los estudios de su hermano, que desde el primer momento fue toda una sensación en la Academia. Los grabados de Albretch, sus tallados y sus óleos llegaron a ser mucho mejores que los de muchos de sus profesores, y para el momento de su graduación, ya había comenzado a ganar considerables sumas con las ventas de su arte. Cuando el joven artista regresó a su aldea, la familia Durer se reunió para una cena festiva en su honor. Al finalizar la memorable velada, Albretch se puso de pie en su lugar de honor en la mesa, y propuso un brindis por su hermano querido, que tanto se había sacrificado para hacer sus estudios una realidad. Sus palabras finales del discurso fueron: «Y ahora, Albert, hermano mío, es tu turno. Ahora puedes ir tú a Nuremberg a perseguir tus sueños, que yo me haré cargo de ti.»

Todos los ojos se volvieron llenos de expectativa hacia el rincón de la mesa que ocupaba, quien tenía el rostro empapado en lágrimas, y movía de lado a lado la cabeza mientras murmuraba una y otra vez «no… no… no…». Finalmente, se puso de pie y secó sus lágrimas. Miró por un momento a cada uno de aquellos seres queridos y se dirigió luego a su hermano, y poniendo su mano en la mejilla de aquel le dijo suavemente, «No, hermano, no puedo ir a Núremberg. Es muy tarde para mí. Mira. Mira lo que cuatro años de trabajo en las minas han hecho a mis manos. Cada hueso de mis manos se ha roto al menos una vez, y últimamente la artritis en mi mano derecha ha avanzado tanto que hasta me costó trabajo levantar la copa durante tu brindis… Mucho menos podría trabajar con delicadas líneas el compás o el pergamino y no podría manejar la pluma ni el pincel. No, hermano, para mí ya es tarde».

Me gusta recordar cada tanto esta parte de la historia y aprovecho estos días, ya, a punto de cumplirse los 550 años del nacimiento de Albrech (21 de mayo de 1471).

Hoy en día los grabados, óleos, acuarelas, tallas y demás obras de Albretch Durer pueden ser vistos en museos alrededor de todo el mundo. Pero seguramente ustedes, como la mayoría de las personas, solo recordaran siempre a uno. El que un día, para rendir homenaje al sacrificio de su hermano, Albretch Durer dibujó las manos maltratadas de su hermano, con las palmas unidas y los dedos apuntando al cielo. Llamo a esta poderosa obra simplemente «Manos», pero el mundo entero abrió de inmediato su corazón a su obra de arte y se le cambió el nombre a la obra por el de «Manos que oran». La próxima vez que vea una copia de esa creación, mírela bien. Permita que le sirva de recordatorio, si es que lo necesita, de que nunca nadie triunfa solo.

Gentileza: Beatriz Genchi – beagenchi@hotmail.com
Museóloga – Gestora Cultural – Artista Plástica.

Puerto Madryn – Chubut

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