San Rafael, Mendoza 20 de abril de 2024

Agradecimiento irlandés – Por:.Beatriz Genchi

Entre 1845 y 1852 tuvo lugar en Irlanda, la “Gran Hambruna” o el “Hambre de la patata”. Se calcula que de una población de ocho millones de personas murió un millón y entre otro millón y dos millones emigraron, la mayor parte a los Estados Unidos y Canadá. La población de la isla cayó entre un 20 y un 25%. Irlanda nunca ha recuperado la población que tuvo en 1844.

El motivo de la hambruna fue un organismo microscópico, que destruyó tanto las plantas como las papas almacenadas. Mientras que la cosecha había sido de 14 millones de toneladas en 1844, en 1846 fue tan solo de 3 millones. En otros países europeos había habido grandes epidemias, e incluso en la propia Irlanda, pero el impacto en la población irlandesa, donde un tercio de los campesinos dependían exclusivamente de este cultivo, fue devastador.

La hambruna tuvo también un importante factor ajeno a las plantas: la política británica y su dominio sobre muchos territorios del Imperio. Durante los siglos XVI y XVII, los católicos irlandeses tenían prohibido recibir una educación, prohibido votar, prohibido ser propietarios de tierras, prohibido vivir en una ciudad o a menos de 8 kilómetros de una ciudad, prohibido ingresar en un gremio profesional, prohibido ocupar un puesto de funcionario. Aunque en el siglo XIX la situación era claramente mejor, el 70% de los representantes irlandeses en los parlamentos británicos eran terratenientes o hijos de terratenientes, muchos de ellos ingleses, descendientes de ingleses o viviendo en Inglaterra. Todos los informes hablaban de una catástrofe inminente: una población creciendo exageradamente, mucha gente al borde del hambre, tres cuartas partes de los trabajadores sin empleo y unas condiciones de vida penosas. Por poner un ejemplo de esa miseria generalizada, una manta se consideraba un lujo que muy pocos tenían. Por otro lado, cada año se enviaban desde Irlanda a Inglaterra 6.000.000 de libras de rentas de los propietarios de las tierras.

El organismo podía haber causado un daño menor pero las políticas de los dirigentes ingleses se movieron en un rango difícil de sostener. Según el escritor e independentista irlandés Henry Mitchel: “Dios mandó el hongo, pero los británicos mandaron el hambre.” Los barcos con víveres tardaban meses en llegar, se llevó maíz que no podía comerse directamente y necesitaba una preparación. En medio de esa hambruna terrible se seguían exportando alimentos desde Irlanda. El gobierno británico dijo que si alguien tenía tierras no podía recibir ayudas por lo que cientos de miles de campesinos hambrientos tuvieron que malvender sus tierras a los grandes señores para no morir. El administrador británico de los proyectos de ayuda, Sir Charles Trevelyan, indicó que todo esto “era una calamidad mandada por Dios para enseñar a los irlandeses una lección.” Muchos historiadores irlandeses consideran lo que pasó esos años un ejemplo de genocidio, una limpieza étnica impulsada por el racismo, algo que los historiadores británicos niegan.

En esta historia terrible, odiosa hay también, el sino claroscuro de nuestra especie, rasgos de bondad, de generosidad, de humanidad. El sultán Abdulmecid, monarca de Turquía, indicó su intención de mandar 10.000 libras a los campesinos irlandeses pero la Reina Victoria le pidió que mandara solo 1.000, pues ella solo había donado 2.000. El sultán hizo lo que le solicitaron, pero a escondidas mandó tres barcos llenos de comida. Los tribunales británicos intentaron bloquear los cargamentos navales pero los marineros turcos llevaron la comida al puerto de Drogheda y la descargaron. Quizá mi historia favorita es la de una tribu de indios norteamericanos, los choctaws, que reunieron 710 dólares. En 1831, esta tribu había sido trasladada de sus tierras ancestrales por el gobierno norteamericano, en lo que se conoce como el Camino de las Lágrimas (“Trail of Tears”) donde entre 2.500 y 6.000 hombres, mujeres y niños de los 17.000 que iniciaron el viaje murieron de hambre, agotamiento, enfermedad y frío. Tocqueville, que tuvo ocasión de ver ese “aire de ruina y destrucción” preguntó al único choctaw que hablaba inglés que porqué habían aceptado ese desplazamiento. La respuesta fue “para ser libres”. Dieciséis años después, cuando no estarían mucho mejor, esos indios, supuestamente los no civilizados de esta historia, supieron que otra tribu, los irlandeses, estaban pasando por lo que ellos habían pasado y juntaron todo lo que pudieron reunir para ayudarles.

En 1995, Mary Robinson, presidenta de Irlanda, hizo un homenaje de agradecimiento a la nación Choctaw. En Midleton, Irlanda se alzó una escultura con plumas de águila en agradecimiento al pueblo Choctaw. por la gran ayuda brindada durante la hambruna.

La comunidad también tiene una gran cantidad de personas de alto riesgo que viven allí, que luchan por protegerse contra el virus. En un intento por ayudar a estas comunidades nativas, se creó una campaña GoFundMe en nombre del Fondo de Educación del Proyecto Rural de Utah. Y aunque llegan donaciones de todo el mundo, hay una nación que ha sido particularmente generosa: Irlanda. Su generosidad no fue olvidada, y 172 años después, Irlanda está devolviendo. Un donante irlandés escribió en la página de recaudación de fondos: “Nos ayudaste en nuestra hora más oscura. Honrado por devolver la amabilidad. Irlanda lo recuerda, gracias.

Gentileza: Beatriz Genchi – beagenchi@hotmail.com

Museóloga-Gestora Cultural-Artista Plástica.

Puerto Madryn – Chubut.

 

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