La historia de la invención del filtro de los cigarrillos es, sobre todo, una historia de amor. En 1957, Ramón Galindo (Barcelona, 1940) era un joven de diecisiete años en busca de novia y de trabajo. No sabía que estaba a punto de encontrar ambas cosas al mismo tiempo.
El muchacho frecuentaba “Casa Gimeno”, conocida tienda de puros de Barcelona. No sólo porque el legendario establecimiento de Las Ramblas vendía lo mejor de la ciudad, sino también porque allí trabajaba la chica que le gustaba. Aquel cortejo se convirtió en el primer vínculo de Galindo con el mundo del tabaco. Era el tiempo en que las marcas empezaban a vender cigarrillos armados, ideados para insertar en las clásicas boquillas de distintos tamaños.
«En los 50, nuestros abuelos, se hacían los cigarros a mano, pero empezaron a salir las primeras marcas con cigarros hechos o envueltos (como dirían en España). Los filtros que existían eran unas boquillas de varias medidas en las que se insertaba el cigarrillo, así que empecé a darle vueltas para crear los primeros prototipos adaptables», recuerda. ¿Por qué no adaptar directamente los cigarros a los filtros? Esa pregunta, formulada en la mente de aquel joven anónimo, dio origen a una creación que cambiaría para siempre la industria del tabaco. Galindo presentó en 1959 los primeros prototipos a “Casa Gimeno”, “Tabacalera Española” y “Tabacos de Filipinas”, compañía que más tarde vendería la idea a Philip Morris
Millones de personas usan cada día el invento del catalán, y cualquiera podría pensar que un invento tan universal podría retirar lleno de dinero a cualquiera y para siempre, pero en el caso de Galindo la historia es diferente. No registró ninguna patente ni firmó nada por escrito. A sus dieciocho años, sólo pidió un empleo vitalicio para él y su familia en el puesto de Las Ramblas. «Fue Tabacos de Filipinas quien le pasó las muestras a Philip Morris, con la condición de que yo tuviese un puesto de trabajo, para toda la vida. Yo trabajé allí diez años, pero mi esposa ha estado durante 50 años, y también han trabajado allí mis hermanos, una prima y actualmente un hijo mío», señala. «Fue de palabra, como se hacían las cosas antiguamente. No le pude sacar más partido. He visto a lo largo de los años que las patentes no siempre funcionan. Un inventor no se puede dirigir con un invento a una empresa con muchos humos y exigencias. Si logras quedar con una empresa ya tienes mucha suerte. Surgen miles de patentes al año, y las que llegan al mercado son pocas», continúa el inventor.
Sobre el sistema de patentes, Galindo piensa que «cuestan mucho dinero. Si la tienes nacional cuesta mantenerlas, y si es mundial mucho más. Lo tienes que hacer cada año; si no lo fabricas es ruinoso, y si la abandonas pasa a ser de dominio público. Algunas patentes me dieron un rendimiento pequeño durante algunos años, pero muchas las he perdido y otros inventos no los he patentado», lamenta.
«Yo soy inventor, no soy industrial. El siguiente paso lo tienen que hacer las empresas con una gran capacidad de distribución.” Se ríe diciendo que, si fuese alemán, inmediatamente recibiría soporte del gobierno para defender su patente y obtener financiación. “Aquí (España) te tienes que defender tú, y si dependes de un sueldo es imposible si no tienes la suerte de encontrar una empresa.” Pero Galindo no se queja. Desde los quince años, su vida ha girado alrededor de los inventos; por ellos lo ha dado casi todo, pero sus creaciones le han devuelto su esfuerzo con creces, de una forma diferente al dinero, más anónima, pero aún más valiosa. Millones de personas fuman “pitillos” cada día, sin saber que lo invento un chico enamorado de diecisiete años. La lista de sus inventos es interminable; un ajedrez tridimensional para cuatro jugadores, un sistema que mejoraba la empuñadura de las paletas de ping-pong, el equipo de alta fidelidad modular Hi Fi, que Philips adopto, la cinta de audio sin fin en formato cassette. También se comercializó su sistema Tiroson de técnicas de refuerzo pedagógico durante el sueño, con el que obtuvo en 1979 su primera medalla de oro en el Salón de Inventores de Ginebra Y otra vez en 1981, por tercer año consecutivo, gracias a un equipo pedagógico interactivo para la realización de dibujos animados…colecciona felicitaciones de presidentes españoles y de los propios Reyes. “He trabajado como cualquiera, durante 43 años. Me jubilé a los 67; soy técnico, me saqué la formación profesional de mecánico, y cuando terminé hice electrónica y electricidad, y después robótica», cuenta el prolífico inventor, que empezó a inventar a los 15 años.
Aaah! La chica de “Casa Gimeno” se llama Elisa Giró Geli. Ramón Galindo se casó con ella y tuvieron dos hijos. Hoy, el feliz matrimonio sigue viviendo en la barcelonesa, Ciudad Condal, en una casa que se ha convertido en una factoría anónima de ideas en la que también participan sus descendientes -Jordi y Carles- y que nunca descansa. Siempre dice: «Hay un próximo invento, pero aún no lo puedo contar».
Gentileza: Beatriz Genchi – beagenchi@hotmail.com
Museóloga-Gestora Cultural-Artista Plástica.
Sé el primero en comentar en «Historia de amor…con filtro – Beatriz Genchi»