El acceso universal a la vacuna contra el coronavirus no está garantizado en absoluto. Luis, de 62 años, un paciente de coronavirus, en Ciudad de México.
Sabemos que la ciencia es un empeño internacional. La procedencia geográfica o étnica de un científico es irrelevante para su trabajo. La investigación progresa reuniendo el mejor talento del planeta, discutiendo libremente sobre sus resultados y comprobando –o refutando— sus hipótesis. Quien les habla se ha llenado la boca proclamando ese principio general y comprobado mil veces en la no muy larga historia de la ciencia. Pero todo principio general debe humillarse ante la realidad, que a veces no se aviene. Una pandemia como la que está en marcha es la situación ideal para comprobar –o refutar— el carácter mundial y altruista de la ciencia. Las perspectivas son muy oscuras.
El negocio de las vacunas es extremadamente complicado. Un fármaco contra una enfermedad crónica se vende durante décadas, pues el paciente tiene que tomarlo todos los días de su vida. Pero una vacuna eficiente, que es lo que todos queremos, puede proteger a una persona de por vida con una sola dosis. Esto es la ruina para una empresa farmacéutica, y unido a las campañas engañosas, el rechazo de una parte desinformada del público y los leguleyos de la familia de los escualos que captan clientes a la salida de los hospitales, un escollo que lleva décadas disuadiendo a la industria de este sector farmacológico esencial. Sálvese quien pueda.
Fuente:https://elpais.com/ciencia/2020-06-16/la-ciencia-latinoamericana-se-pone-las-pilas.html
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