A la memoria de los viejos
El armario de las reservas se abre y viene el alivio…Todavía hay provisiones…Sí…algo, o un poco para ir zafando. Y el corazón que se manda una acelerada…¡Qué susto!
Ah…Alivio…Es verdad…A comprar se puede…Todo está abierto con horarios y números de documentos y tapabocas y distancia…Pero también el miedo ancestral a la carencia…a ese miedo a la panza vacía que llevamos en el ADN.
Sí, che, hablo de la sangre inmigrante que nos trajo hasta aquí y ahora. La que nos hizo ser sus descendientes. Como “hijos de los barcos”, no?
De los que llegaban flacos y con apenas unas bolsas o ataditos de lo poco que pudieron subir al barco para poder sostener a los niñitos y a esos padres viejos que se vinieron a La América, refunfuñando el abandono “del paese”….de la Galicia…o de las arenas de los desiertos lejanos.
Y ese desconocimiento total de todo, no? ¿Te das cuenta…? ¿El tener que aprender algo que nunca existió en su imaginación? De la geografía, de la Lengua, de las costumbres, de los animales, de los ingredientes que debieron cultivar arañando la tierra para cocinar “no sé qué”…
Hoy, todo esto se nos amontona en el pecho agitado por las historias de aquellos que se quedaron sin nada para venirse a buscarlo todo. Y Lo encontraron. Porque laburaron a lo bestia y no sólo nos dieron padres fuertes y trabajadores, sino que también se arriesgaron a las ganas de tener hijos que estudiaran porque ellos no. Para ellos no había sueños. A ellos no se les pudo dar. No se les dio, viste?
Dos o tres guerras, matanzas, persecuciones…Todo eso vivieron nuestros viejos integrantes del árbol familiar. Y todavía la apechugaron para volver a empezar sin nada, de nada, de nada…
Y nos parieron y se rompieron para que tuviéramos el mejor alimento, las mejores ropitas y algo de modales, claro… Pero por sobre todo soñaron con que tuviéramos “más cabeza”. Pero escuchame…Más cabeza ahora. Para desafiar el miedo que a ellos lo templó y los hizo meterse en el surco más allá de sus fuerzas normales. Y que con cada avance o cosecha, se atrevieron a soñar con un futuro para los hijos que ya no están físicamente, pero que si están en las fotos y en la sangre mía. En la tuya y en la sangre y en el ADN de todos.
Vos no sé, pero yo le llamo energía a eso intangible que se alimenta de lo invisible y que sale con esa fuerza… Una energía que te hace reproducir los alimentos de la memoria dulce de aquellas manos que amasaban siempre. Y allí lo tenés a ese nuevo pan, saliendo de un amasijo que viene de alguien con muchos años de estar sentado en un escritorio. O de los laureles de “profesional independiente”. O de alguna que otra ciudadanía ilustre…
Entonces en ese acto como de magia que ahora reproducimos en el aislamiento de la cuarentena, conjuremos de una vez por todas ese amasijo de incertidumbres y honremos las memorias de aquellos que no pudieron depender de nadie y le hicieron frente a todo.
Por ahí…quien te dice que volvamos a aprender alguna de aquellas cosas buenas que –a lo mejor- heredamos de nuestros tan desvalorizados viejos.
Gentileza: Susana Vargas
Periodista Profesional-Matrícula nº 12.384 Act.-Ley 12.903
Profesora de Portugués
Egresada del Instituto Superior de
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