Esta crisis que, ya está más que claro, no solo es de salud sino también económica, social e incluso política, ha desnudado falencias en nuestros sistemas e instituciones. Hay múltiples ejemplos que acreditan esto, solo con ver a nuestro alrededor podemos cuantificar lo limitados que estamos en muchos aspectos.
Por otro lado, la discusión ya centenaria, de las funciones de un Estado debe atribuirse ha incorporado nuevos argumentos. Encarnizados intercambios de ideas acerca de decisiones de nuestro y de otros gobiernos han tomado, están desarrollándose no solo en medios masivos de comunicación sino también en cada mesa de diálogo y en cada nivel de administración y gestión pública.
En algo coincidimos la mayoría: debemos proteger como sociedad a los más vulnerables. Ahora, esto lejos de “calmar aguas” vuelve a colocar en el tapete consideraciones disimiles. Y es así que volvemos a una puja de intereses entre distintos actores que buscan paliar su situación.
Hay un sector que frecuentemente nos olvidamos, un grupo que muchas veces no podemos escuchar porque no tienen voz. O por lo menos no se los escucha, enmudecidos ante otras voces más potentes, que es la población de personas con distintos grados y tipos de discapacidad. Me permito abordar e incluir en mi planteo a nuestros adultos mayores, cuya posibilidad de movilizarse, su situación económica y financiera, determinan en miles de ellos condiciones cuya limitación es tan severa que se ven imposibilitados en adaptarse a la epidemia actual por sí solos.
En un inicio planteaba que también es una crisis social, o acaso hábitos y costumbres que teníamos hace no tanto… algunos meses atrás, como la de ignorar a nuestros mayores, estacionar en lugares propios y reservados para discapacitados, la ausencia de ingresos adaptados, la posibilidad desechada de ayudar y de explicar a los beneficiarios de jubilaciones y pensiones como poder utilizar medios digitales o el solo hecho de enseñarles cómo sacar dinero de cajeros automáticos no han impactado negativamente en estos momentos? Y me pregunto, y nos pregunto: ¿qué hacemos hoy por ellos? Porque nuestras acciones de hoy no solo traen consecuencias en el ahora sino también en el mañana.
Hoy, con la cuarentena flexibilizada, somos nosotros, los ciudadanos los que tenemos la responsabilidad. Es absolutamente necesario que la actividad económica se reactive. El sustento de muchas personas ha llegado a su límite y la necesidad de poder resolver cuestiones básicas de subsistencia poco a poco van convirtiéndose en una urgencia.
Que esto no signifique en abandonar, desproteger, despreciar a los más vulnerables. El virus COVID 19 está lejos de ser controlado, la ausencia de un tratamiento específico y efectivo, más que aún la vacuna se encuentra en pleno desarrollo e investigación determinan que debemos persistir en nuestros esfuerzos en prevenir y controlar toda posibilidad de contagio.
Está en nuestros actos, en nuestra alerta, en nuestra actitud, en no olvidarnos de ser solidarios, de fraternalmente cuidarnos unos a otros. Salgamos por nuestro alimento, salgamos a trabajar, salgamos a la calle con la nobleza de espíritu y conciencia social suficiente, donde no solo uno mismo importa, sino el otro. Otro que quizás no tenga las mismas herramientas para defenderse, y que con nuestros gestos estamos cuidándonos y cuidándolos de una enfermedad que aún no está controlada y está siendo la causante de miles de muertos en todo el mundo.
Dr Oscar R. Arrieta MAT:.7710
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