San Rafael, Mendoza 20 de abril de 2024

Alfred Nobel, ¿un idealista? – Por:.Beatriz Genchi

Antes de morir, el sueco Alfred Nobel, químico experto en explosivos y fabricante de armas, decidió dedicar su inmensa fortuna a dotar los premios internacionales que llevan su nombre.

La Revolución Industrial del siglo XIX trajo consigo una gran demanda de explosivos. Durante casi mil años la única sustancia explosiva que había conocido la humanidad era la pólvora. En 1847, un químico italiano descubrió la nitroglicerina, una nueva sustancia mucho más potente que la pólvora. Fue el químico sueco Alfred Nobel quien acabó por descubrir el explosivo ideal para las necesidades del mundo moderno, tan poderoso como la nitroglicerina y tan seguro de manejar como la pólvora: la dinamita.

El padre de Alfred, Immanuel Nobel, fue un empresario e inventor sueco que se instaló en Rusia al servicio de los zares. Su factoría proporcionó armas al ejército ruso durante la guerra de Crimea (1853-1856), pero a su término se redujo drásticamente la demanda de armamento y la empresa quebró en 1859. Alfred, que desde los diez años vivía con sus padres y hermanos en San Petersburgo, donde había iniciado estudios de química, volvió a Estocolmo y prosiguió sus investigaciones en explosivos. En 1863 inventó un detonador mucho más fiable para la nitroglicerina. De hecho, en 1864 un accidente hizo saltar por los aires la factoría de los Nobel y mató a cinco personas, entre ellas a Emil Nobel, el hermano pequeño de Alfred. Lejos de amilanarse, Alfred siguió investigando, y en 1865 inventó los modernos detonadores a base de cápsulas con fulminantes de mercurio. En 1867, Nobel observó accidentalmente que el kieselguhr, una tierra silícea porosa, absorbía la nitroglicerina. Comprobó que la mezcla seguía siendo explosiva y además era mucho más estable y segura de manejar. Alfred la llamó dinamita, del griego dynamis, “poder”.

El descubrimiento le proporcionó fama y riqueza de inmediato. Otros se hubieran dormido en los laureles, pero él siguió investigando y en 1875 inventó una mezcla de nitroglicerina con nitrocelulosa más resistente al agua y más potente que la dinamita original. Alfred Nobel falleció en San Remo en 1896, a los 63 años, no sabemos si a causa de una intoxicación de nitroglicerina.

A su muerte, Nobel poseía 355 patentes y noventa fábricas en todo el mundo y su fortuna personal se valoraba en 33 millones de coronas suecas, unos 330 millones de euros actuales. De todo ello sus parientes recibirían tan sólo 100.000 coronas. El resto debía emplearse en dotar una fundación que todos los años otorgaría premios a las personalidades más destacadas en física, química, medicina, literatura y actividades en favor de la paz y el desarme.

¿Qué pudo empujar a Nobel a crear sus célebres premios, en especial el de la Paz? Se ha sugerido que un episodio lo afectó especialmente y le hizo reflexionar sobre su legado: cuando en 1888 falleció su hermano Ludvig, un periódico francés, creyendo que el difunto era Alfred, anunció: “El mercader de la muerte ha muerto”. Sin embargo, Nobel se mostró siempre como mecenas de las ciencias y protector de múltiples causas. El pacifismo militante de Alfred Nobel no resulta tan extraño, pero sí algo incoherente. Aunque la dinamita en sí misma ha tenido un uso más civil que militar, estalla demasiado fácilmente dentro del cañón si se intenta disparar en un proyectil, la familia Nobel siempre estuvo implicada en el negocio del armamento.

El testamento de Nobel designaba a una serie de instituciones como encargadas de entregar los premios: la Real Academia Sueca de Ciencias se ocuparía de los premios de física y química, El Instituto Karolinska otorgaría el de medicina y la Academia Sueca decidiría el de literatura, mientras que el premio de la Paz quedaba reservado al parlamento de Noruega. Que los noruegos recibieran el encargo de asignar el premio sobre la Paz resultaba algo especialmente polémico. Además, el rey Óscar II de Suecia estaba furioso porque consideraba los premios una extravagancia que cada año provocaría la salida de grandes sumas de dinero de su país. Los parientes desheredados también estaban descontentos. Como las empresas de Alfred estaban estrechamente vinculadas con las de sus parientes, éstos podían alegar con fundamento que la liquidación del patrimonio del difunto les perjudicaba. Emmanuel Nobel, sobrino carnal de Alfred, fue uno de los pocos que apoyaron la voluntad de su tío. Si una sola de las instituciones designadas por Nobel hubiera declinado aquel honor no solicitado, todo hubiera podido derrumbarse. Ni el testamento ni otros documentos decían absolutamente nada sobre la organización de la fundación o la forma en que debía administrarse el dinero.

La visión de Nobel se hizo realidad gracias a Ragnar Sohlman, un ingeniero de 26 años que se enfrentó a todo tipo de intereses públicos y privados. Y lo hizo desde un cuartel, porque le tocó cumplir el servicio militar. Finalizado este, viajó a París para hacerse cargo del patrimonio de Alfred antes de que sus parientes tomasen medidas para impedirlo. Las acciones y el dinero en metálico fueron enviados a Suecia poco a poco en paquetes postales, a través de la embajada y por ferrocarril. El testamento concedía a Sohlman 100.000 coronas (tanto como a toda la familia de Alfred junta), cantidad que se ganó a pulso, pues en 1901, tras cinco años de esfuerzos, se concedieron los primeros Premios Nobel.

Desde entonces, el impacto de estos galardones ha sido colosal, aunque tampoco han faltado las polémicas sobre los elegidos y los olvidados, particularmente en el caso del Nobel de la Paz; baste pensar que entre los nominados a este premio llegaron a figurar Hitler en 1939 y Stalin en 1945.

Gentileza: Beatriz Genchi – beagenchi@hotmail.com
Museóloga – Gestora Cultural – Artista Plástica.

Puerto Madryn – Chubut

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