No sé si todos, pero si muchos nos maravillamos mirando el cielo y observando sus formas y transformaciones. Este deleite sensorial es una de las principales labores poéticas en las que confluye la ciencia. En cierto sentido, al nombrar podemos ver más; literalmente, los objetos cobran definición y aparecen en nuestra atención con nueva luz. Esto ocurre notablemente en el caso de las nubes.
Hasta el siglo XIX se sabía muy poco de las formaciones de nubes, y es que, de cierta forma, son fenómenos que tienen su astucia o artimañas. Por ello, vamos unas nubes más atrás para conocer al científico que les puso nombre por primera vez. Se trata de Luke Howard nacido el año 1772. Londinense de nacimiento, farmacéutico de profesión y meteorólogo de vocación, fue el hombre que se obsesionó por las nubes desde su infancia. Luke se pasaba en la escuela muchas horas al día mirando las nubes por la ventana. En aquella época, nadie entendía cómo se formaban las nubes.
Que las nubes floten en el cielo ha sido siempre un misterio digno de resolver por la humanidad. Objetos esponjosos que crecen y se tornan de color gris hasta que llueve. Por ello muchas personas tenían interés por las nubes, pero nadie como Luke Howard. El disfrutaba observando sus movimientos y decidió que las nubes deberían tener nombre dependiendo de su forma. Aprendió el latín suficiente para clasificarlas en tres tipos básicos: cirrus (pelo o rizo) cumulus (cúmulo o pila) y stratus (estrato o extensión). Howard notó además que las nubes, perteneciendo a estos tipos básicos, tenían una gran dinámica y todo el tiempo estaban convirtiéndose la una en la otra.
Yo recuerdo que los abuelos no sabían que la forma de las nubes tenía algo de valor predictivo. Sin embargo, utilizaban su propia nomenclatura. Seguramente habrán oído el dicho “Cielo de lanas. Si no llueve hoy, lloverá mañana”. Este dicho hace referencia a que las nubes se asemejan a montoncitos de vellón de oveja e indican que el tiempo va a cambiar en unas doce horas. Por ello, se dice que si no llueve el mismo día que se presentan esas nubes, será al siguiente.
Pero por donde más me gusta ir es por la parte poética. Y recreo las palabras de Johann Wolfgang Goethe el gran clásico alemán que estaba fascinado por la ciencia y mencionaba a Howard en su libro “El juego de las nubes”. Hay apenas unos párrafos traducidos donde se pueden leer varios poemas, inspirados por la taxonomía de Howard. Le dedicó un poema “El hombre que distinguió la nube de la nube” en que halagaba su labor nombrando las nubes y le agradecía su lucidez.
Las nubes, elementos que vuelan libres a merced del viento. Efímeras ante nuestros ojos en la realidad, pero no así en ese instante en el cual queda plasmada para siempre por muchos fotógrafos que se especializan en la tarea. Y tantos Nerudas o Borges que les escribieron.
Nos queda el cielo como lienzo y el viento como pincel que las dibuja a su antojo y ahí es donde estamos nosotros, para saber verlas a través de nuestro objetivo y ahora conocerlas más íntimamente como para llamarlas por sus nombres.
Gentileza: Beatriz Genchi – beagenchi@hotmail.com
Museóloga – Gestora Cultural – Artista Plástica.
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